Cuando vamos al cuarto de baño pensamos que el lavabo, el
retrete y la ducha siempre han sido así. Estamos tan acostumbrados a usar estas
comodidades que creemos que no existe otra forma de asearse. De hecho, cuando
vamos a otro país, donde tienen un tipo de cuarto de baño distinto, estamos
incómodos (habría que contar cuántos españoles evitan las estaciones de
servicio francesas solo por no usar sus "retretes"). Nos hemos
acostumbrado a lo que hay y la mayoría de nosotros ni siquiera somos capaces de
defecar en el campo. Y por supuesto no nos planteamos que nuestros cuartos de
baño son un desastre en todos los sentidos. Se diseñaron para solucionar un
determinado problema y han acabado creando muchísimos más.
Según explica en The Guardian, Lloyd Alter, editor de la
revista británica sobre medio ambiente Tree Hugger, nuestros cuartos de baño
tienen tantos fallos como componentes:
- El retrete es demasiado alto y no respeta la postura natural
de nuestro cuerpo para defecar, que es la de cuclillas.
- El lavabo es muy bajo y bastante inútil, pues cumple parte
de las funciones de la ducha.
- La ducha es una trampa mortal (todos los días muere un
estadounidense al resbalar en ella), en la mayoría de casas muy pequeña e incómoda.
- Los cuartos de baño suelen ser pequeños, tienen poca
ventilación y están llenos de productos químicos.
- Al tener el retrete al lado del lavabo cada vez que tiramos
de la cadena nuestros gérmenes se esparcen por toda la estancia, y llegan
incluso a nuestro cepillo de dientes.
- Gastamos litros y litros de agua limpia y la contaminamos a
diario con todo tipo de residuos que tenemos que depurar para verter de nuevo a
los ríos. Algo que sólo ocurre en el mejor de los casos.
Pensamos que el baño lleva allí toda la vida, pero su diseño
actual tiene tan sólo un siglo y no se extendió por todo occidente hasta hace
unos cincuenta años. ¿Por qué hemos aceptado este diseño desastroso en todos
los hogares? ¿No hay ninguna forma mejor de asearnos y deshacernos de nuestros
excrementos y orines?
Breve historia del cuarto de baño
Desde el nacimiento mismo de las ciudades, la gente tomaba
el agua que necesitaba para cocinar y lavarse de ríos y fuentes, y limitaba su
consumo a lo que podían llevar. Sus residuos fecales eran depositados en pozos
negros de ladrillo y eran vaciados todas las noches por personas que se
dedicaban a vender las heces como fertilizante o, directamente, las vertían al
río. Los residuos líquidos (de cocinar o lavarse) eran vertidos directamente a
la calle.
No hace falta decir que esta situación convirtió a las
grandes ciudades europeas en auténticos vertederos, donde las enfermedades
infecciosas campaban a sus anchas. En 1854 se produjo en Londres el brote de
cólera más violento de Inglaterra. Aproximadamente 700 personas fallecieron en
el barrio de Soho en menos de una semana, en un área de apenas medio kilómetro
de diámetro. El doctor John Snow logró, mediante el uso de mapas, identificar
la fuente de la infección: una bomba de agua contaminada con heces. El trabajo
de Snow no sólo fue un hito de la cartografía sanitaria y el primer trabajo
epidemiológico de la historia, fue además el punto de partida de los modernos
sistemas de saneamiento.
Las autoridades se dieron cuenta por fin de que extraer el
agua que se iba a beber del mismo lugar en el que se vertían los residuos no
era una buena idea y el parlamento británico aprobó la Metropilian Water Act,
la primera ley que regulaba el suministro de agua en las ciudades. Las fuentes
públicas de Londres, que suministraban el agua de los mismos canales en los que
se vertían las aguas residuales fueron eliminadas, y empezaron a instalarse
fuentes en las casas, que suministraban agua limpia.
Pero este gran avance, que pronto se extendió por todas las
ciudades occidentales, tuvo dos inconvenientes importantes:
En primer lugar, dado que la gente ya no tenía que
desplazarse a por el agua, empezó a gastar mucho más: antes de que se instalara
el agua corriente un londinense medio consumía unos 11 litros de agua, en
cuanto se instalaron los grifos pasó a consumir una media de 113 litros.
