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miércoles, 18 de noviembre de 2015

¡Cómo educar...!

Su nombre era Sra. Riveros mientras estuvo al frente de su clase de 5º grado, el primer día de clase lo iniciaba diciendo a los niños una mentira. Como la mayor parte de los profesores, ella miraba a sus alumnos les decía que a todos los quería por igual. Pero eso no era posible, porque ahí en la primera fila, desparramado sobre su asiento, estaba un niño llamado: Facundo Moreno.

La Sra. Riveros había observado a Facundo desde el año anterior y había notado que él no jugaba muy bien con otros niños, su ropa estaba muy descuidada y constantemente necesitaba darse un buen baño. Facundo comenzaba a ser un tanto desagradable. Llegó el momento en que la Sra. Riveros disfrutaba al marcar los trabajos de Facundo con una fibra roja haciendo una gran X y colocando un cero muy llamativo en la parte superior de sus tareas.

En la escuela donde la Sra. Riveros enseñaba, le era requerido revisar el historial de cada niño, ella dejó el expediente de Facundo para el final. Cuando ella revisó su expediente, se llevó una gran sorpresa.

La Maestra de primer grado escribió: “Facundo es un niño muy brillante con una sonrisa sin igual. Hace su trabajo de una manera limpia y tiene muy buenos modales... es un placer tenerlo cerca".

Su maestra de segundo grado escribió: “Facundo es un excelente estudiante, se lleva muy bien con sus compañeros, pero se nota preocupado porque su madre tiene una enfermedad incurable y el ambiente en su casa debe ser muy difícil".

La maestra de tercer grado escribió: "Su madre ha muerto, ha sido muy duro para él. El trata de hacer su mejor esfuerzo, pero su padre no muestra mucho interés y el ambiente en su casa le afectará pronto si no se toman ciertas medidas".

Su maestra de cuarto grado escribió: “Facundo se encuentra atrasado con respecto a sus compañeros y no muestra mucho interés en la escuela. No tiene muchos amigos y en ocasiones duerme en clase".

Ahora la Sra. Riveros se había dado cuenta del problema y estaba apenada con ella misma. Ella comenzó a sentirse peor cuando sus alumnos les llevaron sus regalos del día del maestro, envueltos con preciosos moños y papel brillante, excepto Facundo. Su regalo estaba mal envuelto con un papel amarillento que él había tomado de una bolsa de papel. A la Sra. Riveros le dio pánico abrir ese regalo en medio de los otros presentes. Algunos niños comenzaron a reír cuando ella encontró un viejo brazalete y un frasco de perfume con solo un cuarto de su contenido. Ella detuvo las burlas de los niños al exclamar lo precioso que era el brazalete mientras se lo probaba y se colocaba un poco del perfume en su muñeca. Facundo Moreno se quedó ese día al final de la clase el tiempo suficiente para decir: “Sra. Riveros, el día de hoy usted huele como solía oler mi mamá". Después de que el niño se fue ella lloró por lo menos una hora.

Desde ese día, ella dejó de enseñarles a los niños aritmética, a leer y a escribir. En lugar de eso, comenzó a educar a los niños. La Sra. Riveros puso atención especial en Facundo.

Conforme comenzó a trabajar con él, su cerebro comenzó a revivir. Mientras más lo apoyaba, él respondía más rápido. Para el final del ciclo escolar, Facundo se había convertido en uno de los niños más aplicados de la clase y a pesar de su mentira de que quería a todos sus alumnos por igual, Facundo se convirtió en uno de los consentidos de la maestra.

Dos años después, ella encontró una nota debajo de su puerta, era de Facundo, diciéndole que ella había sido la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

Cinco años después por las mismas fechas, recibió otra nota de Facundo, ahora escribía diciéndole que había terminado el secundario siendo el tercero de su clase y ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida.

Cinco años después, recibió otra carta que decía que a pesar de que en ocasiones las cosas fueron muy duras, se mantuvo en la escuela y pronto se graduaría con los más altos honores. Él le reiteró a la Sra. Riveros que seguía siendo la mejor maestra que había tenido en toda su vida y su favorita.

Cuatro años después recibió otra carta. En esta ocasión le explicaba que después de que concluyó su carrera, decidió viajar un poco. La carta le explicaba que ella seguía siendo la mejor maestra que había tenido y su favorita, pero ahora su nombre se había alargado un poco, la carta estaba firmada por Dr. Facundo Moreno

La historia no termina aquí, existe una carta más que leer, Facundo ahora decía que había conocido a una chica con la cual iba a casarse. Explicaba que su padre había muerto hacía un par de años y le preguntaba a la Sra. Riveros si le gustaría ocupar en su boda el lugar que usualmente es reservado para la madre del novio, por supuesto la vieja maestra aceptó y adivinen...

