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sábado, 5 de noviembre de 2016

El caso Espinar como ejemplo de fariseísmo

¿Es lo mismo el caso Espinar que la venta de viviendas a Goldman Sachs? ¿Es lo mismo robar un boli o un paquete de folios que organizar la trama Gürtel?

Lo primero que llama la atención sobre el “Caso Espinar” es esa exigencia ética desmesurada y sin límite en el tiempo que sólo se aplica a ciertas personas. Resulta inaudito que en un país que tolera la corrupción de un modo casi obsceno, se exija a los representantes políticos de izquierda un comportamiento tan exento de todo reproche que sólo dos tipos de seres puedan tener: los ángeles y los recién nacidos. Ni siquiera los santos padres de la iglesia necesitan de tal virtud: San Agustín era un mujeriego y vividor. El pensamiento reaccionario cree en la redención. Pero, ¡ay! si eres rojillo la cosa cambia.

¿Cuando tenías 20 años fuiste a una despedida de soltero en la que había un striptease? Ya estás invalidado para la lucha feminista. ¿Te fumaste un día un viernes del curro porque te habías acostado a las tantas con unas cuantas copas? Invalidado para la administración pública. ¿Fuiste con tu padre de niño a coger nidos? Invalidado para la lucha ecologista. Esto ha llegado a extremos absurdos y, además, no tiene fin en el tiempo. No se exige ya una imposible santidad en el ejercicio de lo público sino en cualquier momento de la historia personal.

En segundo lugar, colaborar en esta caza de brujas es hacerle el juego al poder corrupto. La única manera de que históricamente pueda subsistir este estado de latrocinio continuado es que se extienda una conciencia de que todo es lo mismo. El sentido común existente está pleno de tales justificaciones. En las oficinas se dice: "¿acaso nosotros no robamos folios?" Y luego se sentencia: "pues es lo mismo”, para terminar con el inevitable: "este es un país de pícaros". O se habla del nepotismo y se justifica con: "veríamos si estuvieses tú y te pidiera trabajo un familiar".

Todo este sentido común hace que sea igual robar un folio que 4.000 millones. Que sea lo mismo escaquearse más tiempo en el café que promover estafas bancarias millonarias. En ese estado de cosas, la sobreatención mediática a miserias como que un chaval gane 19.000 euros en cuatro años por la venta legal de inmueble nos hablan de que existe, como mínimo, un problema de escala. De desmesura. Se engrandece lo pequeño para empequeñecer lo grande. Colaborar en esto es reírle la gracia a los saqueadores que están bien satisfechos de que nosotros manguemos lápices mientras no les afeemos que roben países enteros.

De esto habla Juan Carlos Monedero en un libro pero no recuerdo cuál, si no lo citaba a él que lo explica mejor. Y por cierto, no, no es lo mismo. El comportamiento ético es una línea con límites difusos, pero con límites. Mangar bolis en el curro está feo, aunque quizá muchos puedan perdonarse esa debilidad, pero esas mismas personas no estafarían ni dejarían en la calle a sus vecinos.

En tercer lugar, no sé Ramón Espinar, pero yo no soy deudor eterno de lo que dije con 21 años, ni de lo que pensé ni de lo que hice. Y nada de eso me incapacita para cualquier actividad futura. El que quiera venir a pasarme la cuenta de mis posibles pecados de adolescencia que vaya a otra ventanilla.

En cuarto lugar, existe un tipo de personas que justifican su quietismo con una exigencia de moralidad imposible de lograr. Es la misma lógica que usa la gente para no colaborar, por ejemplo, con las ONG. Pueden pasar décadas sin una sola mala noticia, pero basta un solo caso que merezca reproche para que miles de oportunistas justifiquen su egoísmo diciendo que no van a donar su dinero donde no se usa adecuadamente. Para tales tipos, el listón ético está tan alto como se necesite siempre que justifique no hacer nada. Por supuesto, no son tan estrictos en la compra diaria, para tener la cuenta en el BBVA o comprar el coche en Citroën. Tampoco la ropa de Zara o los yogures de Nestlé. Entonces el listón se hace invisible. En el caso que nos ocupa, este cuestionamiento permanente de los representantes públicos sirve únicamente para adquirir una pátina ética gratis, sin hacer nada. No tienes que mancharte las manos, simplemente indignarte y rajar. Eso tiene un nombre: se llama fariseísmo.

Y en quinto lugar, el asunto de Espinar es manifiestamente ridículo. O sea, que un chaval de 21 años justo en el declive de la burbuja tiene la brillante idea de hacerse especulador inmobiliario. Le pide dinero a su abuela, otra especuladora, y entre los dos se compran una mansión de 150.000 pavos y 60 metros cuadrados. ¿En Beverly Hills? Parecido: en Alcobendas. Luego, cuatro años después obtiene la exorbitante cifra de 19.000 eurazos de beneficio, es decir, un 6,5% anual, que, poco más o menos era lo que daban entonces los depósitos de plazo fijo. ¡Un nuevo Soros! ¡Qué fenómeno! ¡Lo van a estudiar en la London School of Economics! Para más inri, ni siquiera la vende al precio que quiere, sino a un precio obligatorio tasado por un organismo público lo que, en buena lógica, debería eliminar de la ecuación la "voluntad especulativa". Supongo que repartió los beneficios con su abuela y volvió a su vida de lujo con sus 480 euros al mes. En fin, esto mueve a risa. Aún digo más. Incluso aunque con 21 años Espinar, cuando aún no era nada en Podemos ni existía Podemos, y no era más que un chavalín, hubiese tenido la idea de ganarse cuatro duros con una operación inmobiliaria legal, tampoco habría nada que objetarle. ¿O ya tenía que ser concienciado desde que estaba en la teta de su madre?

Jorge Armesto para Diagonal

https://www.diagonalperiodico.net/la-plaza/32175-caso-espinar-como-ejemplo-fariseismo.html

lunes, 18 de julio de 2016

El alzamiento y los listos

El golpe de Estado de Franco cumple hoy 80 años. Un cumpleaños infeliz, al menos para mí. No me gusta que golpeen a las democracias. "¿Y no te habría gustado un golpe de Estado contra Hitler, que alcanzó el poder por vías democráticas?". Una golondrina no hace verano. Insisto: no me gustan los golpes. En más de una ocasión he oído cómo algunos justificaban el golpe del 36 diciendo que entonces la democracia española era un desastre. Claro, aquella democracia pretendía un reforma agraria, la democratización del ejército, la descentralización del poder, que la iglesia cediese sus privilegios o que las mujeres empezasen a conquistar derechos básicos. Todas esas medidas debían ser un desastre…, sobre todo para los que habían tenido el poder hasta entonces.

Pero supongamos que los salvapatrias del 18 de julio tuvieran razón. ¿Para resolver ese desastre se necesitaban 36 años de dictadura y represión? O eran muy lentos o eran dictadores vocacionales. Yo creo que lo último. ¿O es que alguien duda de que en este país hubo una dictadura que duró 36 años? Lo pregunto porque tambien he oído cómo algunos decían que no fue para tanto, que fue más bien una dictablanda. A los españoles no les dejaron elegir a sus gobernantes durante cuatro décadas pero, para algunos, eso es solo un pequeño detalle.

Por suerte, 80 años después del Alzamiento Nacional, los españoles ya no nos matamos cuando discrepamos. Y eso que no paramos de discrepar. De aquella guerra nos ha quedado la herencia de las dos Españas que, a la mínima que rascas, afloran. Ahora el debate muchas veces sigue siendo incivilizado, pero sin que la sangre llegue al río. Tenemos para desfogarnos tertulias mediáticas, twitter... Perdonen la frivolidad, pero igual con twitter en el 36 la cosa hubiese quedado en una guerra de 'trending topics', insultos concentrados en 140 caracteres y unos miserables deseando la muerte de los otros, y viceversa. Lo de ahora, pero sin tiros. Mejor un 'troll' que un cañón.

