La experiencia de la paternidad ha llevado al actor
Nancho Novo a reflexionar, con mucho humor, en El Cibernícola (Temas de Hoy)
sobre uno de los grandes retos a los que se habrá de enfrentar el hombre del
futuro, y que no será otro que intentar ponerse a la altura de las mujeres. El
autor, que tras cinco temporadas de éxito continúa representando sobre el
escenario un monólogo con el tema universal de la guerra entre los sexos, ha
publicado un manual de instrucciones para entender “a esos extraños seres” que,
en su opinión, quizá no sean tan fuertes, tan altos ni tan veloces como los
hombres, pero que, sin duda, parecen más listos.
Vivir en pareja presenta una única dificultad. Pero
es muy gorda. Y es que hay cosas de la vida cotidiana que, intrínsecamente, las
mujeres nunca soportarán de un hombre. Y al revés también.
¿Qué no
soportan los hombres en la convivencia con una mujer?
Que se metan en nuestras cosas
Tanto en las materiales como en las mentales. Igual
que detestamos que nos toquen el desorden controlado de nuestra mesa de
trabajo, de nuestro taller, de nuestro estudio o lo que sea que cada uno tenga
como Santa Sanctorum en su casa, de ese mismo modo nos resulta intolerable que
indaguen en nuestras trifulcas mentales, en nuestros desánimos y desvaríos. No
descubro nada nuevo si afirmo con absoluta rotundidad que el inefable ‘¿en qué
piensas, cariño?’ nos saca de quicio hasta límites que nos impelerían a
responder con una grosería si no fuese porque sabemos que eso no estaría bien.
Sentirnos controlados
Obviamente, si a cada momento tu pareja quiere
saber qué estás haciendo o pensando, uno puede llegar a pensar que se ha casado
con un miembro de la Gestapo. No es así. Insisto en que no lo hacen por
controlar. Bueno, sí por controlar, pero no en el sentido de tenernos controlados
para podernos manejar, que es la paranoia que nos entra a nosotros.
Que nos reconvengan todo el rato
Sobre todo que nos achaquen una presunta pasividad
para todo. Reconozcamos que, en ocasiones, no tan presunta. Hay una frase muy
recurrente de la mujer a su pareja: “Anda, hijo, que te cuesta más hacer
cualquier cosa”. Muchas veces es verdad. Sí, no pongas esa cara.
A veces, en casa, hacemos menos avío que un
cenicero en una moto. Pero muchas otras veces, hacer “cualquier cosa” puede ser
que te pongas a colgar unas cortinas en el momento que a ella le apetezca sin
contar que tú podrías estar haciendo, en ese momento, algo mucho más
importante, como resolver el Sudoku de grado difícil que te tiene atascado
desde hace tres días, o viendo las repeticiones de los goles del día anterior
desde unas cámaras superlentas instaladas en el cogote del árbitro.
Que nos hagan ir con ellas a Mercadona
Ir de compras, en general, a los hombres no nos
hace mucha gracia. Hablamos en general, repito por enésima vez. Pero a hacer la
compra sí vamos, cuando vivimos solos, básicamente porque hay que comer. Y
sabemos hacer nuestra compra, que es rápida, metódica dentro de su aparente
anarquía: vas a toda leche por los pasillos con el carrito derrapando en las
curvas y vas dejando caer sobre él todo aquello que se ajuste a tus apetencias
y tu poder adquisitivo. Suele ser siempre lo mismo: congelados y cervezas
(admito que este mito se derrumba poco a poco y cada vez somos más los hombres
cocinillas, pero seguimos en minoría).
Que quieran compartirlo todo
¿No te has fijado en que cuando vas a un
restaurante con tu chica nunca pedís el mismo plato? Es curioso. Ella siempre
se empeñará en que pidáis cosas diferentes. ¿Por qué eso? Porque para ellas una
relación tiene utilidad y fundamento en compartirlo todo.
¿Qué no
soportan las mujeres en la convivencia con un hombre?
Que las ignoren cuando hablan
Y no es que lo hagamos, pero muchas veces lo
parece. No olvides que la conquistaste haciéndolo ver que era lo más importante
de tu vida, haciéndole creer que era el centro del universo. Y, de repente, se
ve convertida en un mobiliario más de tu edificio emocional. Ten en cuenta que
las mujeres, de serie, son más inseguras que nosotros. Sobre todo en el terreno
emocional. A la mujer hay que reforzarle el ánimo; al hombre, el ego.
Que no mostremos interés por hacer el nido
Una mujer ha de hacer de su casa algo muy personal.
Un rincón único donde instalar el amor. Su casa ha de ser especial, con un
sello propio, aunque al final vayan casi todas a comprar a Ikea, y a la hora de
decorar siempre busquen imitar algún detalle muy bonito que vieron en casa de
alguna amiga, o en alguna foto de una revista. A los hombres, en general, eso
nos trae al pairo. Y ellas lo interpretan como una falla, una grieta en nuestro
amor, al no mostrar interés por hacer el nido.
Que esté siempre puesto el fútbol en la tele
A la mayoría de las mujeres, el soniquete del
fútbol les molesta en extremo. Por varias y justificadísimas razones: primera,
le recuerda a la infancia y los momentos de aislamiento a que se veía sometida
por parte de su padre, que pasaba de quererla muchísimo a ignorarla por
completo cuando empezaba el fútbol. Segunda, porque mientras hay fútbol ya no
se puede hacer otra cosa en casa que no sea ésa: ver el fútbol. Tercera, porque
una vez comienza ese sonido, su chico desaparece de su vida, es abducido a una
cuarta o quinta dimensión y no se puede contar con él para nada durante las siguientes
dos horas. Cuarta, porque el fútbol es un coñazo y además lo ponen a todas
horas.
Que dejemos las cosas por ahí. El desorden
Eso las saca de quicio. No creo que tenga ninguna
explicación antropológica, ni bíblica. Es un asunto educacional y lúdico. De
pequeñas ya jugaban a ordenar cosas. Hay una explicación psicológica que no
está avalada por ningún estudio. Es una paja mental mía. Yo creo que las
mujeres necesitan mucho orden en su entorno porque les cuesta más que a
nosotros sobrellevar su propio desorden emocional. Los hombres damos por hecho
y admitido que la psique es anárquica, independiente y puñetera. Sabemos que no
se puede controlar y convivimos con estos desórdenes como quien pasea a su
mascota.
Las fugas de gas
Un cuesco, un eructo, para nosotros no es más que
una anécdota jocosa. Para ellas es un escarnio. Coño, imagínate que te lo
hiciera ella. De entrada, perdería todo el sex-appeal. ¿Cómo vas a desnudar un
cuerpo capaz de emitir semejantes pestilencias? ¿Qué morbo te va a dar explorarlo,
si sabes que en cualquier momento, de uno de sus orificios puede salir una fuga
que ríete tú de la Chernóbil? Pues aplícate el cuento. Para esto los tíos somos
demasiados laxos. Y no mola.