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miércoles, 1 de octubre de 2014

Dos vermús


Siempre que veo una tía en patines me apetece tomar un vermú. No me arrojo a ellas por vergüenza, pero el impulso me quema las rodillas mientras con la mirada me hipnotizo en las suyas. Soy el orgullo de Iván Pávlov, la constatación viva de su Ley del Reflejo Condicional, del perro que saliva, del hombre que babea, etcétera. El vermú, además del estadio más próximo a la felicidad que conozco, es una bebida magnífica: dulce y amarga, aromática, fresca, brillante de color. Es una actriz del Hollywood clásico bañándose en pelotas en tu vaso. Los entendidos prefieren el vermú francés, más cargado de hierbas, y los banales, el italiano, más azucarado, porque también allí ligan así, babeando un mediterráneo. A mí me gustan ambos, y también el vermú de pueblo, y el vermú con sifón, o servido en copa con una cayena y un clavo de olor (prueba). Y por supuesto, el vermú mainstream: «Donde estés y a la hora que estés, un Martini te invita a vivir», en efecto. Aunque ese mismo ímpetu te provocan otras dos marcas (apunta): St. Petroni y Falset. El primero lo elabora Vermutería de Galicia con uvas albariño y constituye (atiende) una cumbre gastronómica de este país. Es tan bueno que no necesita ni hielo, solo que esté frío y tener alguien cerca, del sexo que gustes, para arrojarte encima. Cuesta sobre 12 euros, con el valor añadido de venir en una botella tan chula que te la guardarás. El segundo, de la Cooperativa Falset Marça, es un vermú catalán, suave, fragante y ambarino, que ronda los 7 euros. Y como el anterior, también empuja a patinar.
 
Leído en:  http://blogs.eldiariomontanes.es/remartiniseco/2014/09/12/dos-vermus/