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martes, 13 de septiembre de 2022

Matrimonio y separación

Un día nos casamos, formamos una familia, somos felices unos años... y de repente todo cambia, sin darnos cuenta, el amor se acaba. Y entonces la gente murmura, te juzga y al final sentencian: Fracasaron en su matrimonio y no es cierto.

Fracasar es jugar a ser "la familia feliz".
Fracasar es engañar a tu pareja, a tus hijos y a ti mismo.
Fracasar es quedarse por conveniencia.
Fracasar es manipular a tu pareja con los hijos.
Fracasar es vivir una vida gris.
Fracasar es no llegar feliz a tu casa cada noche.
Fracasar es mendigar el amor de quién ya no te ama.
Fracasar es fingir que amas.
Fracasar es quedarse por miedo a la soledad.
Fracasar es vivir con alguien por miedo al "qué dirán".
Fracasar es no luchar por ser feliz
Fracasar es creer que el amor no existe.

Respeto para todos los que han tenido el valor de no vivir en el fracaso. Y aplausos para todos los que siguen felices y enamorados después de tantos años. Lucha por tu matrimonio, pero cuando ya no haya por qué luchar... lucha por tu felicidad.

sábado, 5 de noviembre de 2016

El caso Espinar como ejemplo de fariseísmo

¿Es lo mismo el caso Espinar que la venta de viviendas a Goldman Sachs? ¿Es lo mismo robar un boli o un paquete de folios que organizar la trama Gürtel?

Lo primero que llama la atención sobre el “Caso Espinar” es esa exigencia ética desmesurada y sin límite en el tiempo que sólo se aplica a ciertas personas. Resulta inaudito que en un país que tolera la corrupción de un modo casi obsceno, se exija a los representantes políticos de izquierda un comportamiento tan exento de todo reproche que sólo dos tipos de seres puedan tener: los ángeles y los recién nacidos. Ni siquiera los santos padres de la iglesia necesitan de tal virtud: San Agustín era un mujeriego y vividor. El pensamiento reaccionario cree en la redención. Pero, ¡ay! si eres rojillo la cosa cambia.

¿Cuando tenías 20 años fuiste a una despedida de soltero en la que había un striptease? Ya estás invalidado para la lucha feminista. ¿Te fumaste un día un viernes del curro porque te habías acostado a las tantas con unas cuantas copas? Invalidado para la administración pública. ¿Fuiste con tu padre de niño a coger nidos? Invalidado para la lucha ecologista. Esto ha llegado a extremos absurdos y, además, no tiene fin en el tiempo. No se exige ya una imposible santidad en el ejercicio de lo público sino en cualquier momento de la historia personal.

En segundo lugar, colaborar en esta caza de brujas es hacerle el juego al poder corrupto. La única manera de que históricamente pueda subsistir este estado de latrocinio continuado es que se extienda una conciencia de que todo es lo mismo. El sentido común existente está pleno de tales justificaciones. En las oficinas se dice: "¿acaso nosotros no robamos folios?" Y luego se sentencia: "pues es lo mismo”, para terminar con el inevitable: "este es un país de pícaros". O se habla del nepotismo y se justifica con: "veríamos si estuvieses tú y te pidiera trabajo un familiar".

Todo este sentido común hace que sea igual robar un folio que 4.000 millones. Que sea lo mismo escaquearse más tiempo en el café que promover estafas bancarias millonarias. En ese estado de cosas, la sobreatención mediática a miserias como que un chaval gane 19.000 euros en cuatro años por la venta legal de inmueble nos hablan de que existe, como mínimo, un problema de escala. De desmesura. Se engrandece lo pequeño para empequeñecer lo grande. Colaborar en esto es reírle la gracia a los saqueadores que están bien satisfechos de que nosotros manguemos lápices mientras no les afeemos que roben países enteros.

