Hoy, en la Unión Europea, los partidos gobernantes
que llevan a cabo políticas públicas de claro signo neoliberal (recortes de
gasto público, incluyendo gasto público social; privatización de servicios
públicos y del Estado del Bienestar -tales como sanidad, educación, servicios
domiciliarios de atención a las personas con dependencia, escuelas de infancia
o servicios sociales, entre otros-; y reducción de las pensiones y de los
salarios) que no estaban en sus programas electorales pagan un elevado coste electoral.
Por lo general, no salen reelegidos. Como bien dijo un portavoz de uno de estos
partidos, “nosotros sabemos qué políticas públicas deben realizarse, pero no
sabemos qué hacer para que el electorado nos elija de nuevo”.
Una excepción, sin embargo, es España. En este
país, un partido conservador, el Partido Popular, perteneciente al Partido
Popular Europeo, que se ha distinguido por haber formado uno de los gobiernos
que ha implementado con mayor intensidad las políticas neoliberales, saldría
vencedor, según todas las encuestas, en las próximas elecciones legislativas y
también es probable –según las mismas encuestas- que gane las elecciones
europeas del 25 de mayo. En Catalunya, donde gobierna una coalición de dos
partidos -uno conservador, perteneciente a la misma familia política que el
Partido Popular (el Partido Popular Europeo), y otro liberal (CDC, miembro de
la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa)- que han impuesto estas
políticas a la población que vive en Catalunya, es probable que esta coalición
gane las elecciones europeas en unas semanas y que gane también las autonómicas
en un futuro próximo. En muy pocos países europeos está ocurriendo que un
gobierno que imponga estas políticas neoliberales sea reelegido. ¿Por qué?
La especificidad del caso español
Una de las causas de esta peculiaridad se encuentra
en el contexto político español, resultado de la transición inmodélica de la
dictadura a la democracia, que dejó poco cambiado el aparato ideológico del
Estado, reproduciendo a nivel central un nacionalismo españolista (término que
utilizo sin ningún sentido peyorativo) ampliamente extendido en grandes
sectores de la población española que ven a España como un Estado uninacional
(a diferencia de la visión como un Estado plurinacional), borbónico, jacobino y
radial, centrado en el establishment político y mediático basado en la capital
del Reino, que rige los destinos del país. La considerable descentralización
administrativa que ocurrió durante la Transición, con el establecimiento del
Estado de las Autonomías, no fue acompañada de cambios significativos en la
descentralización del poder político ni tampoco en el reconocimiento de la
plurinacionalidad del Estado español. Este nacionalismo españolista no admite
otra visión de España, habiendo definido históricamente como anti España o
separatista a aquellos que no comulgan con su visión. Esta visión uninacional
de España tuvo su máxima expresión durante la dictadura, pero una versión light
se perpetúa en grandes sectores de la población. Su máximo exponente es el
Partido Popular (ayudado por UPyD y
Ciutadans), que se presenta como el gran defensor de España frente a los
separatistas, lo cual tiene una gran capacidad de movilización.
No es de extrañar, pues, que ante ese nacionalismo
españolista, hoy promocionado por el partido gobernante, se reavive otro
periférico, en Catalunya, el nacionalismo catalanista, que considera, no a
España, sino al Estado español como al adversario, que niega la
plurinacionalidad del Estado. Este nacionalismo catalanista (que es mucho más
amplio que el movimiento independentista) está muy extendido entre la población
catalana. El gobierno CiU, consciente de la potencia de este nacionalismo
catalanista, está intentando liderarlo, presentando las políticas neoliberales
como las únicas posibles como resultado del mandato procedente del gobierno
central de Madrid, añadiendo, junto con su aliado ERC, que el gran retraso
social en Catalunya se debe al “expolio” nacional, es decir, el expolio de
Catalunya por parte de España. Debido a un control abusivo de los medios de
información públicos, TV3 y Catalunya Ràdio (que no tiene nada que envidiar al
control de TV1 por parte del PP), este mensaje está calando de manera que la
sensibilidad económica neoliberal queda oculta bajo un nacionalismo catalanista
conservador. El economista independentista más ultraliberal hoy en Catalunya es
el “economista de la casa” (como se le define en TV3), dando clases de
neoliberalismo en sus llamadas Lliçons d’Economia (Lecciones de Economía).
