A ver si nos entendemos, que dirían Faemino y Cansado. Juega la selección española una final, la Roja , como la llaman unos para abreviar y otros por no poner en su boca una palabra, España, que consideran tóxica. Y como la cosa tiene su emoción resulta que hasta aquellos que ignoramos la caligrafía deportiva nos sentimos de pronto concernidos. ¿Absurdo? Relativamente. Cuando se está lejos de casa este tipo de finales sirve para convocar amigos, cuando se está en casa para reunir a familiares y asociados. Se preparan unas tapas, se celebran los goles, y aquí paz y después gloria. Hay, desde luego, quien se pasa la noche informando a la vecindad de que es español-español-español, pero es una minoría teniendo en cuenta el número de espectadores que se queda en casa. Para evitar ser informada de madrugada de las aficiones ajenas abandoné el centro de la ciudad. Ocurría que cuando no me informaban de una orgullosa condición sexual, me informaban de creencias religiosas, de la afición al alcohol o de que tenían claxon en su propio automóvil, que es algo que hincha el pecho de algunos conductores. Hubo una época, en fin, en la que fui la persona más informada del mundo. Para evitarlo, me mudé a un barrio de esos de gente poco comunicativa, en donde sólo te saca del sueño un gato que informa a otros gatos de que está en celo.
Somos muchos los que huimos de los entusiasmos colectivos. Pero esta reticencia mía a las multitudes no significa que no entienda que en un país deprimido, como el nuestro, no haya momentos insensatos de celebración. Dicen que esta victoria es un tanto que se apunta el gobierno, que es una cortina de humo, que celebrando goles nos olvidamos del fuego… A estos concienciados sin descanso, les diría, ¿no pensáis que la realidad siempre se impone al día siguiente? ¿por qué considerar gilipollas al prójimo?
Elvira Lindo para El País
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