Cuando se publiquen estas líneas no sé
si Rita Barberá habrá sido finalmente imputada. La posibilidad existe. Porque
el juez que instruye el caso Nóos ha solicitado a las Cortes Valencianas que
certifiquen la condición de diputada de la alcaldesa de Valencia. No es que el
juez -ni nadie- lo dude, pero el mundo funciona así: siempre debe haber un
papel donde conste lo que todos sospechan. En cualquier caso, si la imputación
se produjera Barberá no sería la única sospechosa. Su grupo parlamentario ya se
encontraría, con los alcaldes de las tres provincias, en esta misma situación
tan poco honorable.
Me parece que lo entiendo muy bien: si
la alcaldesa de Valencia se hace inculpar es por un admirable sentimiento de
solidaridad con sus colegas de cargo. Siempre ha sido una mujer con mucho
empuje, y aunque se haya encontrado con esta fea situación de inculpada ha
demostrado su valor: ha anunciado que se volverá a presentar como candidata a
la alcaldía de Valencia. Es aquello tan desafiante de «¿no quieres caldo? Pues
tres tazas».
No sé si, políticamente, Barberá se
equivoca. Posiblemente tiene indicios que le permiten creer que esto de la
imputación no irá adelante, y en el supuesto caso que sí vaya ella no
abandonará la primera fila. Creo que una de las aptitudes más valiosas -no solo
en el ámbito político- es saber retirarse. Y la alcaldesa valenciana ha tenido
el desplante de proclamar en público: «Nunca he dado un paso atrás». Ante esta
contundente declaración he sentido una especie de compasión, porque estoy
convencido de que hay un arte político, social y ético de retirarse. Saber
retirarse es una demostración de inteligencia. Retirarse no es perder, y a
menudo es una prueba de lucidez. Es admitir que quizá ha pasado nuestro tiempo.
Que aunque haya sido brillante quizá ya no lo es. Cuando persistir puede ser
una terquedad, retirarse supone, a menudo, un gesto de colaboración positiva
con la llegada inevitable del futuro.
Josep Maria Espinàs
Periodista y escritor
Periodista y escritor