La crisis y el aumento de los niveles de desempleo
han dado lugar a un gran número de historias. Cada sector económico, cada clase
social y cada individuo tienen su propia narrativa que contar sobre lo
ocurrido. De entre todas ellas, la destrucción de empleo de los últimos años ha
afectado de manera más sensible que en otras épocas al profesional liberal, que
ha visto cómo la expulsión de su empresa no sólo le obligaba a empezar de
nuevo, sino que directamente, podía llegar a poner punto y final a su carrera.
El caso del periodista Joseph Williams, que ha
relatado en un artículo publicado en The Atlantic y financiado por el Economic
Hardship Reporting Project lo que vivió tras perder su trabajo resulta
particularmente revelador. En su historia confluyen algunas de las
circunstancias y problemas que con mayor frecuencia tienen que afrontar
aquellos empleados cualificados que ya superan la barrera de los cuarenta años
(una edad avanzada para muchos empleadores) y, de buenas a primeras, se ven en
la calle.
1. Un paso en falso puede acabar con tu carrera
Aunque muchos trabajadores sientan en sus cogotes
el aliento amenazador de un hipotético despido o ERE, en ocasiones se
infravalora la posibilidad de que un desliz tonto dé con sus huesos en la
calle. Es lo que le ocurrió a Williams, importante colaborador de la revista
Politico y del canal de noticias MSNBC.
“Mitt Romney se encuentra muy cómodo con la gente
que es como él. Esa es unas de las razones por las que parece tan estirado y
torpe en marcos municipales. Pero cuando va a Fox and Friends, son como él.
Gente blanca que se relaja en su compañía”.
Estas tres frases acabaron con la carrera
periodística del afroamericano Williams, que comenzó a recibir acusaciones de
racismo en las redes sociales, algo que puso su cabeza en la picota. “En menos
de dos semanas, me quedé sin trabajo”.
2. Lo personal afecta a lo profesional
No terminaron ahí las malas noticias para Williams.
Cinco meses antes de la polémica generada por su comentario, el periodista
había comenzado su proceso de divorcio, en el cual se había declarado culpable
de agresión de segundo grado, aunque finalmente el incidente fue borrado de su
historial. Ello no impidió que Fishbowl DC publicase un artículo que aireaba
los papeles del divorcio, lo que provocó que algunos de los medios que en
principio iban a contar con él se echasen definitivamente atrás.
3. Es difícil vivir de freelance
El periodista comprobó pronto lo difícil que
resulta vivir de encargos, por mucho nombre que se tenga y por mucho que se
esté dispuesto a aceptar cualquier trabajo, ya sean colaboraciones con
diferentes medios, en una funeraria o podando el césped. Este errático capítulo
puso de manifiesto una verdad que muchos parecen obviar: que, si quieres vivir
a base de pequeños empleos, más te vale tener buenos contactos o trabajar 24
horas al día para conseguir ganar lo suficiente para sobrevivir.
4. Aceptas cualquier trabajo
Si has sido expulsado del ámbito en el que te
movías, no puedes sobrevivir a base de encargos y, aun así, tienes que pagar
las facturas, sólo te queda una opción: decir que sí a lo primero que te
encuentres. En su caso, fue el trabajo en una tienda de deportes a la que
Williams se refiere con el nombre ficticio de “Sporting Goods, Inc.” La llamada
de un encargado para confirmarle que estaba contratado fue la mejor noticia que
recibió en mucho tiempo, pero su pesadilla acababa de empezar.
5. ¿Tienes estudios? Puedes ser problemático
Fue complicado para Williams conseguir trabajo de
dependiente. Pronto se dio cuenta de lo que fallaba: estaba demasiado
preparado, tenía demasiada experiencia y demasiados estudios para un trabajo
así. En otras palabras, mantener en tu plantilla a alguien que cobra menos de
lo que correspondería a su nivel de preparación y educación es un problema,
puesto que son más difíciles de manejar, o al menos así lo piensan los
encargados de RRHH. Además, el periodista se dio cuenta de que los procesos de
selección son cada vez más impersonales, una manera de evitar las demandas por
discriminación racial o sexual.
