¿Qué empuja a alguien que ya lo tiene todo a robar a sus
conciudadanos? ¿Por qué un cantante de éxito, un deportista de élite o unos
diseñadores que visten a las mejores estrellas de Hollywood se dedican a buscar
subterfugios para no pagar a Hacienda?
Admirados por tantos, con el ego a tope y las cuentas
corrientes a años luz de nuestras facturas y nuestras hipotecas, algunos VIP
son sujetos capaces de ir de filántropos e incluso plantearse acudir a eventos
benéficos y, al mismo tiempo, contratar a un equipo de abogados especializados
en evadir impuestos.
Pero “evadir impuestos” no es un término abstracto dentro de
un titular. Esconder unos cuantos milloncejos de euros en un paraíso fiscal se
traduce en menos medios contra el cáncer, más listas de espera, masificación en
las aulas de los colegios públicos, menor cuantía y cantidad de becas, una
policía y una justicia más lentas… y mil cosas más que nos afectan a todos,
especialmente a las personas más vulnerables.
Son muchos los famosos que han defraudado a los españoles.
Ana Torroja, Lionel Messi y su padre, Isabel Pantoja o Arantza Sánchez-Vicario…
La última en conocerse ha sido Montserrat Caballé.
Lo que me llama la atención es la reacción de algunas
personas ante este tipo de fraude cuando afecta a una marca o a una empresa. La
condena a 18 meses de prisión en Italia para Dolce y Gabbana -buenos amigos de
Messi, por cierto- no es la primera en el mundo del diseño en el país vecino.
Prada y Armani ya han tenido sus problemas con el Estado italiano en el aspecto
de la evasión fiscal.
Defraudar cuando navegas en un mar de yates, oro, joyas y
mansiones que enseñas en ¡Hola! es de un egoísmo infinito, una especie de
avaricia ilimitada y obscena. Lo sorprendente de los casos de estas marcas tan
conocidas del lujo es su alta impunidad social, su capacidad para no tener que
recibir ninguna reprimenda por parte de sus clientes, que al día siguiente
vuelven a llevar sus modelos a los premios de turno. Es la evasión VIP de la
evasión fiscal.