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martes, 6 de septiembre de 2011

Historia de un discurso (II)

Comentario del discurso de Gervasio Sánchez realizado en el blog "Los desastres de la guerra" de él mismo.
http://blogs.heraldo.es/gervasiosanchez/?p=843

El 7 de mayo de 2008 recibí el Premio Ortega y Gasset de Fotografía e hice un discurso de apenas cuatro minutos. Después de nombrar a varios compañeros y amigos de El País a los que respeto como profesionales recordé a Martin Luther King, asesinado cuarenta años antes, a varias víctimas de las minas antipersonas que había conocido cuando eran niños y reflexioné sobre la venta de armas a países en guerra autorizadas por nuestros gobernantes desde el primer gobierno de la transición en los años setenta.

Sokheurm Man, joven camboyano mutilado por un mina cuando era un niño de 13 años, junto a su mujer y su hijo Fotografía de Gervasio Sánchez
Concluí con las siguientes palabras: “Yo también tengo un sueño: que, por fin, un presidente de un gobierno español tenga las agallas suficientes para poner fin al silencioso mercadeo de armas que convierte a nuestro país, nos guste o no, en un exportador de la muerte”.  El fin de mi discurso fue recibido por aplausos entusiastas y vítores y caras de circunstancias por gran parte de los ocupantes de los primeros bancos entre los que destacaba la vicepresidenta del gobierno, María Teresa Fernández de la Vega y media docena de ministras y ministros, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre, el alcalde de la capital, Alberto Ruiz Gallardón, el presidente del Senado, ex ministros del Partido Popular e, incluso, del Partido Socialista de la época de Felipe González. Al día siguiente era el funeral de Estado del ex presidente del gobierno español, Leopoldo Calvo Sotelo, al que también incluí en la lista.
Adis Smajic, joven bosnio mutilado por una mina cuando era un niño de 13 años, junto a su mujer Nadia Fotografía de Gervasio Sánchez
Los elogios empezaron nada más concluir el acto. Juan Luis Cebrían, consejero delegado del grupo Prisa, que me había tratado con gran respeto desde que nos encontramos horas antes, me felicitó por el discurso. Fernando Savater, miembro del jurado, me dijo que no recordaba un texto tan corto y contundente. A una portavoz socialista le pedí que cambiara su felicitación por una llamada a la mañana siguiente al presidente del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero pidiéndole explicaciones. A un alto cargo de El País le recordé que el debate sobre el vergonzoso descontrol armamentístico de nuestro país era inexistente porque personas como él impedían su salida a la luz pública.
Muchas personas me pidieron que les mandase el texto leído y un par de días después hice un envío masivo. Los responsables de algunos portales de Internet, incluido el ya desaparecido soitu.com, me pidieron permiso para publicarlo.
Y me olvidé del tema hasta que el 1 de enero de 2009, muchos meses después, recibí un pdf de casi un mega y medio con mi discurso completo, varias fotografías capturadas en Internet en baja resolución (algunas pixeladas) con un epílogo preocupante: “Este fotógrafo probablemente no volverá a ver premiado ningún trabajo suyo en España”.
En un texto preliminar también se decía que el discurso había sido censurado por la prensa convencional. En el mismo correo un amigo me preguntaba si era cierto que yo había escrito el discurso. Le dije lo que luego he ido repitiendo por activa y pasiva durante el último año y medio: “Escribí ese texto (que se puede consultar en las múltiples entradas en Internet), lo leí pero no tengo nada que ver con el pdf.” Ni siquiera hoy sé quién lo hizo aunque reconozco que tengo curiosidad por saberlo para agradecerle que convirtiese mi discurso en un esteroide que ha dado la vuelta al mundo y aclararle que no fue censurado. Y de paso bendecirle por haberse equivocado: “he seguido recibiendo premios (demasiados, creo yo) durante el último año.
Dos años después de aquel día me gustaría explicar la historia del discurso que empezó a las pocas horas de recibir la noticia de que una imagen del proyecto Vidas Minadas publicada en Heraldo de Aragón y el Magazine de La Vanguardia había sido premiado mientras estaba cubriendo la guerra en Irak. Aquella noche recordé que la entrega de los premios Ortega y Gasset era una ceremonia muy vistosa con alta representatividad institucional. Y empecé a darle vueltas al texto.
Desde que la Asociación de la Prensa de Aragón me concediese en 1994 mi primer premio periodístico, siempre he aprovechado cualquier acto público o la inauguración de mis exposiciones para decir lo que pienso aunque fuese políticamente incorrecto. Creo que los periodistas tenemos que ser, como decía el viejo maestro Ryszard Kapucinski, “indeseables, inoportunos y certeros en nuestra impertinencia”.
Siempre. Independientemente de quien esté en el poder. Es intolerable que haya periodistas que investiguen las corruptelas de sus enemigos políticos y fenezcan ante las de sus amigos. Hay que utilizar la misma contundencia ante una trama mediática que afecta a un gran partido político o ante la injusticia cometida con un traductor iraquí (Flayeh al Mayali) al que los servicios secretos españoles golpean durante varios días, utilizan como chivo expiatorio y le cargan el San Benito de ser colaborador necesario en un acto terrorista que acaba con la vida de siete agentes en Irak (noviembre de 2003). Hay que custodiar la limpieza del sistema político todos los días. Hay que ser valientes todos los días. Lo contrario es hablar por hablar.
Mónica Paola Ojeda es una niña colombiana ciega por culpa de la explosión de una mina cuando tenía ocho años Fotografía de Gervasio Sanchez

(Continúa mañana)