6. Renuncias a tus principios
La célebre sentencia de Groucho Marx “estos son mis
principios y si no les gustan tengo otros” resulta recurrente en situaciones
desesperadas. Williams encontró una sencilla solución para sus problemas:
eliminar de su currículo todo aquello que no correspondía con los trabajos de
baja cualificación que buscaba e inventarse un pasado como deportista. Si decir
la verdad te pone en desventaja, quizá sea mejor maquillarla un poco. Tu futuro
está en juego.
7. Haces horas extras (no remuneradas)
Aunque la jornada laboral de Williams terminaba a
las nueve, nadie salía por la puerta del establecimiento a dicha hora. Por el
contrario, se veían obligados a fregar el suelo, cambiar el papel higiénico y
limpiar a diario el cristal de la puerta, tareas que en teoría no formaban
parte de las funciones que le asignaron al ser contratado. En la mayor parte de
ocasiones, estas tareas que podían llegar a ocupar 45 minutos se realizaban
fuera del horario de trabajo y resultaban particularmente fatigosas. ¿La
recompensa? Un par de calcetines valorados en 18 euros.
Esta queja, no obstante, nos recuerda que en EEUU
tienen la piel más fina en lo que concierne al trabajo extra, pues, según los
datos del INE, las horas extras de los trabajadores españoles equivalen a más
de 70.000 ocupados.
8. Subir el sueldo mínimo no serviría para mucho
Una de las muchas peleas que Barack Obama no ha
conseguido ganar es la que se refiere a la subida del sueldo mínimo de los
siete a los diez dólares, un incremento que, en teoría, permitiría sacar de la
pobreza a muchos trabajadores. Williams, que recibía 10 dólares a la hora, no
lo tiene tan claro.
En el momento en que su horario fue recortado a 30
horas semanales, Williams, que debía pasar una pensión de mantenimiento a su
mujer, se vio en serios apuros económicos. Como le recordó su mejor amigo,
llegó un punto en el que “estaba ganando lo suficiente para pagarme el
transporte al trabajo”.
9. Vivimos en la era de George Orwell
Williams encontró particularmente llamativa (y
molesta) la estrecha vigilancia que la empresa ejercía sobre sus empleados y
que, por supuesto, era unidireccional. El primer día que se tomó diez minutos
de más en su hora de comer, recibió una cariñosa palmadita en la espalda por
parte de su encargado; los tres minutos de retraso con que llegó al siguiente
día le hicieron merecedor de una fuerte reprimenda.
La cadena se encontraba obsesionada por los
posibles robos que pudiesen producirse en la tienda, algo que se reflejaba en
la media docena de cámaras repartidas por el establecimiento que observaban a
sus clientes, pero también a los trabajadores. Es el caso de un compañero de
Williams, eficiente y experimentado dependiente que terminó de la noche a la
mañana en la calle, justo cuando iba a ser ascendido. Al parecer, ello provocó
que la compañía revisase el historial criminal del joven, en el que figuraba un
hurto menor que no había sido recogido en su currículo, lo que provocó su
salida.
10. La lealtad es un concepto maleable
¿Qué estoy haciendo aquí? Williams no llegó a hacerse
dicha pregunta hasta que un cliente, antiguo trabajador del Tesoro
estadounidense, le preguntó qué hacía trabajando en dicho establecimiento. Sin
embargo, el periodista no podía permitirse abandonar así como así la tienda, y
pasó un mes hasta que consiguió encontrar otro empleo como director de
comunicación en una ONG de Capitol Hill.
Cuando anunció a su supervisor su intención de
abandonar la empresa, este le recriminó no preocuparse “por el trabajo duro o
la lealtad”. ¿A 10 dólares la hora?, se preguntaba Williams. Nada de eso: la
explotación laboral, sostiene el analista, ha provocado que el trabajador deje
de sentir más lealtad que la que esté dispuesto a fingir por un puñado de
billetes.
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