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jueves, 3 de julio de 2014

Lo que no soportamos (ellas y ellos)

La experiencia de la paternidad ha llevado al actor Nancho Novo a reflexionar, con mucho humor, en El Cibernícola (Temas de Hoy) sobre uno de los grandes retos a los que se habrá de enfrentar el hombre del futuro, y que no será otro que intentar ponerse a la altura de las mujeres. El autor, que tras cinco temporadas de éxito continúa representando sobre el escenario un monólogo con el tema universal de la guerra entre los sexos, ha publicado un manual de instrucciones para entender “a esos extraños seres” que, en su opinión, quizá no sean tan fuertes, tan altos ni tan veloces como los hombres, pero que, sin duda, parecen más listos.
 
Vivir en pareja presenta una única dificultad. Pero es muy gorda. Y es que hay cosas de la vida cotidiana que, intrínsecamente, las mujeres nunca soportarán de un hombre. Y al revés también.
 
¿Qué no soportan los hombres en la convivencia con una mujer?
 
Que se metan en nuestras cosas
 
Tanto en las materiales como en las mentales. Igual que detestamos que nos toquen el desorden controlado de nuestra mesa de trabajo, de nuestro taller, de nuestro estudio o lo que sea que cada uno tenga como Santa Sanctorum en su casa, de ese mismo modo nos resulta intolerable que indaguen en nuestras trifulcas mentales, en nuestros desánimos y desvaríos. No descubro nada nuevo si afirmo con absoluta rotundidad que el inefable ‘¿en qué piensas, cariño?’ nos saca de quicio hasta límites que nos impelerían a responder con una grosería si no fuese porque sabemos que eso no estaría bien.
 
Sentirnos controlados
 
Obviamente, si a cada momento tu pareja quiere saber qué estás haciendo o pensando, uno puede llegar a pensar que se ha casado con un miembro de la Gestapo. No es así. Insisto en que no lo hacen por controlar. Bueno, sí por controlar, pero no en el sentido de tenernos controlados para podernos manejar, que es la paranoia que nos entra a nosotros.
 
Que nos reconvengan todo el rato
 
Sobre todo que nos achaquen una presunta pasividad para todo. Reconozcamos que, en ocasiones, no tan presunta. Hay una frase muy recurrente de la mujer a su pareja: “Anda, hijo, que te cuesta más hacer cualquier cosa”. Muchas veces es verdad. Sí, no pongas esa cara.
 
A veces, en casa, hacemos menos avío que un cenicero en una moto. Pero muchas otras veces, hacer “cualquier cosa” puede ser que te pongas a colgar unas cortinas en el momento que a ella le apetezca sin contar que tú podrías estar haciendo, en ese momento, algo mucho más importante, como resolver el Sudoku de grado difícil que te tiene atascado desde hace tres días, o viendo las repeticiones de los goles del día anterior desde unas cámaras superlentas instaladas en el cogote del árbitro.
 
Que nos hagan ir con ellas a Mercadona
Ir de compras, en general, a los hombres no nos hace mucha gracia. Hablamos en general, repito por enésima vez. Pero a hacer la compra sí vamos, cuando vivimos solos, básicamente porque hay que comer. Y sabemos hacer nuestra compra, que es rápida, metódica dentro de su aparente anarquía: vas a toda leche por los pasillos con el carrito derrapando en las curvas y vas dejando caer sobre él todo aquello que se ajuste a tus apetencias y tu poder adquisitivo. Suele ser siempre lo mismo: congelados y cervezas (admito que este mito se derrumba poco a poco y cada vez somos más los hombres cocinillas, pero seguimos en minoría).
 
Que quieran compartirlo todo
 
¿No te has fijado en que cuando vas a un restaurante con tu chica nunca pedís el mismo plato? Es curioso. Ella siempre se empeñará en que pidáis cosas diferentes. ¿Por qué eso? Porque para ellas una relación tiene utilidad y fundamento en compartirlo todo.
 
¿Qué no soportan las mujeres en la convivencia con un hombre?
 
Que las ignoren cuando hablan
 
Y no es que lo hagamos, pero muchas veces lo parece. No olvides que la conquistaste haciéndolo ver que era lo más importante de tu vida, haciéndole creer que era el centro del universo. Y, de repente, se ve convertida en un mobiliario más de tu edificio emocional. Ten en cuenta que las mujeres, de serie, son más inseguras que nosotros. Sobre todo en el terreno emocional. A la mujer hay que reforzarle el ánimo; al hombre, el ego.
 
Que no mostremos interés por hacer el nido
 
Una mujer ha de hacer de su casa algo muy personal. Un rincón único donde instalar el amor. Su casa ha de ser especial, con un sello propio, aunque al final vayan casi todas a comprar a Ikea, y a la hora de decorar siempre busquen imitar algún detalle muy bonito que vieron en casa de alguna amiga, o en alguna foto de una revista. A los hombres, en general, eso nos trae al pairo. Y ellas lo interpretan como una falla, una grieta en nuestro amor, al no mostrar interés por hacer el nido.
 
Que esté siempre puesto el fútbol en la tele
 
A la mayoría de las mujeres, el soniquete del fútbol les molesta en extremo. Por varias y justificadísimas razones: primera, le recuerda a la infancia y los momentos de aislamiento a que se veía sometida por parte de su padre, que pasaba de quererla muchísimo a ignorarla por completo cuando empezaba el fútbol. Segunda, porque mientras hay fútbol ya no se puede hacer otra cosa en casa que no sea ésa: ver el fútbol. Tercera, porque una vez comienza ese sonido, su chico desaparece de su vida, es abducido a una cuarta o quinta dimensión y no se puede contar con él para nada durante las siguientes dos horas. Cuarta, porque el fútbol es un coñazo y además lo ponen a todas horas.
 
Que dejemos las cosas por ahí. El desorden
 
Eso las saca de quicio. No creo que tenga ninguna explicación antropológica, ni bíblica. Es un asunto educacional y lúdico. De pequeñas ya jugaban a ordenar cosas. Hay una explicación psicológica que no está avalada por ningún estudio. Es una paja mental mía. Yo creo que las mujeres necesitan mucho orden en su entorno porque les cuesta más que a nosotros sobrellevar su propio desorden emocional. Los hombres damos por hecho y admitido que la psique es anárquica, independiente y puñetera. Sabemos que no se puede controlar y convivimos con estos desórdenes como quien pasea a su mascota.
 
Las fugas de gas
 
Un cuesco, un eructo, para nosotros no es más que una anécdota jocosa. Para ellas es un escarnio. Coño, imagínate que te lo hiciera ella. De entrada, perdería todo el sex-appeal. ¿Cómo vas a desnudar un cuerpo capaz de emitir semejantes pestilencias? ¿Qué morbo te va a dar explorarlo, si sabes que en cualquier momento, de uno de sus orificios puede salir una fuga que ríete tú de la Chernóbil? Pues aplícate el cuento. Para esto los tíos somos demasiados laxos. Y no mola.