Además, en estos tiempos, para qué provocar una guerra si puedes mandar igualmente gracias a la democracia, que tiene más prestigio. Nostálgicos del franquismo, franquistas reconvertidos o los reticentes a condenar ese régimen han ocupado cargos de poder desde la muerte de Franco. Mientras la dictadura es el poder de los fuertes, de los que tienen armas para imponerse, la democracia puede ser el poder de los listos, de los que tienen armas para seducir. Y aquí, como no nos dejan tener memoria histórica, nos puede seducir cualquiera.

Por eso, no me extraña que un franquista haya seducido a más de uno con sus Manos Limpias al denunciar ante la justicia a demócratas que le habían tomado el pelo a nuestro sistema. Al final, hemos descubierto que también el denunciante estaba dejando calva a la democracia. Es solo un ejemplo de que o somos más exigentes con los demócratas listillos, o se nos quedará cara de tontos.

Jordi Évole
Publicado en Elperiodico.com el domingo 17 de julio de 2016

No me quieras tanto

De un tiempo a esta parte quedo con personas que, en realidad, no tienen un gran interés en charlar conmigo. Esto podría minar mi autoestima pero una suerte de optimismo insensato me lleva a pensar que amar y no hacer ni puto caso pueden ser compatibles. Yo sé que esas personas que no muestran mucho interés en hablar conmigo me quieren. Si no fuera así, entendámonos, no quedaría con ellas. Esas personas me escriben mensajes rebosantes de cariño: por e-mail, por sms, por Whatsapp, por Facebook, por activa y por pasiva. Y en esos mensajes hay frases tan apasionadas que parecen extraídas de un bolero. Son frases que antes en España no se decían pero que, ahora, gracias a la revitalización del género epistolar propiciado por las nuevas tecnologías, están en auge. Esas personas me dicen que me adoran. Que me adoran y que cuentan los días para verme. Que cuentan los días y que me quieren. Que me quieren y que nos va a faltar tiempo en una cena para contarme todo lo que me tienen que contar. Que nos va a faltar tiempo y que están deseando conocer mi opinión. Que desean conocer mi opinión y que nadie como yo para compartir este y otro secreto. ¿Y por qué? Porque soy adorable. Eso me dicen. El mundo de la tecnología ha bolerizado el género epistolar. Ha generalizado el lenguaje de las postales románticas y ahora lo que toca es escribirse con palabras de novios antiguos de los años cuarenta. Y, aunque yo soy de esa generación en la que si tus padres te decían "te quiero" es porque o se iban a morir ellos o te ibas a morir tú, tengo el corazón débil y, cuando una persona me pide una cita con palabras tan melosas, soy incapaz de no creerme un poco la pasión que sienten hacia mí. Esas personas son las que te reciben con los brazos abiertos en un restaurante, te dan un beso apretado y unen sus pechos sin pudor contra tus pechos, por no hablar de otras partes que también entran en contacto, en estos abrazos actuales; sean hombres o mujeres los que intervengan en ellos. Esas personas son las que acto seguido de desdoblar la servilleta y ponerla sobre sus piernas, sacan el móvil del bolso o de la chaqueta y lo colocan al lado del plato. Esas personas de las que hablo, las mismas que me adoran por escrito, suelen tener un iPhone o una Blackberry, a través de los cuales me escriben a mí esos deliciosos mensajes. El problema es que mientras están conmigo no renuncian a comunicarse con terceras personas. Con un ojo me miran a mí, que estoy situada a la izquierda, por ejemplo, y por el rabillo del otro, miran a su querido aparatito. Suena una campanilla. Les ha entrado un mensaje. Lo leen tan rápido que casi no lo noto. Entonces, sonríen. Sonríen como si alguien les hubiera contado un secreto, o algo picante, o como si les acabara de llegar una información crucial. Pero, desde luego, no sonríen por la conversación que tiene lugar en la mesa. Esas personas, las mismas que, con desesperación, anhelaban verte, te dicen, perdona, perdona un momentito, y se ponen a teclear un mensajito con un solo dedo. Qué dedo más rápido tienen esas personas. Es un dedo entrenado para escribir como si a uno le hubieran amputado la mano izquierda. Una vez terminado el mensaje la conversación continúa. Continúa hasta que vuelve a sonar de nuevo la campanilla: el amante, el amigo, el jefe, el cómplice, el plasta, ha contestado. Nueva sonrisa de esas personas que nos quieren tanto. Y como poco a poco van perdiendo la vergüenza, toman el iPhone o la Blackberry con las dos manos y teclean entonces con los dos pulgares. Qué maravilla de pulgares. Parece que han ido a una academia de mecanografía con pulgares para iPhones. Viene el camarero a tomar nota de la comanda y como las personas que tanto me quieren están ya apoyadas en el plato escribiendo a velocidad de vértigo mensajes tan apasionados, imagino, como los que me pusieron a mí, soy yo la que encarga el vino, el picoteo del principio y, si se me ha informado antes, el plato elegido por las personas que tanto deseaban este encuentro. No siempre una se siente ignorada, en lo absoluto. Hay ocasiones en las que los dueños de la Blackberry o el iPhone te hacen partícipe de los mensajes recibidos, y tú puedes aportar algo en las contestaciones. A veces se trata de los amantes y entonces ya vives con excitación delegada. Ha habido ocasiones en las que las personas que me quieren se intercambian fotos con dichos amantes. No fotos a lo Scarlett Johansson, porque no son horas. Imagino que ese tipo de instantáneas de corte más íntimo las dejan para cuando están encerrados en el cuarto de baño de su hogar, mientras sus maridos o sus mujeres están acostando a los niños. El móvil ha supuesto una revolución en el universo de la infidelidad. Quiero decir con esto que no soy uno de esos espíritus rancios que discuten las ventajas que para muchos ciudadan@s ha supuesto la irrupción de la nueva telefonía. Solamente quisiera expresar el desconcierto que me produce el que personas que tanto me adoran y desean compartir una hora y media de mesa y mantel conmigo no sean capaces de olvidarse del puto móvil durante un tiempo ridículo de sus hiperconectadas vidas. Que lo comprendo todo, sí, ¡que yo también tengo iPhone!, pero que lo dejo metido en el bolso. Joé.

Elvira Lindo
http://elpais.com/diario/2011/10/02/domingo/1317526231_850215.html
Este articulo apareció en la edición impresa de El País el Domingo, 2 de octubre de 2011

No era una señora

Ayer me quedé de pasta de boniato. Estaba a punto de entrar en una librería y coincidí en la puerta con una señora. Al menos, creí que lo era. Una mujer sobre los cuarenta años, normalmente vestida, quizá con un punto demasiado juvenil para su edad. Por lo demás, de aspecto agradable. Ni elegante ni ordinaria. Ni guapa ni fea. Coincidimos en la puerta, como digo, viniendo ella de un lado de la calle y yo de la dirección contraria. Y en el umbral mismo, por reflejo automático, me detuve para cederle el paso. Desde hace casi sesenta años –su trabajo les costó a mis padres, en su momento– eso es algo que hago ante cualquiera: mujer, hombre, niño; incluso ante los que van por el centro de Madrid en calzoncillos y chanclas, torso desnudo y camiseta al hombro, impregnando el aire de aroma veraniego; tan desahogados, ellos y la madre que los parió, como si estuvieran en el paseo marítimo de una playa o vinieran de chapotear en la alberca del pueblo.