Pero esto no fue lo más grave. Aunque el retrete ya se había
inventado, no se usaba apenas porque había que deshacerse de las heces de todas
formas, pero con la llegada del agua corriente bastaba con añadir una cisterna
y enviar los excrementos de nuevo al desagüe. Las alcantarillas no estaban
pensadas para esto y en cuanto llovía se desbordaban y las calles se llenaban
de excrementos. El resultado fue que las tasas de cólera y enfermedades infecciosas
en vez de disminuir, crecieron.
Los ecologistas de la época trataron de impedir que la gente
se acostumbrara a deshacerse de los excrementos vertiéndolos al agua, porque
creían, además, que las heces eran valiosas como fertilizantes. Muchos
pensadores de la época defendían la creación de contenedores de residuos
fecales en las ciudades para que las heces sirvieran como abono en el campo.
Pero perdieron la batalla. Se impuso entonces la segunda corriente, a la que se
adscribían la mayoría de ingenieros, y que aseguraba que el agua se purificaba
a sí misma. Su lema era: “La solución a la polución es la disolución”. Y aún
hoy los ingenieros estudian las proporciones necesarias en las que se deben
diluir las aguas fecales en los ríos para no representar un peligro.
El éxito de los partidarios de devolver las aguas fecales a
ríos, mares y lagos, provocó también un cambio en el diseño de los cuartos de
baño. Hasta entonces a nadie se le habría ocurrido mezclar el lugar donde uno
caga y donde uno se lava. Cada habitación tenía su lavabo y el retrete estaba
en el patio trasero de las casas. Pero ahora que había que instalar todo un
sistema de cañerías era demasiado costoso tener cada cosa en un sitio, así que
se optó por mezclarlo todo en un mismo lugar.
Es curioso que un dilema que preocupó a todo tipo de
médicos, ingenieros y arquitectos desde principio de siglo hoy nos traiga sin
cuidado. Ni siquiera distinguimos la diferencia entre el agua residual de la
ducha y el lavabo (el agua gris) del agua residual del retrete (el agua negra),
que bajo toda lógica deberían ser procesadas de distinta forma. Simplemente se
tomó la decisión más fácil y económica y hoy seguimos creyendo que es la única
posible. Pero no es cierto.
¿Cómo debe ser el baño del futuro?
Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente,
sin una actuación urgente para mejorar la gestión de los residuos domésticos
–dos millones de toneladas de desechos, que contaminan 2.000 millones de
toneladas de agua diariamente–, la situación sanitaria, sobre todo en los
países en desarrollo, no hará más que empeorar. En estos países, el 90% de las
aguas residuales se vierten directamente sin depurar. Pero es un problema que
también debería preocuparnos a nosotros.
En 2011 la Comisión Europea denunció al Gobierno español por
no aplicar la directiva europea de depuración de aguas residuales urbanas.
Según el Ejecutivo comunitario, al menos 39 localidades de más de 10.000
habitantes vierten sus aguas a zonas sensibles que dañan el medio ambiente.
¿Qué podemos hacer para evitar esto? ¿Aún estamos a tiempo
de que los países en desarrollo adopten un mejor modelo de cuarto de baño que
el nuestro?
Por supuesto, hay alternativas. Aunque de momento no son
nada populares hay empresas que comercializan retretes de compostaje. Hay
diversos modelos, pero todos tienen un sistema que acumula las heces para
fabricar abono, que puede ser utilizado en el campo. Estos retretes necesitan
además mucha menos agua.
La alternativa ecológica (y más higiénica) a la ducha
moderna es mucho menos compleja. No hay más que mirar a los japoneses. El baño
tradicional japonés, que por supuesto está separado del retrete, consiste en un
gran espacio en el que puedes sentarte y lavarte tranquilamente usando sólo el
agua que necesites. No sólo es más cómodo y seguro, además gasta una décima
parte del agua que usamos los occidentales para ducharnos. Todo el suelo puede
mojarse, porque el drenaje está situado en la zona de la ducha.
Para Lloyd Alter la moraleja de esta historia es evidente:
“En un mundo en el que tenemos problemas de abastecimiento de agua y hacemos
fertilizantes artificiales de combustibles fósiles, es idiota y casi criminal
que paguemos enormes cantidades de impuestos para usar el agua de beber para
deshacernos de nuestro fertilizante personal y arrojarlo al océano”.
Leído en: http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2014-07-17/el-gran-y-sucio-error-que-cometimos-cuando-disenamos-los-cuartos-de-bano_163078/