Desde el conocimiento parcial que ofrecen la ciencia y las reglas fabricadas de la sociedad moderna, es hora de expresar solidaridad. Japón lleva dos semanas, dos milenios, sufriendo el acoso natural de las tribulaciones de la tierra, que nos va advirtiendo de la fragilidad de nuestro equilibrio construido a golpe de tecnología. La comunicación electrónica nos permite observar, desde la lejanía cómoda, cómo un pueblo aguanta la presión incontrolable de los elementos. Este equilibrio se ha roto. La televisión, los periódicos, los medios en general, se hacen eco de la tragedia natural de una civilización que, quizá, solo acaba de empezar. Los medios occidentales, no los insulares nipones. Japón es digno. Japón es mesura. Siempre lo ha sido. En su forma de comer, de moverse, de respetar, de mirar, de no pedir, de aceptar... de aceptar y reaccionar con dignidad.
En uno de los momentos más difíciles de su historia moderna, se enfrenta, además de a la pérdida de miles de sus ciudadanos, la necesidad de reconstrucción y la situación en jaque de su economía, a la mirada de Occidente. "Occidente", que huye del navío a la primera sacudida y alarma nuclear contemporánea. Las acusaciones y las demandas de dimisión no han tardado en florecer... alimentadas por una necesidad de condenar más que de ayudar. Hasta que llegue el momento en que las ratas, unos mamíferos listos e instruidos en el arte de la colonización, estimen que se puede volver a un país limpio de todo rastro de "peligro".
Japón, como cualquier otro lugar en el mundo, pero más que otro por la dignidad que muestra en el drama del cual somos testigos, merece otra actitud por nuestra parte. Nuestra mirada, grabada y retransmitida, les afecta. Los mensajes por vía electrónica no les pueden devolver gasolina o limpiar agua contaminada, pero tampoco pueden ser vínculos de catastrofismo morboso y motivos de alarma desmesurada. Nos leen. No tienen tiempo de contestar, tienen otras prioridades, pero nos leen... Y este dolor no es necesario.
Es tiempo de darse cuenta que Japón, unos de los países más previsores y medidos, refleja nuestra limitación en prever lo imprevisible. Por ello, ¿se le debe de dar la espalda, de aprovechar las fugas nucleares para condenar su economía?
Es tiempo de que las ratas nos solidaricemos, que afrontemos nuestra realidad, que es la de Japón, la de Libia, la de África, la de India y la de todo nuestro planeta, y que entendamos que la mesura es la única vía de salvación económica, social y moral que tenemos por delante.
Michel André es profesor y director del Laboratorio de Aplicaciones Bioacústicas de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC)
Como ya dije en una de mis entradas de este Blog, solidaridad con Japón, gracias a su tecnología, a su trabajo, el mundo ha avanzado, ahora nos toca estar con ellos. ¡Ganbaru Nihon!