La pelea de Ana Botella con la delegada del Gobierno en Madrid, Cristina Cifuentes, tiene visos de convertirse en un sainete de corrala. Sucede que el recelo se adueñado de ambas porque ya dijo Churchill que los verdaderos enemigos políticos son siempre los de la propia bancada. Botella, la regidora no elegida, quiere ser más votada. Cifuentes es una chica emergente y con ambición, amparada y cobijada por Esperanza Aguirre cuando Alberto Ruiz-Gallardón le dejó en la cuneta descompuesta y sin novio político, que se pregunta por qué no puede aspirar a todo. Lógico.
Las encuestas de Madrid sobresaltan a los prebostes de Génova 13, que se mesan los cabellos ante la posibilidad –más que cierta- que la capital después de muchos años pase a manos de la izquierda. Botella se autorrevindica; Cristina tampoco hace ascos a esa posibilidad.
La tercera dama en cuestión, mientras tanto, se descaraja de risa. Porque bien mirado es la única que tiene posibilidad de decidir esa gresca arrojadiza. Siempre y cuando –que es lo que se malicia- el “dedo divino” vomite el nombre de la aspirante en forma de decreto.
Si eso sucediera o sucediese aquí se armaría la de dios es cristo.
¡Al tiempo!
Graciano Palomo en El Confidencial