A
ser innovador se aprende igual que a sumar: a cualquier edad y en cualquier
circunstancia, con la única condición de tener ganas. Robinson precisa cómo
lograrlo en el informe que está transformando la educación británica. Y me
anima a desaprender lo mal aprendido en el cole y a arriesgarme a renovarnos
hasta encontrar nuestra propia zona, nuestro mentor y tribu creativa, para
alcanzar la misma e intensa conexión con la vida que gozaron Einstein o Mozart.
Un
día visitando un cole vi a una niña de seis años concentradísima dibujando. Le pregunté: "¿Qué
dibujas?". Y me contestó: "La cara de Dios".
¡.
..!
"Nadie
sabe cómo es", observé. "Mejor - dijo ella sin dejar de
dibujar-,ahora lo sabrán".
Todo niño es un artista.
Porque
todo niño cree ciegamente en su propio talento. La razón es que no tienen
ningún miedo a equivocarse... Hasta que el sistema les va enseñando poco a poco
que el error existe y que deben avergonzarse de él.
Los niños también se equivocan.
Si
compara el dibujo de esa niña con la Capilla Sixtina, desde luego que sí, pero
si la deja dibujar a Dios a su manera, esa niña seguirá intentándolo. El único
error en un colegio es penalizar el riesgo creativo.
Los exámenes hacen exactamente eso.
No estoy en contra de los exámenes, pero sí de
convertirlos en el centro del sistema educativo y a las notas en su única
finalidad. La niña que dibujaba nos dio una lección: si no estás preparado para
equivocarte, nunca acertarás, sólo copiarás. No serás original.
¿Se puede medir la inteligencia?
La
pregunta no es cuánta inteligencia, sino qué clase de inteligencia tienes. La
educación debería ayudarnos a todos a encontrar la nuestra y no limitarse a
encauzarnos hacia el mismo tipo de talento.
¿Cuál es ese tipo de talento?
Nuestro
sistema educativo fue concebido para satisfacer las necesidades de la
industrialización: talento sólo para ser mano de obra disciplinada con
preparación técnica jerarquizada en distintos grados y funcionarios para servir
al Estado moderno.
La mano de obra aún es necesaria.
¡Pero
la industrialización ya no existe! Estamos en otro modo de producción con otros
requerimientos, otras jerarquías. Ya no necesitamos millones de obreros y
técnicos con idénticas aptitudes, pero nuestro sistema los sigue formando. Así
aumenta el paro.
Pero se nos repite: ¡innovación!
La
piden los mismos que la penalizan en sus organizaciones, universidades y
colegios. Hemos estigmatizado el riesgo y el error y, en cambio, incentivamos
la pasividad, el conformismo y la repetición
No hay nada más pasivo que una clase.
¿Es
usted profesor, verdad? Las clases son pasivas porque los incentivos para estar
calladito y tomar apuntes que repetirá son mayores que los de arriesgarse a
participar y tal vez meter la pata. Así que, tras 20 años de educación en cinco
niveles que consisten en formarnos para unas fábricas y oficinas que ya no
existen, nadie es innovador.
¿Cuáles son las consecuencias?
Que
la mayoría de los ciudadanos malgastan su vida haciendo cosas que no les
interesan realmente, pero que creen que deben hacer para ser productivos y
aceptados. Sólo una pequeña minoría es feliz con su trabajo, y suelen ser
quienes desafiaron la imposición de mediocridad del sistema.
Tipos con suerte...
Son
quienes se negaron a asumir el gran error anticreativo: creer que sólo unos
pocos superdotados tienen talento.
"Sé humilde: acepta que no te tocó".
¡Falso!
¡Todos somos superdotados en algo! Se trata de descubrir en qué. Esa debería
ser la principal función de la educación. Hoy, en cambio, está enfocada a
clonar estudiantes. Y debería hacer lo contrario: descubrir qué es único en
cada uno de ellos.
¿La creatividad no viene en los genes?
Es puro método. Se aprende a ser creativo como
se aprende a leer. Se puede aprender creatividad incluso después de que el
sistema nos la haya hecho desaprender.
Por ejemplo...
Soy
de Liverpool y conozco el instituto donde recibieron clases de música mi amigo
sir Paul McCartney y George Harrison... ¡Dios mío! ¡Ese profesor de música
tenía en su clase al 50 por ciento de los Beatles!
Y...
Nada.
Absolutamente nada. McCartney me ha explicado que el tipo les ponía un disco de
música clásica y se iba a fumar al pasillo.
A pesar del colegio, fueron genios.
A
Elvis Presley no lo admitieron en el club de canto de su cole porque
"desafinaba". A mí, en cambio, un poliomielítico, me admitieron en el
consejo del Royal Ballet...
Ahí, sir, acertaron de pleno.
Allí
conocí a alguien que había sido un fracaso escolar de ocho años. Incapaz de
estar sentada oyendo una explicación.
¿Una niña hiperactiva?
Aún
no se había inventado eso, pero ya se habían inventado los psicólogos, así que
la llevaron a uno. Y era bueno: habló con ella a solas cinco minutos; le dejó
la radio puesta y fue a buscar a la madre a la sala de espera; juntos espiaron
lo que hacía la niña sola en el despacho y... ¡estaba bailando!
Pensando con los pies.
Es
lo que le dijo el psicólogo a la madre y así empezó una carrera que llevó a esa
niña, Gillian Lynne, al Royal Ballet; a fundar su compañía y a crear la
coreografía de Cats o El fantasma de la ópera con Lloyd Webber.
Si hubiera hecho caso a sus notas, hoy sería una frustrada.
Sería
cualquier cosa, pero mediocre. La educación debe enfocarse a que encontremos
nuestro elemento: la zona donde convergen nuestras capacidades y deseos con la
realidad. Cuando la alcanzas, la música del universo resuena en ti, una
sensación a la que todos estamos llamados.