De esto habla Juan Carlos Monedero en un libro pero no recuerdo cuál, si no lo citaba a él que lo explica mejor. Y por cierto, no, no es lo mismo. El comportamiento ético es una línea con límites difusos, pero con límites. Mangar bolis en el curro está feo, aunque quizá muchos puedan perdonarse esa debilidad, pero esas mismas personas no estafarían ni dejarían en la calle a sus vecinos.

En tercer lugar, no sé Ramón Espinar, pero yo no soy deudor eterno de lo que dije con 21 años, ni de lo que pensé ni de lo que hice. Y nada de eso me incapacita para cualquier actividad futura. El que quiera venir a pasarme la cuenta de mis posibles pecados de adolescencia que vaya a otra ventanilla.

En cuarto lugar, existe un tipo de personas que justifican su quietismo con una exigencia de moralidad imposible de lograr. Es la misma lógica que usa la gente para no colaborar, por ejemplo, con las ONG. Pueden pasar décadas sin una sola mala noticia, pero basta un solo caso que merezca reproche para que miles de oportunistas justifiquen su egoísmo diciendo que no van a donar su dinero donde no se usa adecuadamente. Para tales tipos, el listón ético está tan alto como se necesite siempre que justifique no hacer nada. Por supuesto, no son tan estrictos en la compra diaria, para tener la cuenta en el BBVA o comprar el coche en Citroën. Tampoco la ropa de Zara o los yogures de Nestlé. Entonces el listón se hace invisible. En el caso que nos ocupa, este cuestionamiento permanente de los representantes públicos sirve únicamente para adquirir una pátina ética gratis, sin hacer nada. No tienes que mancharte las manos, simplemente indignarte y rajar. Eso tiene un nombre: se llama fariseísmo.

Y en quinto lugar, el asunto de Espinar es manifiestamente ridículo. O sea, que un chaval de 21 años justo en el declive de la burbuja tiene la brillante idea de hacerse especulador inmobiliario. Le pide dinero a su abuela, otra especuladora, y entre los dos se compran una mansión de 150.000 pavos y 60 metros cuadrados. ¿En Beverly Hills? Parecido: en Alcobendas. Luego, cuatro años después obtiene la exorbitante cifra de 19.000 eurazos de beneficio, es decir, un 6,5% anual, que, poco más o menos era lo que daban entonces los depósitos de plazo fijo. ¡Un nuevo Soros! ¡Qué fenómeno! ¡Lo van a estudiar en la London School of Economics! Para más inri, ni siquiera la vende al precio que quiere, sino a un precio obligatorio tasado por un organismo público lo que, en buena lógica, debería eliminar de la ecuación la "voluntad especulativa". Supongo que repartió los beneficios con su abuela y volvió a su vida de lujo con sus 480 euros al mes. En fin, esto mueve a risa. Aún digo más. Incluso aunque con 21 años Espinar, cuando aún no era nada en Podemos ni existía Podemos, y no era más que un chavalín, hubiese tenido la idea de ganarse cuatro duros con una operación inmobiliaria legal, tampoco habría nada que objetarle. ¿O ya tenía que ser concienciado desde que estaba en la teta de su madre?

Jorge Armesto para Diagonal

https://www.diagonalperiodico.net/la-plaza/32175-caso-espinar-como-ejemplo-fariseismo.html

lunes, 18 de julio de 2016

El alzamiento y los listos

El golpe de Estado de Franco cumple hoy 80 años. Un cumpleaños infeliz, al menos para mí. No me gusta que golpeen a las democracias. "¿Y no te habría gustado un golpe de Estado contra Hitler, que alcanzó el poder por vías democráticas?". Una golondrina no hace verano. Insisto: no me gustan los golpes. En más de una ocasión he oído cómo algunos justificaban el golpe del 36 diciendo que entonces la democracia española era un desastre. Claro, aquella democracia pretendía un reforma agraria, la democratización del ejército, la descentralización del poder, que la iglesia cediese sus privilegios o que las mujeres empezasen a conquistar derechos básicos. Todas esas medidas debían ser un desastre…, sobre todo para los que habían tenido el poder hasta entonces.

