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miércoles, 3 de septiembre de 2014

Me voy al Faro...


— Eh. Que me voy a dar una vuelta.
— ¿A dónde?
— Por ahí.
 
Del que se va solo sabemos que vive en Santander y que coge la puerta sin idea de a qué lugar le llevarán sus pasos. Si resulta que es reincidente en esto de dar vueltas, casi seguro que se encaminará a la construcción blanca, esa que marca el fin de la tierra y el comienzo del azul profundo del Cantábrico; el faro de Cabo Mayor, la torre que corona uno de los salientes de la laberíntica península de la capital cántabra.
 
Aunque para llegar hay opciones motorizadas -el autobús 13 tiene parada cerca del pie del montículo sobre el que descansa el faro y existe un aparcamiento para los que decidan usar el coche-, lo suyo es llegar a la torre vigía caminando. Basta con empezar recorriendo la playa del Sardinero, el Sardi, para después emprender la magnífica subida al faro. A medio camino, sorprende una playa recortada entre los acantilados; Mataleñas. De apenas cien metros de arena y recogida, es una ventana al mar, esculpida en la roca año a año, una escalinata de piedra conduce a este menudo arenal, protegido del viento y cuya agua "está buenísima, ¡métete!", animan los conocedores del sitio.
 
Dependiendo del tiempo que toque, la torre tiene el poder de cambiar el ánimo del espectador. Con el cielo despejado, el faro parece un monolito de casi 90 metros salido de la campiña inglesa, alegre y prometedor. En esas ocasiones solo queda sentarse en las rocas que lo rodean y dejarse hipnotizar por el mar. Luego, mejor entre semana, hay que subirse a la cafetería del faro, la única que hay, y esperar a la puesta de sol. Si estamos solos nos podemos consolar con la compañía de unos sabrosísimos chipirones y enjugarlos con una cerveza. En compañía, claro está, son inevitables las fotos.
 
Si al subir la colina nos encontramos con las amenazantes nubes santanderinas, fieles vigilantes de la ciudad, la torre se nos mostrará oscura y cargada de magnetismo e historias. Una cuenta que durante la Guerra Civil, los republicanos despeñaron a algunos soldados golpistas por el acantilado. La atracción, por su parte, aumenta al acercarse a la base de la construcción. Ahí estaba la casa del farero que hoy en día se ha reconvertido en un centro de arte. Una muestra de obras del pintor Eduardo Sanz, acompañada de objetos recolectados durante años, todos relacionados con el mar y los faros entretendrán al visitante (abierto todos los días; entrada gratuita). Durante el paseo de vuelta uno piensa que podría haberse dado una vuelta por cualquier otra parte de la ciudad, pero que realmente el faro era el único destino posible.
 
Busca (y trata de acercarte ya que la maleza no lo pone fácil) una cabaña en la ladera de la colina del faro. En ella vive todo el año, o eso dicen, un amistoso grupo de hippies. (Yo eso nunca lo vi)
 
 

1 comentario:

  1. Bonito articulo. Me gusta.
    La cabaña de la ladera todavía existe, la vi paseando el año pasado, y ya solo la ocupa un señor.

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