Me detuve en el umbral, como digo. Para cederle el paso a la señora, igual que se lo habría cedido al lucero del alba. Incluso a mi peor enemigo. Hasta a un inspector de Hacienda se lo habría cedido. Pero mi error fue considerar señora a la que sólo era presunta; porque al ver que me detenía ante ella, en vez de decir «gracias» o no decir nada y pasar adelante, me miró con una expresión extraña, entre arrogante y agresiva, como si acabara de dirigirle un insulto atroz, y me soltó en la cara: «Eso es machista».

Oigan. Tengo sesenta y cuatro tacos de almanaque a la espalda, y entre lo que lees, y lo que viajas, y lo que sea, he visto un poco de todo; pero esto de la señora, o la individua, en la puerta, no me había ocurrido nunca. En mi vida. Así que háganse cargo del estupor. Calculen el puntazo de que eso le pase a un fulano de mis años y generación, educado, entre otros, por un abuelo que nació en el siglo XIX, y del que aprendí, a temprana edad, cosas como que a las mujeres se las precede cuando bajan por una escalera y se les va detrás cuando la suben, por si les tropiezan los tacones, que cuando es posible se les abre la puerta de los automóviles, que uno se levanta del asiento cuando ellas llegan o se marchan, que se camina a su lado por el lado exterior de las aceras –«Que no digan que la llevas fuera», bromeaba mi padre con una sonrisa– y cosas así. Calculen todo eso, o imagínenlo si su educación familiar dejó de incluirlo en el paquete, y pónganse en mi lugar, parado ante la puerta de la librería, mirando la cara de aquella prójima.

Habría querido disponer de tiempo, por mi parte, y de paciencia, por la de ella, para decir lo que me hubiera gustado decirle. Algo así como se equivoca usted, señora o lo que sea. Cederle el paso en la puerta, o en cualquier sitio, no es un acto machista en absoluto, como tampoco lo es el hecho de no sentarme nunca en un transporte público, porque al final acabo avergonzándome cuando veo a una embarazada o a alguien de más edad que la mía, de pie y sin asiento que ocupar. Como no lo es ceder el lugar en la cola o el primer taxi disponible a quien viene agobiado y con prisa, o quitarte el sombrero –porque algunos, señora o lo que usted sea, usamos a veces panamá en verano y fieltro en invierno– cuando saludas a alguien, del mismo modo que te lo quitas –que para eso también lo llevas, para quitártelo– cuando entras en una casa o un lugar público. Así que entérate, cretina de concurso. Cederte el paso no tiene nada de especial porque es un reflejo instintivo, natural, que a la gente de buena crianza, y de ésa todavía hay mucha, le surge espontánea ante varones, hembras, ancianos, niños, e incluso políticos y admiradores de Almodóvar. Ni siquiera es por ti. Ni siquiera porque seas mujer, que también, sino porque la buena educación, desde decir buenos días a ceder el paso o quitarte la puta gorra de rapero, si la llevas, facilita la vida y crea lazos solidarios entre los desconocidos que la practican.

Y, bueno. Me habría gustado decir todo eso de golpe, allí mismo; pero no hubo tiempo. Tampoco sé si lo iba a entender. Así que permanecí inmóvil, mirándola con una sonrisa que, por supuesto, le resbaló por encima como si llevara un impermeable; porque al ver que me quedaba quieto y sin decir nada, cruzó el umbral con aire de estar gravemente ofendida. «Lo he hecho polvo», debía de pensar. Y yo la vi entrar mientras pensaba, a mi vez: No es por ti, boba. Sé de sobra que no lo mereces. Es por mí. Por la idea que algunos procuramos mantener de nosotros mismos. Algo que, mientras te veo entrar en esa librería que de tan poca utilidad parece serte, me hace sonreír con absoluto desprecio.

Arturo Pérez-Reverte
http://www.zendalibros.com/no-una-senora/

Publicado en XL Semanal el 17 de julio de 2016.

miércoles, 29 de junio de 2016

Carta abierta al votante del PP

Iba a decir «querido», pero no me atrevo a ponerme cariñoso con un desconocido sin gintónic de por medio. Y digo desconocido porque los 7.906.185 votantes del PP se parecen cada vez más a los espectadores de ciertos programas de televisión, esa masa social inexistente que a la hora de la verdad dinamita todo sondeo.

Vaya por delante mi más sincera enhorabuena y mi incondicional respeto democrático hacia cada voto de un compatriota. Espero que entiendas que precisamente en eso consiste la democracia, en que puedo y debo respetarte a ti pero ni puedo ni debo compartir tu decisión. Si todos pensásemos como tú, esto se llamaría de otro modo, lamentablemente demasiado visto en la historia de este país.

También quiero pensar que no has votado por miedo a un 'brexit', a más incertidumbre o a las alternativas políticas, da igual. No por nada, sino porque el voto por miedo me parece el más cobarde o, peor, contraproducente. Como ya han descubierto algunos, enarbolar la banderita del miedo es intentar criar animales salvajes: tarde o temprano se te acaba volviendo en contra.

Ojo, que no pretendo que votases como yo. Ni mucho menos. Primero, que ya sería demasiado tarde. Segundo, porque esto va de que cada uno vote a quien le da la gana, faltaría más. Tercero, porque será que no había más opciones que la tuya o la mía. Y cuarto, porque yo voté al PACMA, que no aspiraba más que a obtener representación y así defender cosas que hoy ni se contemplan en el Congreso. Algo que gracias a la ley d'Hondt y a los intereses de quienes deberían abolirla ha vuelto a ser imposible. Una persona, un voto. Ya.

La corrupción, premiada

Otra cosa es que me dé vergüenza tu voto. Sí, vergüenza. Y no porque haya ido al PP, pues -insisto- es una alternativa tan legítima como cualquier otra; he conocido e incluso ayudado a ganar a gente honesta y honrada dentro de esa organización, gente que no se merece ni los tesoreros ni dirigentes que le ha tocado sufrir. Me avergüenza porque era el respaldo que justo ahora necesitaba el candidato líder de la lista más imputada. Gracias a tu voto, la corrupción y la conspiración de Estado, en vez de ser castigada, hoy resulta jaleada y premiada. Porque si eximes de penitencia al responsable último, eso es que el primer responsable eres tú.

Así que nada, espero que disfrutes mucho de tu decisión con cada nuevo juicio, con cada nueva investigación. Como alguien dijo, daría mi vida por tu derecho a hacerlo. Aunque eso sí, hoy tenemos el país que te mereces. Con tu permiso o sin él, yo y otros muchos que aún somos mayoría seguiremos intentando que se convierta también en el que nos merecemos los demás.

Afectuosamente, pídemelo con el pepino entero, sin cortar

Por Risto Mejide (Al contrataque) en elperiodico.com
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/carta-abierta-votante-del-5235510

lunes, 27 de junio de 2016

Esta vez no quiten los carteles

La semana pasada me pareció oportuno escribir 'Qué país quiero'. Hoy, con los resultados de las elecciones calentitos, pienso en el país que tengo. De entrada tengo un país a cuyos ciudadanos nos divierte muchísimo engañar a un encuestador. O eso, o que las empresas demoscópicas han jugado a crear una realidad paralela que nada tenía que ver con lo que se cocía en la calle.

