La monarquía española ha salido ganando, la real familia de
repuesto es mucho más fotogénica que la anterior y el rey sabe leer de corrido y sin trabucarse,
dos condiciones que deberían ser indispensables para ostentar un puesto tan
decorativo como prescindible. En la “austera” ceremonia de la proclamación, los
mayores dispendios se han hecho en seguridad, aunque, afortunadamente, los 120
francotiradores desplegados en las alturas no han tenido que hacer uso de sus
armas reglamentarias. La seguridad ha sido impecable y ha bastado con la
detención de media docena de republicanos, que trataron de colar sus banderas
tricolores para darle al acto un poco de variedad cromática, para que nada
desluciera la fiesta. En España cabemos todos, yo también, vino a decir Felipe,
en la España unida y diversa de la que habló el nuevo rey no sobra nadie, unos
en la cárcel y otros en la inopia, unos (pocos) en el paraíso y los demás en el
alborotado gallinero.
En algunos céntricos escaparates de la capital, una cutre
cartelería proclamaba el apoyo de los empresarios madrileños al nuevo monarca.
Desconfíe Majestad de las malas compañías que más de una vez pusieron a su
padre en un brete, los empresarios madrileños le pedirán a cambio una amnistía,
fiscal por supuesto, y el indulto para los colegas detenidos o juzgados,
jurarán que no volverían a hacerlo, pero
en cuanto les dejen solos repetirán la jugada. Repitió el rey eso de que
todos los españoles somos iguales ante la ley, todos menos él y su papá y unos
miles de aforados y de intocables próceres de las finanzas. Los años de la
crisis han dejado un número mayor de nuevos ricos pero sobre todo de nuevos
pobres y para algunos ambos extremos se compensan en la estadística.
Habló el rey Felipe VI y todo lo que dijo ya estaba dicho y
era previsible que lo dijera. La unidad dentro de la diversidad de los pueblos
de España, como decían Franco y sus ministros, unidad que no uniformidad, por
supuesto, un rosario de bien intencionados tópicos y promesas que difícilmente
podría cumplir, a no ser que la Casa Real decida reconvertirse en empresa de
trabajo (temporal) para crear más puestos de trabajo, caballerizos y
palafreneros, mayordomos, lacayos y ayudas de cámara, valets de chambre y
sumilleres, maceros y alabarderos.
En la ceremonia inaugural del Felipato, la uniformidad fue
impecable, el rey y su papá lucieron casi el mismo modelito con las mismas
condecoraciones pero no por eso se sintieron incómodos. Relucieron entorchados,
hubo yelmos y penachos y guardias a caballo y un Rolls Royce de coleccionista.
Los soldaditos de plomo lucieron gallardos, la reina llevaba un modelo discreto
a la par que elegante y lucía la sonrisa estereotipada de las grandes ocasiones
y en el balcón de la Plaza de Oriente, la inviolable familia componía una
imagen que no necesitará photoshop para lucir en las portadas de más de medio
mundo. Lo dicho, todo un éxito y además el rey no caza elefantes.