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jueves, 15 de diciembre de 2011

Seis cuentos cortos

1.- Los muros que nos aprisionan son mentales, no reales

Un oso recorría constantemente, arriba y abajo, los seis metros de largo de la jaula. Cuando, al cabo de cinco años, quitaron la jaula, el oso siguió recorriendo arriba y abajo los mismos seis metros, como si aún estuviera en la jaula. Y lo estaba... para él...

2.- Nuestros enemigos no son los que nos odian, sino aquellos a quienes nosotros odiamos

Un ex-convicto de un campo de concentración nazi fue a visitar a un amigo que había compartido con él tan penosa experiencia.
- ¿Has olvidado ya a los nazis? le preguntó a su amigo.
- Sí, dijo éste.
- Pues yo no. Aún sigo odiándolos con toda mi alma.
- Su amigo le dijo apaciblemente: Entonces, aún siguen teniéndote prisionero.

3.- La mayoría de las veces, los defectos que vemos en los demás son nuestros propios defectos

- Perdone, señor, dijo el tímido estudiante, pero no he sido capaz de descifrar lo que me escribió usted al margen en mi último examen.
- Le decía que escriba usted de un modo más legible, le replicó el profesor.

4.- El poder del miedo

La Peste se dirigía a Damasco y pasó velozmente junto a la tienda del jefe de una caravana en el desierto.
- ¿A dónde vas con tanta prisa?, le pregunto el jefe.
-  A Damasco. Pienso cobrarme un millar de vidas.
De regreso de Damasco, la Peste pasó de nuevo junto a la caravana. Entonces le dijo el jefe:
- ¡Ya sé que te has cobrado 50.000 vidas, no el millar que habías dicho!
- No, le respondió la Peste. Yo sólo me he cobrado mil vidas, el resto se las ha llevado el Miedo.

5.- Felicidad

Decía un anciano que sólo se había quejado una vez en toda su vida. Cuando iba con los pies descalzos y no tenía dinero para comprar zapatos. Entonces vio a un hombre feliz que no tenía pies. Y nunca volvió a quejarse.

6.- Diógenes

Estaba el filósofo Diógenes cenando lentejas cuando le vio el filósofo Aristipo, que vivía confortablemente a base de adular al rey.
Y le dijo Aristipo: Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer esa basura de lentejas.
A lo que replicó Diógenes: Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey.

Cuentos cortos de Tony de Mello