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martes, 11 de diciembre de 2012

WhatsApp

Acaba de cumplir veinte años, pero tras una adolescencia dorada parece que el SMS es a estas alturas un atavismo a punto de estirar la pata. ¿Morir de éxito? Pues la verdad es que no. De hecho, su fin se parece más al de una lucero estrellado de Hollywood, que al de un actor imprescindible en el paseo de la fama. A pesar de que su estela haya revolucionado nuestra forma de comunicarnos -o incomunicarnos-, los días de vino y rosas quedan lejos. La explosión smartphone trajo consigo otra rebelión igualmente decisiva con la implantación masiva de aplicaciones de distinto pelaje. Y el rey, sin duda, es y ha sido Whatsapp. Tres años después de su lanzamiento sigue gozando de una privilegiada aceptación por parte de los usuarios móviles y ocupa el primer puesto del chart de descargas de la tienda de iTunes -también en la lista de campeones por ingresos-.

En junio del año pasado una empresa japonesa ofrecía una mutación de Whatsapp, gratuita y con más posibilidades de desarrollo. Meses después, las sillas empiezan a moverse y Line, que así es como se llama la última novedad móvil, vive un fulgurante ascenso entre los clientes más inconformistas del clásico de la mensajería instantánea. Ambas responden a una ecuación terriblemente simple: intercambio de textos que con más o menos acierto consiguen ahorrarnos dinero y tiempo. Line viene pisando fuerte, ya que ofrece además la posibilidad de hacer llamadas entre sus propios usuarios -¿alguien se acuerda de aquella cosa llamada Viber?-. Los emisores pueden saber también si la persona a la que han escrito ha leído los mensajes, algo que no ocurre con Whatsapp. Además, en Line no existe la última hora de conexión, ese dato inoportuno que nos solía dejar en evidencia ante preguntas del tipo, "por qué te conectaste anoche a las tres de la mañana si me dijiste que te ibas a dormir?".

El tema del double check de la aplicación estrella nos ha traído de cabeza. Jamás nos explicaron correctamente en qué consistían los dos tics que figuraban en los mensajes enviados, así que las leyendas urbanas han hecho el resto. Según algunos indicaban la confirmación de que el receptor había leído el mensaje, mientras otros aún daban una vuelta de tuerca a aquella mentira y se inventaban una más gorda. Según aclararon en mayo de este año los propios responsables en su cuenta de Twitter  -un poco tarde quizás-, el primer tic confirma la recepción del mensaje por parte del servidor central, mientras que el segundo hace saber al emisor que el receptor lo ha recibido. Que haya llegado no significa que lo haya leído, luego imagínense los dramas derivados de esta confusión.

Otro punto débil de nuestra aplicación favorita es la gratuidad -o la falta de ella-. Line no cuesta nada, pero Whatsapp sí. De acuerdo, 89 céntimos de euro es una cantidad irrisoria, pero todos sabemos que lo gratis tira, y mucho. Sin duda, nos encontramos ante una característica que marca la diferencia de forma evidente, aunque a la larga quizás se demuestre como una cuestión secundaria -no olvidemos que Line llega tres años tarde y Whatsapp lleva todo ese tiempo campando a sus anchas-.

Llegamos al último punto del análisis, y quizás el más importante. ¡El lenguaje no escrito! Ay, los iconos del Whatsapp. Sí, esos que no existen y que nunca han existido. Que otra aplicación -Emoji Free- haya subsanado esta imperdonable carencia no significa que el tema esté zanjado. Los dibujitos, caritas e iconografías con esa inconfundible pátina naíf y nipona se acoplaron perfectamente al uso diario de la aplicación, pero no forman parte de su diseño original. Line, en cambio, sí propone emoticonos y stickers de mayor tamaño, al estilo de las ilustraciones. Line, 1 - Whatsapp, 0.

Para que este último se vaya poniendo las pilas proponemos ir más allá en el lenguaje no verbal y crear imágenes que de momento no encontramos en Emoji pero que nos facilitarían la vida sobremanera. A saber, ¿cómo decir a alguien ciao/bye/pégate la vuelta? Pues con el wave de brazos que hacen las mujeres de la comunidad negra estadounidense. Sí, un get outta my way y hacer un chasquido con los dedos corazón y pulgar para hacer saber a alguien que su presencia ofende. Otra posibilidad sería la de inventar una nueva manera de sonreír cuando lo que nos cuentan nos interesa poco o queremos que nos dejen de dar la vara. Los emoticonos de Emoji pecan de ser algo infantiles y echamos de menos algo con más empaque -más dignidad-. Una sonrisa que desarme, pero que deje frío y que a la vez transmita la idea de que alguien sobra aquí. Algo como el rictus de Benedicto XVI cuando sonríe, un quiero y no puedo, una cosa así como si nos hubiera dado un aire. Quizás Pontifex -su nombre de usuario en Twitter- se anime a ayudarnos ahora que es tuitero.

Por Iñaqui Laguardia
Leído en: http://smoda.elpais.com/articulos/whatsapp-nuestra-aplicacion-imperfecta-favorita/2797