Ninguna otra sensibilidad económica tiene el mismo privilegio o acceso a
espacio público.
Los nacionalismos conservadores se retroalimentan:
la causa de la ausencia de diálogo
Este enfrentamiento de los nacionalismos, el
españolista y el catalanista, es sumamente rentable políticamente. Se alimentan
el uno del otro. Es más, el nacionalismo y su enorme capacidad de movilización
–que explica que ambos partidos, el PP y CiU, saldrían victoriosos en las
elecciones- han ocultado casi completamente su neoliberalismo. La constante
llamada al diálogo entre el gobierno PP y el gobierno CiU ignora que a ambos
partidos, PP y CiU (aliada con ERC), la tensión creada entre los dos
nacionalismos les beneficia. La defensa de la “unidad de España”, basándose en la
Constitución, con el amplio apoyo de las
Cortes, es enormemente rentable para el PP (excepto en Catalunya, donde este
partido ha sido siempre un partido minoritario). Y en Catalunya, el argumento
del expolio nacional es casi perfecto, pues oculta el “expolio social” que allí
está ocurriendo, donde las rentas del capital (como también ocurre en España)
sobrepasan, por primera vez, en el periodo post dictatorial, las rentas del
trabajo. Su supuesta rigidez es un cálculo electoral altamente rentable. El hecho
de que el expolio social (resultado del dominio del capital financiero y
empresarial en las instituciones financieras, económicas, políticas y
mediáticas) sea –tal como he documentado en varios de mis trabajos- mucho mayor
que el supuesto expolio nacional es ocultado o ignorado.
Esta situación se hubiera podido prevenir si
hubiera habido una ruptura en 1978 con el Estado anterior, con el
establecimiento de la visión que las fuerzas republicanas -lideradas por las
izquierdas- habían tenido del Estado español
durante la lucha antifascista, con su plurinacionalidad y reconocimiento del
derecho de autodeterminación (acentuando el carácter voluntario y no impuesto
de la unidad entre pueblos y naciones), con una democracia representativa,
auténticamente proporcional, enriquecida con amplias dosis de democracia
directa y participativa. Esta ruptura (en contra de las visiones idealizadas de
la Transición) no ocurrió. El enorme dominio que las fuerzas conservadoras
tuvieron en el proceso de Transición de la dictadura a la democracia explica
que el Estado postdictatorial fuera un Estado con escasa sensibilidad social,
poco democrático y uninacional, sin permitir el desarrollo de la
plurinacionalidad del Estado.
Es importante señalar que, incluso dentro del
Estado actual, podrían haberse diluido las tensiones nacionales con la
aprobación del Estatuto propuesto por el gobierno Tripartito y aprobado por el
Parlament catalán. Pero el nacionalismo españolista, defendido por los
herederos de la dictadura, el PP, lo impidió. El Estatuto aprobado por el
Parlament catalán, “cepillado” y aprobado por las Cortes españolas y en
referéndum por el pueblo catalán, fue vetado (en elementos importantes,
aprobados en otros estatutos) por el Tribunal Constitucional, sin que hubiera una
protesta generalizada en España (excepto en Catalunya). Es lógico que la
victoria del PP en las últimas elecciones legislativas con su proyecto de
“españolizar Catalunya” creara una enorme respuesta en Catalunya, que se irá
radicalizando.
El error de las izquierdas españolas y algunas
catalanas
El gran error de algunas izquierdas (y muy en
particular del socialismo español) fue abandonar la visión republicana del
Estado español y su aceptación del derecho de autodeterminación durante la
clandestinidad. Puede que no hubiera ninguna alternativa posible. Pero el gran
error de tales izquierdas fue abandonar sus valores. Como también fue un error
definir como nacionalismos a los periféricos, sin aceptar que el más opresivo
de todos los nacionalismos era el central. En realidad, ni siquiera se define a
este como nacionalismo. Cuando Rubalcaba inició su discurso en las Cortes
negando que fuera nacionalista, ignoraba que su visión uninacional de España
era profundamente nacionalista.
