José Luis Alvite |
A una mujer casada le confesé en una ocasión que si de verdad la deseaba era porque de vez en cuando necesitaba sentir la sensación de haber disfrutado de un placer al lado de alguien capaz de arrepentirse y gemir al mismo tiempo. Aquella mujer era pegadiza como un vicio y fascinante como un sueño. Y sobre todo, estaba casada y aburrida, así que era muy probable que ella misma necesitase cometer una traición para regresar a casa con el espíritu bendecido por ese arrepentimiento luminoso y momentáneo del que se liberaría tan pronto pusiese las zapatillas, conectase la lavadora y se cepillase el pelo.
Lo cierto es que en cuantas ocasiones he tenido relaciones con mujeres casadas, me acordé de lo que una noche me dijo la escritora Kate Sinclair: «Por culpa de lo mucho que enfría los impulsos, el matrimonio a veces sólo sirve para que, en presencia de una mujer casada, la nevera deje de ser el lugar más frío de la casa».
José Luis Alvite/larazon.es
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