Tengo un país que ha vuelto a votar mayoritariamente al PP, mejorando sus resultados de hace medio año. No han importado ni los casos de corrupción, ni el desgaste de una legislatura de recortes del Estado del bienestar, ni que su ministro del Interior conspire contra formaciones políticas rivales, devaluando lo que tiene que ser una democracia y que en cualquier país de nuestro entorno hubiese supuesto su dimisión. O sea, creo que con todo esto la victoria del PP tiene para mí todavía más mérito. "Es que la gente se equivoca”, dicen algunos. Pues no estoy de acuerdo. Mejor mirar tus propios errores antes que decir que la gente se equivoca. La oposición al PP lo tiene que haber hecho bastante mal para lograr que Mariano Rajoy haya vuelto a demostrar que tiene más vidas que un gato.

En el PSOE igual han conseguido eso que Felipe González bautizó como “la dulce derrota”. Claro que Felipe dijo eso con 141 diputados. Pedro Sánchez viene de intentar gobernar con Ciudadanos. ¿Ha entendido su electorado ese pacto? Y a la inversa: ¿ha entendido el votante de Ciudadanos el pacto con el PSOE? Son los dos partidos más castigados en escaños en estas elecciones. Los dos partidos que presumían de haber intentado formar gobierno… como si eso fuese un valor por si mismo. Ciudadanos ha hecho una campaña dura, 'a lo “Mourinho', olvidándose de la moderación que les llevó a los 40 diputados en diciembre. Y eso que lograron que los oprimidos barceloneses viesen en pantalla gigante un partido de la selección española. Que gran resultado les ha dado vestirse con los colores de La Roja, como si la camiseta de la selección fuese algo que se pudiese patrimonializar.

EL 'CATENACCIO' DE UNIDOS PODEMOS

¿Y la confluencia Unidos Podemos? Pues ha decidido jugar a lo que no sabe: a la contención. Al 'catenaccio'. Se han moderado tanto en campaña buscando el voto socialista que no parecían ni ellos. Se debieron creer las encuestas. Que si somos socialdemócratas, que si ahora el referéndum ya no es una línea roja… Si lo tuyo es el juego de ataque, tienes que jugar al ataque, porque la táctica conservadora ni te la van a aplaudir los tuyos ni te va a servir para ganar nuevos votantes.

Con este panorama, ¿cómo no iba a mejorar sus resultados Rajoy? Claro que este análisis lo hago a toro pasado, con todo el ventajismo de tener los resultados en la mano. Porque si a mi me dicen que la cosa iba a quedar así, no me lo creo, y Rajoy tampoco. Por si acaso, y por ahorrar, esta vez no quiten los carteles. Pero ustedes mismos: con una tercera ronda, Mariano saca mayoría absoluta.

Por Jordi Évole (Al contrataque) para elperiodico.com
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/elecciones-del-26-j-quiten-carteles-triunfo-del-rajoy-5231408

lunes, 20 de junio de 2016

Qué país quiero

No me parece mala ocasión, a pocos días de volver a votar, intentar imaginarme el país que quiero, que se parece muy poco al que tengo.

Quiero un país que rompa los pronósticos y que el domingo que viene, a pesar del puente, acuda a votar incluso más de lo que lo hizo la última vez, para demostrar a los gurús que todo lo saben que no lo saben todo.

Quiero un país que castigue a los corruptos, desde los que te preguntan si quieres la factura sin IVA hasta los que decidieron que Panamá podía ser su patria.

Quiero un país donde una empresa con grandes beneficios no despida trabajadores para tener todavía más beneficios.

Quiero un país donde nos demos cuenta que la educación y la sanidad públicas no son ni arma electoral ni patrimonio de nadie, sino de todos.

Quiero un país donde el incendio de un desguace de neumáticos tenga consecuencias y no se quede en simple humo.

Quiero un país que pertenezca a una UE que respete los derechos humanos, y que no convierta su mar en el cementerio más grande del mundo.

Quiero un país donde la izquierda sea capaz de ponerse de acuerdo, y donde no se cumpla la máxima que me repetía mi abuelo:"La izquierda solo está unida en la cárcel".

Quiero un país donde se gobierne más por consenso que por decreto, sin rodillos ni mayorías absolutas, ni de izquierdas ni de derechas, sin que nadie piense "o yo o el caos".

Quiero un país donde ningún partido se apropie de sus símbolos, ya sean banderas, himnos o equipos de fútbol, ya sean selecciones nacionales, autonómicas o clubes. Un país donde se deje de futbolizar la política de una forma tan grotesca.

Quiero un país que se indigne menos con la derrota de su equipo, y más con los cracks que defraudan a hacienda o se whasapean con prostitutas menores de edad.

Quiero un país donde apoyar la cultura no sea motivo para que te digan que si eres de "los de la ceja".

Quiero un país con periódicos que cuando los abra no sepa ya lo que me voy a encontrar, ni televisiones que conviertan el enfrentamiento en contenido, pensando que eso es lo que quiere la gente.

Quiero un país donde se deje de mentir en campaña electoral, mentiras vulgares sobre lenguas o privilegios, que buscan el enfrentamiento entre territorios cuya gente no está para nada enfrentada.

Quiero un país que tenga unos dirigentes que se parezcan más a la ciudadanía, mucho menos crispada que su clase política.

Quiero un país donde ser de otro partido político no te convierta en un enemigo, un país que supere esa división que parece congénita pero que algún día deberíamos vencer para no perder tantas energías en disputas inútiles.

Quiero un país que el próximo lunes, se vote lo que se vote, amanezca tranquilo, sin el ruido que normalmente lo envuelve todo.

Yo creo que tampoco estoy pidiendo tanto, pero ya verán como ese país se nos vuelve a negar. Debe ser que el otro es más entretenido.

Jorde Évole – Al Contrataque (elperiodico.com)
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/elecciones-generales-que-pais-quiero-jordi-evole-5215628

viernes, 17 de junio de 2016

Un caballo

Con la única excepción de mi padre y mis abuelos, los hombres de mi vida nunca han llevado corbata. Estoy tan acostumbrada a verlos con dos botones de la camisa desabrochados, que el solitario ojal que exhibía la de Rivera en el debate a cuatro llamó inmediatamente mi atención. El efecto, más que un rasgo de informalidad, le asemejaba a esos invitados a una boda que se quitan la corbata para bailar cuando se abre la barra libre. Más allá de esa pequeña impostura, Rajoy mintió con el descaro que le caracteriza e Iglesias concentró su brillantez en el minuto final. De los cuatro candidatos que estaban en el plató, el que más me interesó fue Sánchez.

El líder del PSOE cada día se parece menos a un político con posibilidades y más al Ricardo III de Shakespeare cuando ofrecía su reino por un caballo en el que escapar de su destino. La intensidad de su gesto, el dramatismo de su sonrisa, el exasperado optimismo de unas promesas en las que parecía no creer, me hicieron olvidar, por un instante, que él no tiene reino alguno que ofrecer. Dispone, sin embargo, de un caballo, el mismo que no quiso montar en invierno, el que ahora, preso de sus decisiones previas, tal vez no pueda montar ya, aunque quisiera.

De todas las referencias a Grecia que se hicieron en el debate, para culpar a Syriza de la ruina que labraron sus predecesores, eché de menos una fundamental. Si después del 26-J, el PSOE se convierte en la tercera fuerza y Sánchez se abstiene para que gobierne la derecha, Ricardo III dará paso a una tragedia griega. La del PASOK, concretamente.

Almudena Grandes en La SER
http://cadenaser.com/programa/2016/06/17/hoy_por_hoy/1466137224_761614.html

martes, 1 de marzo de 2016

La hormiga trabajadora.

Cada día, una pequeña hormiga llegaba al trabajo muy temprano, y sin pérdida de tiempo comenzaba sus tareas. Era sumamente productiva y se la veía muy feliz con la actividad.