La respuesta de estas izquierdas ha sido intentar
centrarse en lo social, dejando a parte lo nacional, percibiendo el
nacionalismo como un movimiento creado por las derechas en Catalunya para
movilizar al mundo del trabajo al lado de la burguesía. Pero esta estrategia
olvida que otro nacionalismo existe (llámese catalanismo o lo que fuera) y no
es una creación de la burguesía, sino ampliamente arraigado en amplios sectores
populares (véase mi artículo “La Sagrera: la Catalunya real”, en Público,
26.11.13). Existen hoy movilizaciones en Catalunya que tienen una base popular
y cuyo incremento se debe, predominantemente, a la agresividad del movimiento
nacionalista españolista. Los ejemplos de esta agresividad son múltiples.
Véanse las declaraciones de la ultraderecha, que por desgracia se extienden a
algunos sectores de las izquierdas (como vimos hace poco en un artículo
reciente publicado en este diario), que acusa a las izquierdas catalanas de
estimular el odio a España, declaraciones que tienen por objetivo precisamente
estimular la catalanofobia extendida en sectores de la ultraderecha y algunas
voces de izquierda. Acusar (como se escribía en aquel artículo) al Presidente
Maragall o al Presidente Montilla y sus gobiernos, por ejemplo, de estimular el
odio a los distintos pueblos de España (cuando lo que estaban intentando era
redefinir España) muestra la intolerancia del nacionalismo españolista que se
caracteriza por definir como anti España y secesionistas a aquellos que quieren
redefinir España.
Acusar a las izquierdas catalanas, además, de estar
también contaminadas por el nacionalismo catalán (de nuevo por querer cambiar
su visión de España) y de haberse olvidado también de la lucha de clases es
desconocer la realidad catalana y la mayoría de las izquierdas en Catalunya.
Basta leer los escritos de la mayoría de partidos de izquierda para ver la
falsedad y mezquindad de tales acusaciones. Pero, afortunadamente, hay cambios
notables en España. Uno de ellos fueron las marchas de la dignidad, en las que
los diversos pueblos de España exigían otra España. Y otro fue el debate en las
páginas de Público, que fue, quizás por primera vez, un debate en un foro español sobre el derecho
a decidir sin insultos y con respeto mutuo. Hoy, y en contra de lo que asumen
voces de izquierda en España, el mundo del capital, en Catalunya, no desea el
derecho a decidir, que es, ni más ni menos, un indicador del hartazgo de
grandes sectores de la población catalana, no hacia España (como la
ultraderecha y algunas izquierdas lo presentan maliciosamente), sino hacia un
Estado español acerca del cual la
mayoría de la población española, además de la catalana, considera que no les
representa (ver mi artículo “Las necesarias marchas de la dignidad”, Público,
25.03.14). Derecho a decidir no es una llamada a la independencia, aun cuando,
la propia coherencia implica que tal alternativa debe ser una oferta en el
derecho a escoger que es intrínseco en el derecho a decidir.
El futuro de España no pueda ser una III República
que reproduzca el nacionalismo españolista que aparece en algunos de sus
proponentes, sino que debe ser la España que, heredera de la II República,
abrirá la puerta a una España plurinacional en que la unidad de los distintos
pueblos y naciones sea voluntaria y no impuesta. El golpe militar del 1936 fue
un golpe de las clases privilegiadas frente a las clases populares. Pero parece
haberse olvidado que fue también un golpe militar para imponer una visión de
España, la uninacional, que reprimió a la nación catalana, entre otras. Fueron
las izquierdas catalanas (y españolas) las que vieron a la dictadura como la
responsable del retraso social y de la imposición nacional. Es sobre este
reconocimiento sobre el que una III República podría constituirse. Negarse a
establecer una España plurinacional llevaría indudablemente al separatismo, que
ha sido históricamente minoritario en Catalunya. El modelo que siempre
defendieron la mayoría de las izquierdas catalanas fue el federal, pero para
que ello ocurriera se necesitaba que hubiera un movimiento federal en España,
que respetara la igualdad entre los distintos componentes de la federación. Su
ausencia a nivel de España hasta hace poco explica el crecimiento del
independentismo, asumiendo que se haya agotado la tercera vía. Que sea o no
así, depende bastante de lo que ocurra no solo en Catalunya sino también en
España. Lo que sí debería entenderse es que la situación actual no es
sostenible, pues estimula hostilidades y odios entre pueblos que comparten una
lucha común.
Vicenç Navarro – Consejo Científico de ATTAC España
Catedrático de Ciencias Políticas y Políticas
Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Artículo publicado en Público.es