Pero supongamos que los salvapatrias del 18 de julio tuvieran razón. ¿Para resolver ese desastre se necesitaban 36 años de dictadura y represión? O eran muy lentos o eran dictadores vocacionales. Yo creo que lo último. ¿O es que alguien duda de que en este país hubo una dictadura que duró 36 años? Lo pregunto porque tambien he oído cómo algunos decían que no fue para tanto, que fue más bien una dictablanda. A los españoles no les dejaron elegir a sus gobernantes durante cuatro décadas pero, para algunos, eso es solo un pequeño detalle.

Por suerte, 80 años después del Alzamiento Nacional, los españoles ya no nos matamos cuando discrepamos. Y eso que no paramos de discrepar. De aquella guerra nos ha quedado la herencia de las dos Españas que, a la mínima que rascas, afloran. Ahora el debate muchas veces sigue siendo incivilizado, pero sin que la sangre llegue al río. Tenemos para desfogarnos tertulias mediáticas, twitter... Perdonen la frivolidad, pero igual con twitter en el 36 la cosa hubiese quedado en una guerra de 'trending topics', insultos concentrados en 140 caracteres y unos miserables deseando la muerte de los otros, y viceversa. Lo de ahora, pero sin tiros. Mejor un 'troll' que un cañón.

Además, en estos tiempos, para qué provocar una guerra si puedes mandar igualmente gracias a la democracia, que tiene más prestigio. Nostálgicos del franquismo, franquistas reconvertidos o los reticentes a condenar ese régimen han ocupado cargos de poder desde la muerte de Franco. Mientras la dictadura es el poder de los fuertes, de los que tienen armas para imponerse, la democracia puede ser el poder de los listos, de los que tienen armas para seducir. Y aquí, como no nos dejan tener memoria histórica, nos puede seducir cualquiera.

Por eso, no me extraña que un franquista haya seducido a más de uno con sus Manos Limpias al denunciar ante la justicia a demócratas que le habían tomado el pelo a nuestro sistema. Al final, hemos descubierto que también el denunciante estaba dejando calva a la democracia. Es solo un ejemplo de que o somos más exigentes con los demócratas listillos, o se nos quedará cara de tontos.

