“Esta serie es una adaptación de historias de la
Biblia. Su intención es ser fiel al espíritu del libro”. Estas palabras
aparecen en el rótulo con el que se inicia la serie de History Channel, La
Biblia, el fenómeno televisivo que, contra todo pronóstico, ha arrancado
también con un rotundo éxito en nuestro país. Su estreno en Antena 3 reunió
casi cuatro millones de espectadores y ganó a Gran Hermano. Anoche, la segunda
parte, también fue líder con 19.7 por ciento de share y 3.279.000 fieles.
Aunque si analizamos con ojos críticos esta
producción, es difícil imaginar que realmente haya querido ser fiel al espíritu
de los sagrados textos. Es más, en ocasiones, parece que a los guionistas se
les ha ido un poco de las manos el material que han adaptado…
De hecho, solo hay que atender al dato de que el
creador de la serie, Mark Burnett, está curtido en formatos lúdicos, como La
Voz o Survivor, para que no nos sorprenda un cóctel televisivo en el que, antes
de guardar máxima fidelidad a las sagradas escrituras, se elige el atajo del
show del espectáculo más efectista.
Así, se ve claramente la inspiración de esta
‘Biblia’ en actuales éxitos masivos como Juego de Tronos o Spartacus. Pero la
Biblia no era Juego de tronos ni Spartacus, ni sus protagonistas lucían cuerpos
sudorosos ligeros de ropa y con muchas horas de gimnasio. Muy a tono con la
época, sí. El truco viejo e infalible de siempre para subir la audiencia del
que, como vemos, tampoco escapa History Channel.
Narrada a través de una voz en off al estilo de un
documental, como si Dios omnisciente nos lo contara todo, los capítulos se
construyen, necesariamente, gracias a la ayuda de las amigas elipsis. No había
otra posibilidad. Y es que comprimir la Biblia al completo en sólo diez
capítulos de una hora es una misión imposible. El ritmo súbito y acelerado, por
tanto, está presente en muchos pasajes.
Y esto no está mal como antídoto contra el
aburrimiento, pero las prisas también van acompañadas de descuidos de forma y
fondo que rozan la tomadura de pelo: por momentos el Arca de Noé se parecía más
a un portaaviones de la armada norteamericana o el malvado Herodes llamaba más
la atención por su sobreactuación crónica, digna de un teatrillo de la Noche de
Fiesta de José Luis Moreno.
Mucho se ha hablado, también, de la anécdota del
parecido de Satanás con el presidente Obama. ¿Casualidad? Seguramente. Aunque
en los primeros capítulos chirriaron más los injustificabes rasgos caucásicos
de Moisés, los ángeles Ninjas con capa roja, que recordaban una pelí sobre
mafias asiáticas; la perfecta dentadura blanca y reluciente de los esclavos
israelitas en Egipto, con limpieza bucal recién estrenada, o las rastas de un
moderno Sansón que parecía que se iba a arrancar a cantar una de Bob Marley.
En el aspecto visual, no faltan los movimientos de
cámara bruscos, planificados así, supuestamente, para dar un toque mayor de
realidad a una puesta en escena muy elemental. En el resultado final de la
producción no se aprecian en todo su esplendor esos 22 millones de presupuesto
que ha costado. En algunos momentos, la puesta en escena parecía un decorado de
cartón-piedra de un culebrón de tarde, y los efectos digitales no están a la
altura de 2013. Hasta la separación del
Mar Rojo es más espectacular en Los diez mandamientos, una película de… ¡1956!.
Al final, siempre nos quedará el cine clásico.
En definitiva, La Biblia, la serie, no ha estado a
la altura de la Biblia, el libro más vendido del mundo. No era un reto fácil y
el resultado no ha cumplido los pilares básicos de una ficción televisiva de
primera línea.
Leído en lainformacion.com