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jueves, 14 de junio de 2012

El morbo de la monogamia

Dormir desnuda en verano es un capricho para mí, sobre todo cuando las sábanas están limpias con un olor leve de detergente y suavizante. Cuando las huelo, me las imagino secándose en el sol del Mediterráneo y disfruto su tacto y su frescor al acariciar mi piel. Es puro placer sensual  a veces tan intenso que me resulta difícil de soportar.

Con el tiempo he aprendido que este olor a sábanas limpias puede significar diferentes cosas a otras personas. Recuerdo un amigo que se obsesionó por este detalle durante una fase de promiscuidad. Cada vez que tenía una aventura de una noche, nada más despedir por la puerta a sus amantes, se iba corriendo hacia la cama para quitar las sábanas y ponerlas en la lavadora de inmediato. Afirmaba que no quería notar ningún rastro de sus amantes casuales. No obstante, ahora que se encuentra inmerso en una relación monógama, cambia las sábanas con menos frecuencia porque quiere recordar la presencia de su pareja en su cama tanto como sea posible. Cuando uno está enamorado, estos pequeños recordatorios significan mucho.

La monogamia tiene la mala fama de ser considerada sinónimo de monotonía para muchos. O, a menudo, es vista como una manera antigua de vivir. Pero no tiene por qué ser predecible o monótona, aunque resulte cada vez más difícil de mantener la chispa en la pareja. La existencia de páginas webs como la de Ashley Madison y otras parecidas han convertido la infidelidad en una moda además de un negocio lucrativo. Parece ser que es más fácil y tolerada que nunca.

Mientras es cierto que lo misterioso puede ser excitante, yo creo que la confianza y la monogamia pueden ponernos todavía más. Esto se hace evidente en la fase luna de miel de una relación a largo plazo. El proceso de aprender el cuerpo de una nueva pareja puede durar semanas, meses o años y no deja de ser una experiencia morbosa.

El sexo en casa al principio de una convivencia es como una fiesta constante donde los únicos invitados sois tú y tu pareja. La exploración de todos los lugares secretos en la piel de cada uno se refleja en todos los rincones de la vivienda. ¿Para qué salir en busca de aventuras fuera de casa cuando uno puede tener más de lo que uno puede desear y manejar en el dormitorio, salón y cocina?

Una película que retrata lo mejor del sexo monógamo es Nine Songs (2004) que sigue una relación de doce meses entre Matt y Lisa (clik aquí para ver el trailer). El objetivo del director Michael Winterbottom era mostrar una historia de amor a través del sexo. Aunque la película se hizo famosa por sus escenas de sexo reales entre los actores, para mí, los momentos delicados y convincentes de la intimidad entre ellos fueron mucho más memorables. Más que cualquier otra película que he visto, “Nine songs” me recordó cuán intenso y abrumador es vivir en un cocoon sexual con su amante.

Los olores están vinculados a nuestra capacidad para recordar lugares y personas. Esto es especialmente cierto cuando pensamos en nuestros amantes. Un amigo me explicó que incluso después de veinte años de matrimonio, el olor de su mujer sigue excitándole, y no se refería a su colonia.

Los olores tienen aún más significado cuando uno está lejos de su amor. Recuerdo una relación en la cual me obsesioné por el de mi pareja. Cuando dejaba camisetas en la cama después de una noche de pasión, me las ponía. La mezcla de sus feromonas y su perfume me recordaba a él y el sexo que habíamos tenido la noche anterior. Dicen que la confianza da asco, pero yo creo que es todo al contrario y que precisamente la familiaridad es lo más sexy.

Después de disfrutar la fase luna de miel de una relación monógama a largo plazo, los retos reales y el trabajo duro necesario para mantenerlo se hacen más evidentes. En teoría, mantener la curiosidad morbosa con tu pareja no debería ser un problema, porque por muy familiar que sea alguien, nunca podemos saberlo todo acerca de sus gustos sexuales. La monotonía es un hecho cuando pensamos que se ha explorado todo y no dejamos lugar para sorpresas. Pero ese es nuestro problema, no de la relación en sí.

Por: Venus O’Hara para elpais.es