Agarrados a la poltrona, al cargo, al sueldo, a la seguridad, a un mal entendido sentido del orgullo¿ Sea por la razón que sea, en este país la palabra dimisión solo aparece en boca de quienes la exigen, pero nunca en quienes deberían aplicársela. La lista de ministros que han dimitido desde el inicio de la democracia es vergonzosamente raquítica en comparación con los casos de corrupción que han empantanado la vida política. Hoy, Mariano Rajoy es un presidente noqueado, mudo, paralizado, incapaz de asumir la trascendencia social de su cobardía e inacción. Sea o no personalmente inocente, su compromiso político con los ciudadanos debería impulsarle a diseñar la mejor estrategia para el gobierno del país y esta pasa por su retirada.
Hundidos en una crisis letal, acorralados por la austeridad, con unas previsiones que no arrojan ni un rayo de esperanza, ¿de qué nos sirve, a quién sirve Rajoy? Es evidente que al bien común, no. Tal vez a sus propios intereses y a los de su partido, pero no a quienes le delegaron el poder para tratar de afrontar y revertir la situación. En realidad, la parálisis de Rajoy, esa actitud de permanecer inmóvil esperando a que llegue un milagro y la situación cambie, no es exclusiva de él. Una dimisión supone la aceptación de un fracaso y antepone la ética y el interés colectivo al propio, conceptos que no cotizan al alza en el mercado de los valores sociales y morales.
Emma Riverola para elperiodico.com