Todos los dictadores sudamericanos me recuerdan a Trujillo. Y reconozco que es culpa de ese mago literario que es Vargas Llosa, a quien profeso tanta admiración como escritor como antipatía cuando se mete cual mamut en las cristalerías de la cuestión catalana. Me pasa como con Cela, que me enamoraba como creador de universos narrativos y me repugnaba cuando protagonizaba su propia novela y hacía alarde de sus instintos básicos. El Cela que hablaba, por ejemplo, de las mujeres, era vulgar, misógino y reprobable. Pero el escritor que dibujaba a Pascual Duarte era excelso, sutil y complejo. Y como quien esto explica tiene el alma dividida entre el amor por la literatura y la pasión por las ideas y los valores, hace tiempo que llegué a la conclusión de que los escritores valían por lo que valía su obra, que al final es lo que queda. El resto forma parte de la perecedera miseria humana.
Así pues, todos fueron Trujillo y, cual chivos, todos disfrutaron de su fiesta de sangre. Con la muerte de Videla desaparece el último de una larga lista de dictadores brutales que sembraron de represión, tortura y muerte la castigada piel latinoamericana. Desde el sanguinario Stroessner hasta el implacable Pinochet, pasando por el ejército de dictadores brasileños, el uruguayo Bordaberry, el propio Videla o la colección de tiranos centroamericanos, pocos fueron los países que se libraron de sus fauces. De hecho, ello es tan singular que los colombianos lo consideran un ejemplo de solidez política: "Nunca fuimos imperio y nunca tuvimos un dictador", me explicaba el alcalde de Bogotá, aunque olvidaba los años temibles del periodo conocido como La Violencia, durante el cual se cree que murieron 300.000 personas por violencia política. Y no digamos el sangrante conflicto con las FARC. Al otro lado ideológico también cabe recordar a Fidel Castro, que no por ser de izquierdas es menos represor y menos dictador. El chivo, pues, trotó por toda la piel del continente durante décadas asesinando, robando niños, torturando, haciendo desaparecer a miles de personas y, en suma, perpetrando una maldad de lesa humanidad que aún hoy gotea sangre. Y aunque los tiempos actuales no son muy esperanzadores, con algunos populismos mesiánicos cabalgando por sus tierras, el hecho de enterrar a otro de los dictadores de aquella memoria negra, da un cierto respiro a la rabia. Sobre todo porque en este caso al menos pagó con prisión sus culpas.
En memoria de todas las víctimas de estos siniestros chivos, este poema del exiliado Juan Gelman: "¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí la sed, / hasta aquí el agua? / ¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el aire, / hasta aquí el fuego? / ¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el amor, / hasta aquí el odio? / ¿Quién dijo alguna vez: hasta aquí el hombre, / hasta aquí no? / Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas. / Sangran".
Pilar Rahola para La VAnguardia