El gerente, un león, siempre se sorprendía al verla trabajar sin supervisión. Entonces pensó: “si es capaz de producir así sin alguien que controle, seguramente podrá hacer mucho más si tiene un supervisor”.

Dicho esto, buscó y reclutó a la cucaracha quien tenía una experiencia sumamente extensa como jefa y era famosa por preparar y presentar excelentes reportes.

Necesitaba además una secretaria que lo ayudara a escribir sus informes. Así que decidió contratar a la araña para que además manejara los archivos y monitorizara las llamadas telefónicas.

El león estaba encantado con los reportes que la cucaracha le enviaba y le pidió que produjera unos gráficos que mostraran los ratios de producción y un análisis de las tendencias de manera que pudiera utilizarlos para sus propias presentaciones ante el directorio.

La cucaracha entonces debió comprar una nueva computadora, una impresora láser además de contratar a la mosca para dirigir el área de sistemas.

Mientras tanto, la hormiga que una vez había sido tan productiva y relajada, detestaba toda esta sobrecarga de papeles y reuniones interminables donde perdía la mayor parte de su tiempo. El león entonces llegó a la conclusión de que había llegado el momento de contratar alguien que se hiciera cargo del departamento donde la hormiga trabaja.

Quien ganó la posición fue la cigarra, cuya primera decisión consistió en cambiar la alfombra y conseguir una silla ergonómica para su oficina. Necesitaba además una computadora y una asistente personal que trajo desde su antiguo lugar de trabajo para que lo ayudara con la programación y el Plan de Control Estratégico del Presupuesto.

El lugar donde trabaja la hormiga ahora es triste, nadie se ríe ya y todo el mundo camina preocupado.

Esta fue razón suficiente para que la cigarra convenciera al león de la necesidad de realizar una encuesta de clima interno. Y dado que el león había revisado el departamento donde la hormiga trabajaba, era fácil comprobar cómo en este tiempo la productividad se había reducido notablemente.

Su decisión fue reclutar al búho para que realizara una auditoría y sugiriera las soluciones. Después de 3 meses, presentó su reporte y una conclusión final: el departamento tiene exceso de personal.

Adivinen a quién pusieron en la mira primero?

¡¡¡A la hormiga!!!


¿Las causas?: Mostrar una actitud negativa y falta de motivación.

Leído en: http://www.aldeaviral.com/cada-dia-una-pequena-hormiga-llegaba-al-trabajo/

domingo, 28 de febrero de 2016

Más fuertes y mejores

Mientras escribo estas líneas, puedo ver junto a mí los desalentadores montoncitos de libros que se empiezan a acumular, como torres truncadas, en el suelo de mi despacho. Ya no me caben en las baldas y no sé dónde meterlos. Aunque hace ya mucho que perdí el respeto reverencial a los libros y, después de leerlos, suelo desprenderme de la mayoría, la cantidad de volúmenes que tengo crece como la espuma, porque me regalan muchos y, mea culpa, sigo comprando bastantes (menos mal que existen las versiones electrónicas). A veces pienso que se están convirtiendo en una especie de virus invasor y hasta llego a detestarlos durante unos instantes. Luego, claro, se me pasa corriendo. ¿Qué haría yo sin libros? Son y siempre han sido mi mejor amuleto ante los desasosiegos de la vida. En el dolor, en la ansiedad, en las esperas y las desesperaciones, si cuentas con una buena lectura estás al menos en parte protegido. Recuerdo perfectamente las obras que leí en algunos momentos especialmente penosos; en enfermedades propias, por ejemplo, o en esperas hospitalarias de enfermedades ajenas. Son libros que me ayudaron a atravesar esos tiempos oscuros, los estrechos desfiladeros de la vida; a decir verdad, pienso en ellos como si fueran mis amigos.

Sé, por otra parte, que esto que me sucede a mí le ocurre a muchos. El grupo editorial italiano Mauri Spagnol y el Centro de Estudios de Mercado y Relaciones Industriales de la Universidad de Roma publicaron hace poco los resultados de una investigación curiosísima: estudiaron si la lectura tiene algún efecto en el bienestar de las personas. Tomaron una muestra de 1.100 individuos, los dividieron en dos grupos, lectores y no lectores, y les aplicaron tres conocidos protocolos para calibrar el índice de satisfacción con la vida, según la autovaloración de los sujetos. En una escala del uno, lo peor, al diez, lo mejor, los 1.100 individuos se dieron, como media, una nota de felicidad por encima del siete. Esto ya es sorprendente en sí, o al menos a mí siempre me sorprende que, cuando le pides a la gente que puntúe su nivel de felicidad, todos los estudios suelen dar unas notas bastante altas, de notable para arriba. Y es que el ser humano es una criatura vitalista, adaptativa y tenaz. Pero lo novedoso de esta investigación es que los lectores superaron a los no lectores en todos los apartados por cerca de medio punto: se sentían más dichosos y experimentaban más a menudo emociones positivas. Resumiendo: parece que leer te ayuda a ser más feliz. Cosa que desde luego no me extraña.

Siempre me han dado pena las personas que no leen. Y no porque sean más incultas y menos libres, aunque es bastante probable que sea así. No, las compadezco porque creo que viven mucho menos. Leer es entrar en otras existencias, viajar a otros mundos, experimentar otras realidades. Y además, ¡qué inmensa soledad la de quien no lee! Porque la literatura nos une con el resto de los habitantes de este planeta, nos hermana con la humanidad entera, más allá del tiempo y el espacio. Podemos experimentar las mismas emociones que un escritor inglés del siglo XVI o que una autora contemporánea de la remota Nueva Guinea. Y al fundirnos con los demás, al salir de nosotros mismos, salimos también por un instante de nuestra muerte, que nos espera enroscada en la barriga. Leer te hace inmortal.

Hay dos fotos antiguas en blanco y negro que me parecen maravillosas y que son un ejemplo de esa fuerza benéfica de la literatura. Una es de André Kertész y muestra una ancianita en camisón sentada en una cama de madera, un mamotreto viejo con dosel. La instantánea fue tomada en el asilo de Beaune (Francia) en 1929, así que la mujer era una asilada, probablemente sola, enferma y pobre, una vieja sitiada por la muerte. Pero tiene un libro en las manos y está embebida en él. Lee, de perfil, con serena y perfecta placidez. Qué invulnerable se la ve, protegida por el gran talismán de la lectura. Toda ella luz dentro del barquito de su cama en mitad de un océano de tinieblas.

La otra foto es bastante conocida: la biblioteca de Holland House, en Londres, tras los bombardeos de 1940. El techo del edificio se ha derrumbado pero las paredes, repletas de libros, se mantienen en pie. Aquí y allá hay tres hombres con abrigo y sombrero que, subidos a la inestable pila de escombros, miran los lomos de las estanterías u hojean algún volumen. A mí esta foto siempre me ha parecido un emblema de la esperanza, de la capacidad de supervivencia de los humanos. En lo más aterrador de la pesadilla nazi, cuando parecía que el infierno triunfaba, esos hombres buscaban en la hermandad lectora con el resto de la humanidad las fuerzas suficientes para seguir resistiendo. Esta es la magia de la literatura: nos hace ser más fuertes y mejores.