Jordi Évole
Publicado en Elperiodico.com el domingo 17 de julio de 2016

No me quieras tanto

De un tiempo a esta parte quedo con personas que, en realidad, no tienen un gran interés en charlar conmigo. Esto podría minar mi autoestima pero una suerte de optimismo insensato me lleva a pensar que amar y no hacer ni puto caso pueden ser compatibles. Yo sé que esas personas que no muestran mucho interés en hablar conmigo me quieren. Si no fuera así, entendámonos, no quedaría con ellas. Esas personas me escriben mensajes rebosantes de cariño: por e-mail, por sms, por Whatsapp, por Facebook, por activa y por pasiva. Y en esos mensajes hay frases tan apasionadas que parecen extraídas de un bolero. Son frases que antes en España no se decían pero que, ahora, gracias a la revitalización del género epistolar propiciado por las nuevas tecnologías, están en auge. Esas personas me dicen que me adoran. Que me adoran y que cuentan los días para verme. Que cuentan los días y que me quieren. Que me quieren y que nos va a faltar tiempo en una cena para contarme todo lo que me tienen que contar. Que nos va a faltar tiempo y que están deseando conocer mi opinión. Que desean conocer mi opinión y que nadie como yo para compartir este y otro secreto. ¿Y por qué? Porque soy adorable. Eso me dicen. El mundo de la tecnología ha bolerizado el género epistolar. Ha generalizado el lenguaje de las postales románticas y ahora lo que toca es escribirse con palabras de novios antiguos de los años cuarenta. Y, aunque yo soy de esa generación en la que si tus padres te decían "te quiero" es porque o se iban a morir ellos o te ibas a morir tú, tengo el corazón débil y, cuando una persona me pide una cita con palabras tan melosas, soy incapaz de no creerme un poco la pasión que sienten hacia mí. Esas personas son las que te reciben con los brazos abiertos en un restaurante, te dan un beso apretado y unen sus pechos sin pudor contra tus pechos, por no hablar de otras partes que también entran en contacto, en estos abrazos actuales; sean hombres o mujeres los que intervengan en ellos. Esas personas son las que acto seguido de desdoblar la servilleta y ponerla sobre sus piernas, sacan el móvil del bolso o de la chaqueta y lo colocan al lado del plato. Esas personas de las que hablo, las mismas que me adoran por escrito, suelen tener un iPhone o una Blackberry, a través de los cuales me escriben a mí esos deliciosos mensajes. El problema es que mientras están conmigo no renuncian a comunicarse con terceras personas. Con un ojo me miran a mí, que estoy situada a la izquierda, por ejemplo, y por el rabillo del otro, miran a su querido aparatito. Suena una campanilla. Les ha entrado un mensaje. Lo leen tan rápido que casi no lo noto. Entonces, sonríen. Sonríen como si alguien les hubiera contado un secreto, o algo picante, o como si les acabara de llegar una información crucial. Pero, desde luego, no sonríen por la conversación que tiene lugar en la mesa. Esas personas, las mismas que, con desesperación, anhelaban verte, te dicen, perdona, perdona un momentito, y se ponen a teclear un mensajito con un solo dedo. Qué dedo más rápido tienen esas personas. Es un dedo entrenado para escribir como si a uno le hubieran amputado la mano izquierda. Una vez terminado el mensaje la conversación continúa. Continúa hasta que vuelve a sonar de nuevo la campanilla: el amante, el amigo, el jefe, el cómplice, el plasta, ha contestado. Nueva sonrisa de esas personas que nos quieren tanto. Y como poco a poco van perdiendo la vergüenza, toman el iPhone o la Blackberry con las dos manos y teclean entonces con los dos pulgares. Qué maravilla de pulgares. Parece que han ido a una academia de mecanografía con pulgares para iPhones. Viene el camarero a tomar nota de la comanda y como las personas que tanto me quieren están ya apoyadas en el plato escribiendo a velocidad de vértigo mensajes tan apasionados, imagino, como los que me pusieron a mí, soy yo la que encarga el vino, el picoteo del principio y, si se me ha informado antes, el plato elegido por las personas que tanto deseaban este encuentro. No siempre una se siente ignorada, en lo absoluto. Hay ocasiones en las que los dueños de la Blackberry o el iPhone te hacen partícipe de los mensajes recibidos, y tú puedes aportar algo en las contestaciones. A veces se trata de los amantes y entonces ya vives con excitación delegada. Ha habido ocasiones en las que las personas que me quieren se intercambian fotos con dichos amantes. No fotos a lo Scarlett Johansson, porque no son horas. Imagino que ese tipo de instantáneas de corte más íntimo las dejan para cuando están encerrados en el cuarto de baño de su hogar, mientras sus maridos o sus mujeres están acostando a los niños. El móvil ha supuesto una revolución en el universo de la infidelidad. Quiero decir con esto que no soy uno de esos espíritus rancios que discuten las ventajas que para muchos ciudadan@s ha supuesto la irrupción de la nueva telefonía. Solamente quisiera expresar el desconcierto que me produce el que personas que tanto me adoran y desean compartir una hora y media de mesa y mantel conmigo no sean capaces de olvidarse del puto móvil durante un tiempo ridículo de sus hiperconectadas vidas. Que lo comprendo todo, sí, ¡que yo también tengo iPhone!, pero que lo dejo metido en el bolso. Joé.

