Recuerdo que tras las elecciones de 20-N de 2011, el inabarcable Albert Boadella -¡Obú president!- escribió que en España había contabilizado, como mínimo, la cifra de 101.557 gilipollas seguros. Luego coligió al ver los sufragios cosechados por Amaiur que en nuestro país había no menos de 284.528 votantes que habían dado testimonio de solidaridad con la larga historia de crímenes etarras.
Los 101.557 imbéciles, siempre en opinión del director teatral, los dedujo de que esa misma cifra de electores se había decantado por Pacma que, como sus siglas indican, corresponde al Partido Animalista Contra el Maltrato Animal.
El domingo 25 a las 22 horas ya sabrán algunos, siguiendo el sesudo análisis del trovador catalán, el número exacto de gilipollas volando que surcan los cielos de la vieja Hispania.
Tengo para mí, sin embargo, que esa categoría de sujetos con voto no tiene tanto que ver con la elección concreta que el ciudadano soberano decida, sino con otras cosas. Por ejemplo, con algunos argumentos que estoy oyendo y leyendo acerca de por qué no hay que ir a votar en ese florido domingo festivo de mayo.
No desconozco que, en lugar de haber hablado y gastado el dinero público en debatir acerca del destino de la patata española, de las legumbres, de la remolacha, de la fiscalidad común, de la unión bancaria, de plantar cara desde la UE a las dictaduras del mundo (hispanoamericanas incluidas) y un largo etcétera, se han dedicado a intentar demostrar quién la tiene más larga.
Aún así, es mejor argumento que pensar que simplemente haciendo un corte de mangas a las urnas los problemas están resueltos. Eso sí, y con perdón, que es de auténticos gilipollas.
Graciano Palomo en Elconfidencial.com
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