Rosa Montero para El País

Leído en: http://elpais.com/elpais/2016/02/23/eps/1456245397_854888.html

miércoles, 20 de enero de 2016

Carta a una víctima del 'bullying'

¿Estás harto de que la tomen contigo? ¿Tienes ganas de cargártelos a todos? Te comprendo porque yo también he tenido que huir, que esconderme. Sabía cuál era el pasillo más peligroso del colegio, dónde me esperaban esos cabrones. Sabía que la pista de fútbol era territorio terrorista. Sabía que cuando te agachas a beber en la fuente del patio es conveniente mirar a ambos lados para que ningún gracioso te parta el labio contra el grifo. En fin, sabía esas cosas, y sabía otras que he olvidado ya.
Eran normas estrictas. Uno las cumplía. Evitaba ciertas plazas, ciertas calles. Pero muchas veces fallaban. Te cogían por más cuidado que pusieras. El colegio era una guerra abierta. El regreso a casa era demasiado largo. Una calle llena de esquinas. De nada servía correr. Al fin y al cabo, si conseguías huir corriendo, el día siguiente podía ser peor.
También sé que el peor momento no es cuando te quitan el dinero o te rompen el móvil o te pegan. Sé que lo peor es el resto del día, ese agobio que uno siente cuando existe la posibilidad de que te cacen, cuando te conviertes en una cebra que trota por la sabana y huele a los leones agazapados. Pero ¿en serio crees que son leones? Son unos mierdas, eso es lo que son. A lo mejor tu madre o tu padre o tu profe te dicen que no uses malas palabras. Pero entonces, ¿cómo podríamos describir a esos mierdas? Sé que repites estas palabras en tu cuarto con la rodilla magullada, con el escupitajo todavía visible en la camiseta. Que son unos mierdas y unos hijos de puta y unos cabrones que ojalá se mueran todos. Y que imaginas escenas de película, como ésta:

Tú vas por la calle con la mochila cargada. Aparecen los tres de siempre, con su andar chulesco, con sus risas estúpidas y sus insultos. Te paras frente a ellos y dejas que se acerquen. Dejas que empiecen a meterse contigo, pero de pronto eres un maestro de kung-fu. Lo has ensayado a solas, pegándole al aire en tu cuarto. Al más grande, al puto gordo, lo dejas sorprendido con tu primer derechazo rápido a la garganta. Mientras se ahoga saltas por encima de él y de una patada rompes la nariz de su colega el garrulo.

Queda sólo uno, es el más bajito pero también el peor de todos, el más maligno. Al verse sin sus compinches no se atreve a pelear. Sale despavorido pero tú eres más rápido que él. Juegas a ponerle la zancadilla, haces que tropiece unas cuantas veces sin llegar a derribarlo, corres con la felicidad de la venganza en la risa y en los gritos. Al fin te aburres, lo tiras al suelo, haces que se dé la vuelta y lo miras a los ojos justo antes de machacarle el brazo:
-Y no vuelvas a meterte conmigo nunca más.
-¡Perdona, perdona! -dice llorando.

Pero son sueños. Sueños de rabia, de impotencia. Vuelves al colegio. Sabes que nunca tendrás lo que hay que tener para plantarles cara, porque tú eres de los míos, un tirillas, un cobarde, una gacela: te repugna la violencia. Si llegara el momento de enfrentarte, el miedo te paralizaría. Al final, siempre te dejas pegar. Son más que tú, más fuertes, más malvados. Y mientras se meten contigo, tú piensas: que sea rápido. Y así soportas la humillación mientras los otros se ríen. Nadie hace nada por ti. A veces, eso es lo peor.
Pero claro, es que no se lo dices a tus padres porque te da vergüenza. No se lo dices a tus profesores porque temes represalias. Frente a ellos, siempre estás solo. Y lo pasas tan mal que piensas que sería mejor encerrarse en casa y no salir más.

Bueno. Quiero que sepas que hay un escondite perfecto. Ese escondite es el futuro. El resto de tu vida, en cuanto acabes el colegio. ¿No me crees? Te voy a explicar cómo funciona eso. Yo también creía que toda la vida iba a ser igual, pero llega un momento en que dejas de encontrarte con los abusones. Ni siquiera te planteas dónde se han metido. Desaparecen y tú empiezas a disfrutar de la vida.
Hasta en las peores épocas tienes que estudiar mucho, que sacar buenas notas, porque entonces recibirás un premio enorme cuando por fin te hagas mayor: este premio será la libertad. Durante una época, todavía te asustarán ciertos tipos. Te recordarán a los que te cascaban en el cole, pero te darás cuenta de que no van contra ti. Al revés: algunos, sorpresa, son simpáticos. Rudos, pero simpáticos. Bromistas, pero simpáticos. Y algo menos espabilados que tú.
Ya nadie te va a pegar o insultar. ¿Sabes qué pasa con los abusones cuando crecen? Es fantástico: toda esa energía que empleaban en joderte la vida, la usan para joderse a sí mismos. No me preguntes cómo pueden ser tan imbéciles, yo no lo sé, pero es así.

Y mientras ellos siguen comiendo hierba como bestias (no eran leones, eran vacas), tú despuntas. Has pasado solo más tiempo que los demás. Has cultivado lo que llevas dentro, has aprendido, has pensado cosas que nadie entendía cuando eras pequeño, y ahora descubres que todo eso vale mucho más que un montón de músculos. Es tu camino, tu propio camino, que llegará tan lejos como quieras tú.
Las dificultades de la vida adulta son un fastidio, pero ahora, sin abusones que te metan el miedo en el cuerpo, corres mucho más rápido que todos los demás. Y llega un punto de tu vida en que miras atrás, a tus recuerdos. Te acuerdas de esos tipejos que te hacían la vida imposible en el colegio. Los buscas en internet, a ver qué tal les ha ido. Y ¿sabes lo que encuentras? Ruinas humanas. Tipos medio calvos, tías horrorosas, teñidas, histéricas. Aquellos que se creían tan guays llevan vidas mediocres. Son los mismos, pero el tiempo y la crueldad los han deformado. Tú vuelas y ellos son anclas humanas enrocadas en el fondo de la mediocridad.
Por fin vives rodeado de gente divertida, inteligente y buena. Te diré una gran verdad: la gente mayor es mejor que la pequeña. La vida adulta manda al cuerno a los abusones, mientras los abusados llegan lejos. Muchos de mis amigos, que son gente brillante y triunfadora, eran los pringados del colegio.
Sé fuerte por dentro, la cabeza sobre los hombros, bien alta. No te vengas abajo. El tiempo, aunque sea lento, pone las cosas en su sitio. Y tú estás destinado a llegar alto. Les verás la calva desde arriba. Estudia, lee, sueña una vida mejor, diviértete. No hay lotería en este negocio: el premio es para ti.

Jun Soto Ivars en España is not Spain

Leído en: http://blogs.elconfidencial.com/sociedad/espana-is-not-spain/2015-06-13/carta-a-una-victima-del-bullying_883395/

Rastas

Pues sí, yo también tengo una opinión sobre las rastas, sobre la lactancia de las diputadas, sobre el préstamo de senadores propios para formar grupos ajenos. Pero no voy a expresarla aquí, porque tengo poco espacio para hablar de las cosas importantes. Habrán ustedes leído, sin duda, que el fiscal del caso de las tarjetas black ha pedido cuatro años y medio de cárcel para Rato, seis años para Blesa. Lo que seguramente no sabrán, porque los medios apenas han prestado atención a este caso, es que las penas que acabo de citar son muy inferiores a las que otro fiscal pide para ocho trabajadores de la fábrica de Airbus en Getafe por participar en un piquete en la huelga general del 29 de septiembre de 2010 contra la reforma laboral de Zapatero. Por ejercer su derecho a la huelga —recogido en la Constitución Española, en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, y en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU—, cada trabajador de Airbus afronta una pena de ocho años y tres meses.