Elvira Lindo
http://elpais.com/diario/2011/10/02/domingo/1317526231_850215.html
Este articulo apareció en la edición impresa de El País el Domingo, 2 de octubre de 2011

No era una señora

Ayer me quedé de pasta de boniato. Estaba a punto de entrar en una librería y coincidí en la puerta con una señora. Al menos, creí que lo era. Una mujer sobre los cuarenta años, normalmente vestida, quizá con un punto demasiado juvenil para su edad. Por lo demás, de aspecto agradable. Ni elegante ni ordinaria. Ni guapa ni fea. Coincidimos en la puerta, como digo, viniendo ella de un lado de la calle y yo de la dirección contraria. Y en el umbral mismo, por reflejo automático, me detuve para cederle el paso. Desde hace casi sesenta años –su trabajo les costó a mis padres, en su momento– eso es algo que hago ante cualquiera: mujer, hombre, niño; incluso ante los que van por el centro de Madrid en calzoncillos y chanclas, torso desnudo y camiseta al hombro, impregnando el aire de aroma veraniego; tan desahogados, ellos y la madre que los parió, como si estuvieran en el paseo marítimo de una playa o vinieran de chapotear en la alberca del pueblo.

Me detuve en el umbral, como digo. Para cederle el paso a la señora, igual que se lo habría cedido al lucero del alba. Incluso a mi peor enemigo. Hasta a un inspector de Hacienda se lo habría cedido. Pero mi error fue considerar señora a la que sólo era presunta; porque al ver que me detenía ante ella, en vez de decir «gracias» o no decir nada y pasar adelante, me miró con una expresión extraña, entre arrogante y agresiva, como si acabara de dirigirle un insulto atroz, y me soltó en la cara: «Eso es machista».

Oigan. Tengo sesenta y cuatro tacos de almanaque a la espalda, y entre lo que lees, y lo que viajas, y lo que sea, he visto un poco de todo; pero esto de la señora, o la individua, en la puerta, no me había ocurrido nunca. En mi vida. Así que háganse cargo del estupor. Calculen el puntazo de que eso le pase a un fulano de mis años y generación, educado, entre otros, por un abuelo que nació en el siglo XIX, y del que aprendí, a temprana edad, cosas como que a las mujeres se las precede cuando bajan por una escalera y se les va detrás cuando la suben, por si les tropiezan los tacones, que cuando es posible se les abre la puerta de los automóviles, que uno se levanta del asiento cuando ellas llegan o se marchan, que se camina a su lado por el lado exterior de las aceras –«Que no digan que la llevas fuera», bromeaba mi padre con una sonrisa– y cosas así. Calculen todo eso, o imagínenlo si su educación familiar dejó de incluirlo en el paquete, y pónganse en mi lugar, parado ante la puerta de la librería, mirando la cara de aquella prójima.

Habría querido disponer de tiempo, por mi parte, y de paciencia, por la de ella, para decir lo que me hubiera gustado decirle. Algo así como se equivoca usted, señora o lo que sea. Cederle el paso en la puerta, o en cualquier sitio, no es un acto machista en absoluto, como tampoco lo es el hecho de no sentarme nunca en un transporte público, porque al final acabo avergonzándome cuando veo a una embarazada o a alguien de más edad que la mía, de pie y sin asiento que ocupar. Como no lo es ceder el lugar en la cola o el primer taxi disponible a quien viene agobiado y con prisa, o quitarte el sombrero –porque algunos, señora o lo que usted sea, usamos a veces panamá en verano y fieltro en invierno– cuando saludas a alguien, del mismo modo que te lo quitas –que para eso también lo llevas, para quitártelo– cuando entras en una casa o un lugar público. Así que entérate, cretina de concurso. Cederte el paso no tiene nada de especial porque es un reflejo instintivo, natural, que a la gente de buena crianza, y de ésa todavía hay mucha, le surge espontánea ante varones, hembras, ancianos, niños, e incluso políticos y admiradores de Almodóvar. Ni siquiera es por ti. Ni siquiera porque seas mujer, que también, sino porque la buena educación, desde decir buenos días a ceder el paso o quitarte la puta gorra de rapero, si la llevas, facilita la vida y crea lazos solidarios entre los desconocidos que la practican.

