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viernes, 20 de junio de 2014

10 lecciones que aprendes cuando eres un trabajador cualificado y te quedas en paro

La crisis y el aumento de los niveles de desempleo han dado lugar a un gran número de historias. Cada sector económico, cada clase social y cada individuo tienen su propia narrativa que contar sobre lo ocurrido. De entre todas ellas, la destrucción de empleo de los últimos años ha afectado de manera más sensible que en otras épocas al profesional liberal, que ha visto cómo la expulsión de su empresa no sólo le obligaba a empezar de nuevo, sino que directamente, podía llegar a poner punto y final a su carrera.
 
El caso del periodista Joseph Williams, que ha relatado en un artículo publicado en The Atlantic y financiado por el Economic Hardship Reporting Project lo que vivió tras perder su trabajo resulta particularmente revelador. En su historia confluyen algunas de las circunstancias y problemas que con mayor frecuencia tienen que afrontar aquellos empleados cualificados que ya superan la barrera de los cuarenta años (una edad avanzada para muchos empleadores) y, de buenas a primeras, se ven en la calle.
 
1. Un paso en falso puede acabar con tu carrera
 
Aunque muchos trabajadores sientan en sus cogotes el aliento amenazador de un hipotético despido o ERE, en ocasiones se infravalora la posibilidad de que un desliz tonto dé con sus huesos en la calle. Es lo que le ocurrió a Williams, importante colaborador de la revista Politico y del canal de noticias MSNBC.
 
“Mitt Romney se encuentra muy cómodo con la gente que es como él. Esa es unas de las razones por las que parece tan estirado y torpe en marcos municipales. Pero cuando va a Fox and Friends, son como él. Gente blanca que se relaja en su compañía”.
 
Estas tres frases acabaron con la carrera periodística del afroamericano Williams, que comenzó a recibir acusaciones de racismo en las redes sociales, algo que puso su cabeza en la picota. “En menos de dos semanas, me quedé sin trabajo”.
 
2. Lo personal afecta a lo profesional
 
No terminaron ahí las malas noticias para Williams. Cinco meses antes de la polémica generada por su comentario, el periodista había comenzado su proceso de divorcio, en el cual se había declarado culpable de agresión de segundo grado, aunque finalmente el incidente fue borrado de su historial. Ello no impidió que Fishbowl DC publicase un artículo que aireaba los papeles del divorcio, lo que provocó que algunos de los medios que en principio iban a contar con él se echasen definitivamente atrás.
 
3. Es difícil vivir de freelance
 
El periodista comprobó pronto lo difícil que resulta vivir de encargos, por mucho nombre que se tenga y por mucho que se esté dispuesto a aceptar cualquier trabajo, ya sean colaboraciones con diferentes medios, en una funeraria o podando el césped. Este errático capítulo puso de manifiesto una verdad que muchos parecen obviar: que, si quieres vivir a base de pequeños empleos, más te vale tener buenos contactos o trabajar 24 horas al día para conseguir ganar lo suficiente para sobrevivir.
 
4. Aceptas cualquier trabajo
 
Si has sido expulsado del ámbito en el que te movías, no puedes sobrevivir a base de encargos y, aun así, tienes que pagar las facturas, sólo te queda una opción: decir que sí a lo primero que te encuentres. En su caso, fue el trabajo en una tienda de deportes a la que Williams se refiere con el nombre ficticio de “Sporting Goods, Inc.” La llamada de un encargado para confirmarle que estaba contratado fue la mejor noticia que recibió en mucho tiempo, pero su pesadilla acababa de empezar.
5. ¿Tienes estudios? Puedes ser problemático
 
Fue complicado para Williams conseguir trabajo de dependiente. Pronto se dio cuenta de lo que fallaba: estaba demasiado preparado, tenía demasiada experiencia y demasiados estudios para un trabajo así. En otras palabras, mantener en tu plantilla a alguien que cobra menos de lo que correspondería a su nivel de preparación y educación es un problema, puesto que son más difíciles de manejar, o al menos así lo piensan los encargados de RRHH. Además, el periodista se dio cuenta de que los procesos de selección son cada vez más impersonales, una manera de evitar las demandas por discriminación racial o sexual.
 