En aplicación del artículo 315.3 del nuevo Código Penal, el mismo que nos ha devuelto a la barbarie de la cadena perpetua, la Fiscalía ni siquiera se molesta en individualizar las responsabilidades de los acusados. Piden para todos ellos, en bloque, el doble de la pena de cárcel que le habrá costado a Rodrigo Rato saquear Bankia, una entidad que se rescató con más de 22.400 millones de euros de dinero público, del suyo y del mío. Mediten un instante sobre esto, juzguen el ataque a su propia dignidad que supone la criminalización del derecho a la huelga, valoren la agresión que la petición del fiscal proyecta sobre las condiciones de trabajo de los españoles y, luego, si les quedan ganas, sigan hablando de las rastas.

Almudena Grandes para El País

Leído en: http://elpais.com/elpais/2016/01/15/opinion/1452886025_950968.html

Y si después de leer ésto pensamos en la defensa que hace el Fiscal y la abogada del Estado a la Infanta Cristina, pues apaga y vamonos... Esto de que la Justicia es igual para todos es de risa.

martes, 19 de enero de 2016

El desayuno bien explicado

¡¡¡¡¡RIIINNNGGGG!!!!

Suena el despertador y el cerebro empieza a preocuparse: "Ya hay que levantarse y nos comimos todo el combustible" Llama a la primera neurona que tiene a mano y manda mensaje a ver qué disponibilidad hay de glucosa en la sangre. Desde la sangre le responden: "Aquí hay azúcar para unos 15 a 20 minutos, nada más".

El cerebro hace un gesto de duda, y le dice a la neurona mensajera: "De acuerdo, vayan hablando con el hígado a ver qué tiene en reserva". En el hígado consultan la cuenta de ahorros y responden que a lo sumo los fondos alcanzan para unos 20 a 25 minutos'. En total no hay sino cerca de 290 gramos de glucosa, es decir, alcanza para 45 minutos, tiempo en el cual el cerebro ha estado rogándole a todos los santos a ver si se nos ocurre desayunar.

Si estamos apurados o nos resulta insoportable comer en la mañana, el pobre órgano tendrá que ponerse en emergencia: "Alerta máxima: nos están tirando un paquete económico".

Cortisona, hija, saque lo que pueda de las células musculares, los ligamentos de los huesos y el colágeno de la piel.

La cortisona pondrá en marcha los mecanismos para que las células se abran cual cartera de mamá comprando útiles, y dejen salir sus proteínas. Estas pasarán al hígado para que las convierta en glucosa sanguínea. El proceso continuará hasta que volvamos a comer.

Como se ve, quien cree que no desayuna se está engañando: Se come sus propios músculos, se auto devora. La consecuencia es la pérdida de tono muscular, y un cerebro que, en vez de ocuparse de sus funciones intelectuales, se pasa la mañana activando el sistema de emergencia para obtener combustible y alimento.

¿Cómo afecta eso nuestro peso? Al comenzar el día ayunando, se pone en marcha una estrategia de ahorro energético, por lo cual el metabolismo disminuye. El cerebro no sabe si el ayuno será por unas horas o por unos días, así que toma las medidas restrictivas más severas. Por eso, si la persona decide luego almorzar, la comida será aceptada como excedente, se desviará hacia el almacén de "grasa de reserva" y la persona engordará.

La razón de que los músculos sean los primeros utilizados como combustible de reserva en el ayuno matutino se debe a que en las horas de la mañana predomina la hormona cortisol que estimula la destrucción de las proteínas musculares y su conversión en glucosa.


Así que ya lo sabes ahora... nunca más salgas sin desayunar, tu organismo te lo agradecerá y compensará con mayor salud, la misma que podrás disfrutar viviendo más tiempo y sano para que convivas con tus seres queridos. Desayunando temprano, llevarás energía suficiente, la misma que te ayudará a que tu mente sea más ágil, tus pensamientos más espontáneos, tu cuerpo más relajado, con mayor facilidad de movimiento y por lógica... Te estresarás menos.

Leído en: http://www.creadess.org/index.php/informate/sostenibilidad-socio-ambiental/consumo-responsable/20151-desayuno-explicado-de-manera-fantastica-por-una-endocrinologa

lunes, 18 de enero de 2016

Hemos terminado. Leído a las 17:44 h.

Levanta la cabeza del móvil y deja de leer esto un segundo. Sólo un momento. Va a ser sólo un momento. Hazlo. ¿Qué ves? Seguramente, si estás acompañado, a tu alrededor el resto de seres humanos también estén mirando una pantalla entre sus manos y ni siquiera se estén dando cuenta de que tú ya no.

Bendecimos y maldecimos la tecnología unas veinte veces al día. Es así, en 2016 las redes sociales y los teléfonos inteligentes ya son una realidad para casi todos. Ya no se te ocurre escribir una carta, ni dejar una notita ni llamar por teléfono a casa de tu amiga para quedar. Eran buenos tiempos aquellos en los que sabías que te lo iban a coger sus padres. Que ibas a tener que llamar a tu colega por su nombre real y no por cualquiera que fuese el mote por el que le llamabas en ese intenso y hasta arriba de hormonas momento vital. Eso ya no pasa. Ahora, escribes mensajes de Whatsapp llenos de iconos hasta a tu jefe. Ves la cara del bebé recién nacido de tu primo en una foto en Facebook. Te enteras de que han declarado la Tercera Guerra Mundial en Twitter porque es Trending Topic el hashtag. La vida misma.

De tarde en tarde, se cuelan en las noticias un montón de expertos que aseguran que la tecnología nos vuelve asociales. Que la gente ya no habla. Que no se cena en familia. Que ya nadie escribe cartas de amor porque ahora los chavales intercambian fotos de sus genitales. El fin del mundo, probablemente… O no.

Tu padre te increpa cada vez que te ve atontado, sonriendo a una pantalla. Sin entender que a quien sonríes es a quien está al otro lado del teléfono móvil. Ya no haces caso a nadie, dice. El asunto es que ahora haces caso a la gente que realmente te interesa, piensas tú. Aunque te quede lejos en el espacio.

¿Hablar? Hablas por mensajes, pero quizá hablas más que nunca. Qué pereza aquello de quedarse sin saldo. Los SMS malditos, donde nunca cabía nada interesante. Ahora puedes expresarte con cientos de caracteres libres y gratuitos y un par de centenares de iconos. ¿Cómo vivías antes del icono de la berenjena? Nosotros tampoco podemos entenderlo. Ahora, de hecho, hablas de tus cosas cuando quieres y con quieres. Lees lo que más te interesa o te entretienes con jueguecitos chorras ambientados en el País de la Gominola mientras llega tu autobús.

¿Realmente te ha hecho el Whatsapp menos social o ahora simplemente tienes más recursos para no contestar al teléfono? ¿De verdad has dejado de hablar con gente que te interesaba o te has dado cuenta de que te interesa mucha más gente que no conocías? Total, las caras mirando pantallas de móvil en el metro antes miraban periódicos. Libros, iPods. La gente no quiere mirar a la cara a desconocidos bajo tierra, prefiere seguir a sus cosas. También dijeron que la radio, los libros de bolsillo, la tele, los transistores o el walkman iban a acabar con la sociedad en algún momento. La gente iba a dejar de tratarse entre sí, las personas se aislarían más y más y más y sobrevendría el apocalipsis. Claro.

Pero reconócelo, tú tampoco hablabas cara a cara antes de las nuevas tecnologías y de la era de los medios digitales. Tampoco hacías caso a tu padre. Y desde luego que tampoco hubieras ido a visitar al bebé de tu primo. Dejaste de hablar con esa amiga tuya porque no os entendisteis, no volvisteis a hablaros ni a miraros nunca más por cerca que estuvieseis, el block definitivo de la vida real. También te dejaron plantada con muchos menos caracteres de los que contiene un tuit y al fin y al cabo, que alguien corte contigo por mensaje tampoco está tan mal si tienes en cuenta que no puede verte la cara de desolación ni los ojos llorosos y que te quita toda posibilidad de perseguirle por la calle diciendo que vas a cambiar.

