- Mamá, ¿Qué te pasa? ¿Estás llorando?
- No, cariño, es que se me ha metido una motita de polvo en
el ojo…
Vivimos en un mundo en el que, ser los primeros, es lo más
importante. Examinan a nuestros hijos continuamente y ellos sólo buscan el
sobresaliente. Se les prepara para afrontar el éxito, para celebrar los
triunfos. Se les repite hasta la saciedad: “No llores. Tienes que ser fuerte.
¡Eres el mejor!”
Hace unos días, me echaba las manos a la cabeza cuando una amiga
me comentaba que en el colegio de su hijo hacían olimpiadas de matemáticas con
cronómetro en mano y frente a un tribunal; olimpiadas de ciencias, olimpiadas
de deletrear y todo ello con niños de apenas 7-8 años. ¿Pero estamos locos o
qué?
Por supuesto, el único ganador era el primero…los 25 niños
restantes de la clase se veían como perdedores.
¿Qué está pasando? Invertimos años en preparar a nuestros
hijos para el éxito y no nos damos cuenta que la vida está llena fracasos, de
decepciones, de pequeños y de grandes obstáculos, de momentos de tristeza, de
duelo, de soledad. ¿Y eso es signo de debilidad de la especie humana? No; es la
vida.
¿De verdad pensáis que los niños de hoy en día están
preparados para afrontar dificultades? ¿Es casualidad que pediatras, psicólogos
y psiquiatras infantiles cada vez tengamos más casos de depresión infantil y de
ansiedad? ¿En qué cabeza cabe que un niño de 9 años se le diagnostique de
Depresión o de Trastorno de Ansiedad Generalizada teniéndolo todo, supuestamente,
a su alcance? Es evidente que algo no estamos haciendo bien.
Con perdón, me importa un pimiento que mi hijo sea el más
rápido en cálculo mental. Lo que no consiento es que se venga abajo por ser el
segundo, el tercero o incluso, porque no haya sido seleccionado entre los 10
primeros.
Lo que de verdad me importa, lo que me quita el sueño, en lo
que invierto toda mi energía y esfuerzo, es en desarrollar su inteligencia
emocional.
Lucho por que sea generoso, porque la empatía sea su punto fuerte. Me desvivo porque muestre sus
emociones, porque me hable de sus debilidades, porque él mismo, encuentre
soluciones a sus problemas. Peleo a diario por hacer de ellos personas
autosuficientes emocionalmente. No pasa nada por no ser el primero de clase si
te has esforzado al máximo.
Premio el esfuerzo, la entrega, la generosidad, la lealtad,
la lucha y la solidaridad. Esos son los valores vitales, los valores de vida.
¿Quién les prepara para el fracaso, para la decepción, para
el desengaño? ¿Lo habéis pensado alguna vez?
La sociedad recibe con los brazos abiertos a los
triunfadores, les prepara para los aplausos. Yo prefiero preparar a mis hijos
para las dificultades; fortalecer su autoestima, su capacidad resolutiva, su
positivismo, su espíritu de lucha. ¿Por qué valoramos tanto el éxito? Porque
antes hemos pasado por un camino más o menos angosto de lucha ¿o no?
No somos máquinas. Nosotros, los padres, no lo somos, lo
sabéis muy bien. No pretendas entonces que tu hijo lo sea.
No quiero que mis hijos piensen que su madre es una
superwoman, siempre preparada, siempre lista para todo, siempre cantarina y
perfecta. ¿Ese es el ejemplo que quiero que sigan? Y si con el paso de los años
van encontrando dificultades a lo largo de sus vidas ¿Qué pensarán? “Yo no he
sido capaz… Mamá se decepcionaría…No puedo mostrar debilidad. Mi madre siempre
ha sido tan fuerte”
Bueno, hijos- les he dicho a mis niños en alguna ocasión-
Mamá no es perfecta. Mamá también se equivoca y cuando lo hace, rectifica y
pide perdón. Mamá, como todo el mundo, llora cuando está triste. Esto que ves,
no es una motita de polvo en el ojo; son lágrimas, cariño”
Quiero que mis hijos vean que su madre es de carne y hueso.
Que no se avergüenza por llorar o por estar un poquito triste en circunstancias
puntuales, que no se esconde.
Quiero que lo vivan como algo natural… porque cuando a ellos
les ocurra se acordarán de mí y lo asumirán como normal. Aceptarán su estado de
ánimo y sacarán la fuerza necesaria para superar todo lo que obstaculice el
camino hacia su felicidad.
Los hijos no necesitan súper-padres, ni dioses; les da igual
que su papá sea médico, abogado, camarero o que esté en el paro. Los hijos
quieren un padre y una madre que estén a su lado, que jueguen con ellos, que
les expliquen las cosas, que les cuenten historias…que hablen su mismo
lenguaje. No quieren que les colmemos de regalos materiales; es mucho más
sencillo: sólo quieren tiempo junto a nosotros.
Los niños deben vernos como seres humanos, no como
superhéroes, para eso ya tienen las películas. Si te equivocas con tu hijo, no
pasa nada, pídele perdón:“Perdona cariño, me he equivocado. ¿Me perdonas?
¿Empezamos de nuevo?”
¿Sabes lo que supone para un hijo que sea el padre o la
madre el que le diga eso? No hay mejor ejemplo.
No le des tantas órdenes a tu hijo, no le llenes de reglas.
Empieza tú. Elogia su buena conducta con besos, con abrazos, con mucho, mucho
cariño. No le premies con excesivos juguetes. Si se ha equivocado, dale la
oportunidad de rectificar “Yo también me equivoco, cielo. Vamos a intentarlo de
nuevo”.
Enseña a tus hijos a disfrutar de los placeres sencillos, en
ellos está la verdadera felicidad. Suelo jugar a mis hijos a un juego que les
divierte mucho en la mesa. “Que suerte tengo..”- lo he llamado.
Empiezo yo: “Que suerte tengo que hoy no trabajo y estoy
aquí con vosotros desayunando”.
Mi hijo: “Que suerte tengo que mamá hoy me viene a buscar al
cole y no cogeré el autobús”.
Mi hija: “Que suerte tengo que me ha tocado la tostada más
grande”… Siempre terminamos riéndonos a carcajadas.
Cuéntales historias. Historias reales, de tu trabajo, de tu
día a día. Estimula su imaginación, su creatividad, su empatía… Emociónate con
ellos. Comparte aquellos vídeos que veas por internet que te hayan llegado
hondo. Explícaselos y responde a todas sus preguntas. ¡Te sorprenderás con lo
que se les ocurre!
Anímales a que sean emprendedores. A que no tengan miedo a
equivocarse, sino a no intentarlo. A rectificar si van por el camino
equivocado. A levantarse ellos solos si se caen. A pedir perdón y a aceptarlo
también. Contra la frustración: la perseverancia, la constancia.
Y recuerda que educar no es repetir siempre las mismas
palabras; educar es enseñarles a soñar, a probar, a crear, a luchar y a creer
en ellos mismos.