Ella llegó usando el viejo brazalete y se aseguró de usar el perfume que Facundo recordaba que usó su madre la última Navidad que pasaron juntos. Se dieron un gran abrazo y el Dr. Moreno le susurró al oído, "Gracias Maestra, por creer en mí. Muchas gracias por hacerme sentir importante y mostrarme que yo puedo hacer la diferencia".

La Sra. Riveros con lágrimas en los ojos, tomó aire y dijo, “Facundo, te equivocas, tú fuiste el que me enseñó a mí que yo puedo hacer la diferencia. "No sabía cómo educar hasta que te conocí".

El carné y el llavero

Cuando yo empecé a trabajar, mi padre se me acercó un día, me puso la mano en el hombro y me dijo que la obligación de todo trabajador que se precie era estar afiliado a un sindicato.Cuando él dejó de hacerlo por un ERE en la Peugeot, mi padre se me acercó un día, me puso la mano en el hombro y me dijo que no fuese gilipollas y que iba a romper el carné de Comisiones Obreras.

El caso es que yo ya hacía el gilipollas de muchas maneras, pero todavía no me había dado por la filiación sindical. Y entonces, desoyendo su consejo, me apunté en plan rebelde a un sindicato, para tener otro carné además del del Atleti, que por entonces me daba más disgustos que el copón. No es que mi padre (al que vi llorar sentado en una silla verde del salón) se hubiese hecho de derechas, no. Es que él seguía siendo de izquierdas y los sindicatos ya no. 

"Los sindicatos (engrasados con donaciones multimillonarias) no han movido un dedo por los que veían desaparecer sus puestos de trabajo, los que perdían sus pisos y los que tenían que cerrar sus empresas", escribió Rafael Chirbes en clave de no ficción. Fue precisamente eso (y que le dieran un llavero y no una solución la única vez que fue al sindicato a pedir ayuda) lo que terminó de hundir a mi viejo.

Grandes centrales sindicales que han hecho de la subvención un modo de vida y de lucro. Estructuras de poder que han comulgado con la corrupción política y financiera. Tipos que no saben quién era una mujer llamada Federica Montseny pero sí saben dónde comer buen centollo con dinero público. Dirigentes sindicales que han jugado a la piñata con los ERE andaluces. Un ejército de miles de liberados para terminar dándole a un obrero de Carabanchel un llavero.

Una mañana de otoño me encontré en el 34 con otro hombre con el pelo blanco. Me levanté del asiento nada más verlo, me acerqué a él decidido y el tipo me dijo: "No, no, no. Deja. Si me bajo en la siguiente parada". Yo le expliqué que no quería darle el asiento sino las gracias. Sin más. Se llamaba Marcelino Camacho.

Hoy ya no queda nada de aquello y las grandes centrales sindicales son sospechosas por lo que callan y por lo que hablan, por lo que hacen y, sobre todo, por lo que dejan de hacer. 

Aquí se fueron el Rey Juan Carlos, Rato, Rubalcaba, Aguirre, Los del Río y hasta Pedro Jota. Pero hay tipos como Cándido Méndez que llevan más de 20 años encadenados en la proa de un fueraborda tomando el sol con gasolina de todos.

El mismo año en que se fundó Comisiones Obreras -1976-, el poeta canario Antidio Cabal dijo que era hora de que los cristianos se cristianizasen o desaparecerían. Pues eso precisamente. O aquellas agrupaciones que nacieron en la defensa de los trabajadores vuelven a ser lo que eran o yo creo que jamás les repetiré a mis hijos aquella frase que un día me dijo mi padre, que todavía tiene las manos duras y el corazón blando. 

¿Qué fue de los sindicatos? ¿Quién conoce los secretos del arte de la domesticación? ¿Qué tendría que poner en la pancarta? ¿Por qué no nos ponemos detrás?

A estas alturas a uno le sale la respuesta del mexicano Carlos Monsiváis: "O ya no entiendo lo que está pasando, o ya no pasa lo que estaba entendiendo".

Pedro Simón en A simple vista
Leído en: http://www.elmundo.es/opinion/2015/11/14/56463042e2704e2f518b4583.html