Según un estudio de la Universidad de Oxford, publicado en la revista “Plos Biology”, el “estatus social” cambia el cerebro de los primates. Con este axioma hacen referencia a conexiones neuronales fisiológicas específicas que determinan morfológicamente el desarrollo de determinadas áreas del cerebro, según en qué peldaño social se encuentre el simio.
Pero la verdad, es que el “descubrimiento” en sí se me antoja poco novedoso dada la historia evolutiva del ser humano. Se supone que nos hemos ido irguiendo a medida que hemos descendido de los árboles, y nuestras manos y dedos se han ido especializando con el desarrollo de las herramientas. No sabemos qué modificaciones genéticas vendrán de la mano del uso omnipresente de la tecnología y del desarrollo de la era digital que nos envuelve, pero la pinta que tiene la cosa anticipa un único dedo en cada mano para desplazarse por la pantalla táctil.
Ahora, lo que ante todo tengo claro es que si el estatus social cambia el cerebro en los primates, lo que cambia y determina de cuajo es el desarrollo de la vida de las personas. Y si no lo ven así, consulten toda la literatura política e histórica ligada a la lucha de clases, al continuo desequilibrio en que se sustenta la historia de la humanidad.
Está claro que si te nacen en el África subsahariana el modo de buscarse la vida no será para nada comparable a si te nacen en Londres, de la misma manera que no tendrá nada que ver nacer en el entorno de una familia desahuciada por el banco en Vallecas, que nacer en el palacio de la Zarzuela con toda la sopa boba por delante.
Y es que los nacidos en el entorno del poder, rara vez quieren soltarlo, y mucho menos compartirlo o democratizarlo. Eso no les cambia el cerebro, sino la cara: todos tienen cara de cabrones.
Jesús H. Cifuentes, cantante de Celtas Cortos