Una
chica muy arrogante esperaba su vuelo en la sala de un gran aeropuerto. Como
debía esperar un largo rato, decidió comprar un libro y también galletas. Se
sentó, para poder descansar y leer en paz.
En
el asiento de a lado se sentó una señora ya de edad poco avanzada, que abrió
una revista y empezó a leer. Entre ellas quedaron las galletas. Cuando la chica
cogió la primera galleta, la señora también tomó una. La chica se sintió
indignada, pero no dijo nada. Solo pensó: "¡Qué descarada esta vieja; si
yo fuera más valiente, le diría un par de cosas y le hablaría pésimo y le
insultaría".
Cada
vez que ella cogía una galleta, la señora también tomaba una. Aquello le
indignaba tanto a la chica, que no conseguía concentrarse ni reaccionar. Cuando
quedaba una sola galleta, pensó: "¿qué hará ahora esta vieja
aprovechada?".
Entonces,
la señora partió la última galleta y con una media sonrisa en su rostro, sin
decirle nada a la chica, dejó media galleta para ella. ¡Ah no! ¡Aquello le
pareció demasiado! La chica se enfureció, se molestó, quedó muy indignada con
tal situación. Tomó la media galleta, no aguantó más y se la tiro a los pies de
aquella señora y le dijo: vieja descarada, se ve que tiene hambre, eso es lo
que usted es una descarada. Y la señora sólo agachó la cabeza y no respondió
nada.
Se
levantaron las dos y cada quien se dirigió a su propio sector de embarque, ya
que tenían distintos vuelos y se dirigían, obviamente, a diferentes destinos. Mientras
caminaba a su sector de embarque, muy indignada, la chica resoplaba la enorme
rabia que llevaba. Cerró su libro, tomó sus cosas y se dirigió a abordar.
Cuando
se sentó en el interior del avión, miró dentro del bolso y para su sorpresa,
allí estaba su paquete de galletas intacto y cerrado. ¡Sintió tanta vergüenza!
Que se le caía la cara y le dio tanto sentimiento con aquella señora que hasta
lloró. Sólo entonces se dio cuenta de lo equivocada que estaba. ¡Había olvidado
que sus galletas estaban guardadas dentro de su bolso! La señora había
compartido todas sus galletitas con ella, y sin sentirse indignada, nerviosa,
consternada o alterada. Y ya no estaba a tiempo ni tenía posibilidades para dar
explicaciones o pedir disculpas.
Pero
sí para razonar: ¿cuántas veces en nuestra vida sacamos conclusiones cuando
debiéramos observar mejor? ¿Cuántas cosas no son exactamente como pensamos
acerca de las personas?.
Y
recordó que existen cuatro cosas en la vida que no se recuperan:
- Una piedra, después de haber sido lanzada;
- Una palabra, después de haberla dicho;
- Una oportunidad, después de haberla perdido;
- El tiempo, después de haber pasado.