Y, bueno. Me habría gustado decir todo eso de golpe, allí mismo; pero no hubo tiempo. Tampoco sé si lo iba a entender. Así que permanecí inmóvil, mirándola con una sonrisa que, por supuesto, le resbaló por encima como si llevara un impermeable; porque al ver que me quedaba quieto y sin decir nada, cruzó el umbral con aire de estar gravemente ofendida. «Lo he hecho polvo», debía de pensar. Y yo la vi entrar mientras pensaba, a mi vez: No es por ti, boba. Sé de sobra que no lo mereces. Es por mí. Por la idea que algunos procuramos mantener de nosotros mismos. Algo que, mientras te veo entrar en esa librería que de tan poca utilidad parece serte, me hace sonreír con absoluto desprecio.

Arturo Pérez-Reverte
http://www.zendalibros.com/no-una-senora/

Publicado en XL Semanal el 17 de julio de 2016.

miércoles, 29 de junio de 2016

Carta abierta al votante del PP

Iba a decir «querido», pero no me atrevo a ponerme cariñoso con un desconocido sin gintónic de por medio. Y digo desconocido porque los 7.906.185 votantes del PP se parecen cada vez más a los espectadores de ciertos programas de televisión, esa masa social inexistente que a la hora de la verdad dinamita todo sondeo.

Vaya por delante mi más sincera enhorabuena y mi incondicional respeto democrático hacia cada voto de un compatriota. Espero que entiendas que precisamente en eso consiste la democracia, en que puedo y debo respetarte a ti pero ni puedo ni debo compartir tu decisión. Si todos pensásemos como tú, esto se llamaría de otro modo, lamentablemente demasiado visto en la historia de este país.

También quiero pensar que no has votado por miedo a un 'brexit', a más incertidumbre o a las alternativas políticas, da igual. No por nada, sino porque el voto por miedo me parece el más cobarde o, peor, contraproducente. Como ya han descubierto algunos, enarbolar la banderita del miedo es intentar criar animales salvajes: tarde o temprano se te acaba volviendo en contra.

Ojo, que no pretendo que votases como yo. Ni mucho menos. Primero, que ya sería demasiado tarde. Segundo, porque esto va de que cada uno vote a quien le da la gana, faltaría más. Tercero, porque será que no había más opciones que la tuya o la mía. Y cuarto, porque yo voté al PACMA, que no aspiraba más que a obtener representación y así defender cosas que hoy ni se contemplan en el Congreso. Algo que gracias a la ley d'Hondt y a los intereses de quienes deberían abolirla ha vuelto a ser imposible. Una persona, un voto. Ya.

La corrupción, premiada

Otra cosa es que me dé vergüenza tu voto. Sí, vergüenza. Y no porque haya ido al PP, pues -insisto- es una alternativa tan legítima como cualquier otra; he conocido e incluso ayudado a ganar a gente honesta y honrada dentro de esa organización, gente que no se merece ni los tesoreros ni dirigentes que le ha tocado sufrir. Me avergüenza porque era el respaldo que justo ahora necesitaba el candidato líder de la lista más imputada. Gracias a tu voto, la corrupción y la conspiración de Estado, en vez de ser castigada, hoy resulta jaleada y premiada. Porque si eximes de penitencia al responsable último, eso es que el primer responsable eres tú.

Así que nada, espero que disfrutes mucho de tu decisión con cada nuevo juicio, con cada nueva investigación. Como alguien dijo, daría mi vida por tu derecho a hacerlo. Aunque eso sí, hoy tenemos el país que te mereces. Con tu permiso o sin él, yo y otros muchos que aún somos mayoría seguiremos intentando que se convierta también en el que nos merecemos los demás.

Afectuosamente, pídemelo con el pepino entero, sin cortar

Por Risto Mejide (Al contrataque) en elperiodico.com
http://www.elperiodico.com/es/noticias/opinion/carta-abierta-votante-del-5235510