6. Renuncias a tus principios
 
La célebre sentencia de Groucho Marx “estos son mis principios y si no les gustan tengo otros” resulta recurrente en situaciones desesperadas. Williams encontró una sencilla solución para sus problemas: eliminar de su currículo todo aquello que no correspondía con los trabajos de baja cualificación que buscaba e inventarse un pasado como deportista. Si decir la verdad te pone en desventaja, quizá sea mejor maquillarla un poco. Tu futuro está en juego.
 
7. Haces horas extras (no remuneradas)
 
Aunque la jornada laboral de Williams terminaba a las nueve, nadie salía por la puerta del establecimiento a dicha hora. Por el contrario, se veían obligados a fregar el suelo, cambiar el papel higiénico y limpiar a diario el cristal de la puerta, tareas que en teoría no formaban parte de las funciones que le asignaron al ser contratado. En la mayor parte de ocasiones, estas tareas que podían llegar a ocupar 45 minutos se realizaban fuera del horario de trabajo y resultaban particularmente fatigosas. ¿La recompensa? Un par de calcetines valorados en 18 euros.
 
Esta queja, no obstante, nos recuerda que en EEUU tienen la piel más fina en lo que concierne al trabajo extra, pues, según los datos del INE, las horas extras de los trabajadores españoles equivalen a más de 70.000 ocupados.
 
8. Subir el sueldo mínimo no serviría para mucho
 
Una de las muchas peleas que Barack Obama no ha conseguido ganar es la que se refiere a la subida del sueldo mínimo de los siete a los diez dólares, un incremento que, en teoría, permitiría sacar de la pobreza a muchos trabajadores. Williams, que recibía 10 dólares a la hora, no lo tiene tan claro.
 
En el momento en que su horario fue recortado a 30 horas semanales, Williams, que debía pasar una pensión de mantenimiento a su mujer, se vio en serios apuros económicos. Como le recordó su mejor amigo, llegó un punto en el que “estaba ganando lo suficiente para pagarme el transporte al trabajo”.
 
9. Vivimos en la era de George Orwell
 
Williams encontró particularmente llamativa (y molesta) la estrecha vigilancia que la empresa ejercía sobre sus empleados y que, por supuesto, era unidireccional. El primer día que se tomó diez minutos de más en su hora de comer, recibió una cariñosa palmadita en la espalda por parte de su encargado; los tres minutos de retraso con que llegó al siguiente día le hicieron merecedor de una fuerte reprimenda.
 
La cadena se encontraba obsesionada por los posibles robos que pudiesen producirse en la tienda, algo que se reflejaba en la media docena de cámaras repartidas por el establecimiento que observaban a sus clientes, pero también a los trabajadores. Es el caso de un compañero de Williams, eficiente y experimentado dependiente que terminó de la noche a la mañana en la calle, justo cuando iba a ser ascendido. Al parecer, ello provocó que la compañía revisase el historial criminal del joven, en el que figuraba un hurto menor que no había sido recogido en su currículo, lo que provocó su salida.
 
10. La lealtad es un concepto maleable
 
¿Qué estoy haciendo aquí? Williams no llegó a hacerse dicha pregunta hasta que un cliente, antiguo trabajador del Tesoro estadounidense, le preguntó qué hacía trabajando en dicho establecimiento. Sin embargo, el periodista no podía permitirse abandonar así como así la tienda, y pasó un mes hasta que consiguió encontrar otro empleo como director de comunicación en una ONG de Capitol Hill.
 
Cuando anunció a su supervisor su intención de abandonar la empresa, este le recriminó no preocuparse “por el trabajo duro o la lealtad”. ¿A 10 dólares la hora?, se preguntaba Williams. Nada de eso: la explotación laboral, sostiene el analista, ha provocado que el trabajador deje de sentir más lealtad que la que esté dispuesto a fingir por un puñado de billetes.