No, el Whatsapp no te ha hecho menos social. Sólo te ha hecho mucho más fácil ser el antisocial que siempre has sido. Vuelve a mirar fuera de la pantalla si necesitas confirmación. La vida sigue. Y tú todavía tienes notificaciones sin leer.


Adriana Andolini
Escritora de cosas en general. No suelo cambiar de opinión, pero puedes intentarlo con dulces. Demasiado graciosa como para ser ninguna otra cosa en la vida. Redactora, guionista, copywriter, creative writer y lo todo el writing que surja.


Leído en: http://seiyumagazine.com/hemos-terminado-leido-a-las-1744h/

domingo, 17 de enero de 2016

El efecto Pigmalión

Un día, Thomas Alva Edison llegó a casa y le dio a su mamá una nota. Él le dijo a ella: "Mi maestro me dio esta nota y me dijo que sólo se la diera a mi madre."

Los ojos de su madre estaban llenos de lágrimas cuando ella leyó en voz alta la carta que le trajo su hijo: "Su hijo es un genio, esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros para enseñarlo, por favor enséñele usted".

Muchos años después la madre de Edison falleció, y él fue uno de los más grandes inventores del siglo.

Un día él estaba mirando algunas cosas viejas de la familia. Repentinamente él vio un papel doblado en el marco de un dibujo en el escritorio. Él lo tomó y lo abrió. En el papel estaba escrito: "Su hijo está mentalmente enfermo y no podemos permitirle que venga más a la escuela."

Edison lloro por horas, entonces él escribió en su diario: "Thomas Alva Edison fue un niño mentalmente enfermo, pero por una madre heroica se convirtió el el genio del siglo."

Qué impresionante la reacción de la mamá, ¿verdad?. En lugar de leer lo que realmente decía la carta, y habiendo podido hacer sentir menos a su hijo, le dio un giro completamente y ¡le inyectó seguridad y certeza a su hijo! Le hizo creer que era un genio y se lo creyó tanto, que creció y murió siéndolo. Es asombroso el poder que tienen los padres sobre los hijos.

Es muy importante recordar siempre el poder que tienen las palabras...

lunes, 4 de enero de 2016

Tener clase

No depende de la posición social, ni de la educación recibida en un colegio elitista, ni del éxito que se haya alcanzado en la vida. Tener clase es un don enigmático que la naturaleza otorga a ciertas personas sin que en ello intervenga su inteligencia, el dinero ni la edad. Se trata de una secreta seducción que emiten algunos individuos a través de su forma natural de ser y de estar, sin que puedan hacer nada por evitarlo. Este don pegado a la piel es mucho más fascinante que el propio talento. Aunque tener clase no desdeña la nobleza física como un regalo añadido, su atractivo principal se deriva de la belleza moral, que desde el interior del individuo determina cada uno de sus actos. La sociedad está llena de este tipo de seres privilegiados. Tanto si es un campesino analfabeto o un artista famoso, carpintero o científico eminente, fontanero, funcionaria, profesora, arqueóloga, albañil rumano o cargador senegalés, a todos les une una característica: son muy buenos en su oficio y cumplen con su deber por ser su deber, sin darle más importancia. Luego, en la distancia corta, los descubres por su aura estética propia, que se expresa en el modo de mirar, de hablar, de guardar silencio, de caminar, de estar sentados, de sonreír, de permanecer siempre en un discreto segundo plano, sin rehuir nunca la ayuda a los demás ni la entrega a cualquier causa noble, alejados siempre de las formas agresivas, como si la educación se la hubiera proporcionado el aire que respiran. Y encima les sienta bien la ropa, con la elegancia que ya se lleva en los huesos desde que se nace. Este país nuestro sufre hoy una avalancha de vulgaridad insoportable. Las cámaras y los micrófonos están al servicio de cualquier mono patán que busque, a como dé lugar, sus cinco minutos de gloria, a cambio de humillar a toda la sociedad. Pero en medio de la chabacanería y mal gusto reinante también existe gente con clase, ciudadanos resistentes, atrincherados en su propio baluarte, que aspiran a no perder la dignidad. Los encontrarás en cualquier parte, en las capas altas o bajas, en la derecha y en la izquierda. Con ese toque de distinción, que emana de sus cuerpos, son ellos los que purifican el caldo gordo de la calle y te permiten vivir sin ser totalmente humillado.

Manuel Vicent para El País

http://elpais.com/diario/2010/03/07/ultima/1267916401_850215.html

El despropósito de los exámenes de enero

¿Algún responsable de la política universitaria piensa en España de verdad en los usuarios del servicio, es decir, en nuestros estudiantes? Tal pregunta no es el pie para enlazar un análisis sobre los males de la enseñanza superior, cuestión a la que ya me he referido aquí en otras ocasiones, sino para algo mucho más elemental: mostrar mi estupor, como profesor universitario y como padre, por el hecho insólito de que a nadie se la haya pasado por la cabeza el mayúsculo y obvio disparate que supone hacer en enero los primeros exámenes del curso, inmediatamente después, por tanto, de las vacaciones escolares navideñas.

Tradicionalmente, y con una lógica de cajón, los exámenes universitarios finales se celebraban en España en junio y en septiembre, más una convocatoria extraordinaria en febrero, que permitía a quienes llevaban materias pendientes aligerar su carga antes de junio. Y todo ello con una cierta flexibilidad, que posibilitaba que los estudiantes realizasen parciales y negociasen, dentro de un margen razonable, las fechas de celebración de sus exámenes.

Luego vino el desastre de Bolonia, la organización del curso en dos semestres (que son en realidad dos cuatrimestres que se quedan a la postre en dos trimestres) y un calendario de exámenes que es un puro despropósito: pruebas del primer cuatrimestre en enero, del segundo en mayo y recuperaciones en junio y la primera parte de julio. En una palabra: durante seis meses se realizan todos los exámenes y durante los restantes seis meses ni uno solo. ¡Viva el sentido común y la racionalidad!

Esa falta de sentido común, que parece haberse convertido en la marca de la casa de nuestra política universitaria, es la que explica que los exámenes del primer cuatrimestre (en los que, en una nueva muestra de insensatez, los alumnos afrontan ¡cinco, seis o incluso siete asignaturas!) se celebren inmediatamente después del período navideño, que reúne más fiestas que ningún otro en todo el año: Nochebuena, Navidad, Nochevieja, primero de año, vísperas de Reyes y Reyes, y todo ello en medio de las compras, las rebajas, los viajes a ver a la familia y un sinfín de juergas, es decir, de una interminable lista de elementos disuasores del estudio. Hacer los exámenes en enero es la mejor forma de garantizar que la cuesta de ese mes será aún más dura, por tener que cargar, encima de con todo lo demás, con las correspondientes calabazas.


Sí, ya sé que los alumnos deben ir estudiando desde que el curso da comienzo, pero forzarlos a dar el apretón final en medio del jolgorio navideño es una crueldad, además de una supina irresponsabilidad. Una más de las muchas que convierten bastantes de las cosas que hacemos en las universidades en socialmente incomprensibles. También, claro, para nuestros estudiantes.

Roberto L. Blanco Valdés en La Voz de Galicia
http://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2014/01/08/desproposito-examenes-eneroel-martirio-continua-agrava/0003_201401G8P15993.htm#.VolwO4bBboU.facebook