No depende de la posición social, ni de la educación
recibida en un colegio elitista, ni del éxito que se haya alcanzado en la vida.
Tener clase es un don enigmático que la naturaleza otorga a ciertas personas
sin que en ello intervenga su inteligencia, el dinero ni la edad. Se trata de
una secreta seducción que emiten algunos individuos a través de su forma
natural de ser y de estar, sin que puedan hacer nada por evitarlo. Este don
pegado a la piel es mucho más fascinante que el propio talento. Aunque tener
clase no desdeña la nobleza física como un regalo añadido, su atractivo
principal se deriva de la belleza moral, que desde el interior del individuo
determina cada uno de sus actos. La sociedad está llena de este tipo de seres
privilegiados. Tanto si es un campesino analfabeto o un artista famoso,
carpintero o científico eminente, fontanero, funcionaria, profesora,
arqueóloga, albañil rumano o cargador senegalés, a todos les une una
característica: son muy buenos en su oficio y cumplen con su deber por ser su
deber, sin darle más importancia. Luego, en la distancia corta, los descubres
por su aura estética propia, que se expresa en el modo de mirar, de hablar, de
guardar silencio, de caminar, de estar sentados, de sonreír, de permanecer
siempre en un discreto segundo plano, sin rehuir nunca la ayuda a los demás ni
la entrega a cualquier causa noble, alejados siempre de las formas agresivas,
como si la educación se la hubiera proporcionado el aire que respiran. Y encima
les sienta bien la ropa, con la elegancia que ya se lleva en los huesos desde
que se nace. Este país nuestro sufre hoy una avalancha de vulgaridad
insoportable. Las cámaras y los micrófonos están al servicio de cualquier mono
patán que busque, a como dé lugar, sus cinco minutos de gloria, a cambio de
humillar a toda la sociedad. Pero en medio de la chabacanería y mal gusto
reinante también existe gente con clase, ciudadanos resistentes, atrincherados
en su propio baluarte, que aspiran a no perder la dignidad. Los encontrarás en
cualquier parte, en las capas altas o bajas, en la derecha y en la izquierda.
Con ese toque de distinción, que emana de sus cuerpos, son ellos los que
purifican el caldo gordo de la calle y te permiten vivir sin ser totalmente
humillado.
Manuel Vicent para El País
http://elpais.com/diario/2010/03/07/ultima/1267916401_850215.html