¿Algún responsable de la política universitaria piensa en
España de verdad en los usuarios del servicio, es decir, en nuestros
estudiantes? Tal pregunta no es el pie para enlazar un análisis sobre los males
de la enseñanza superior, cuestión a la que ya me he referido aquí en otras
ocasiones, sino para algo mucho más elemental: mostrar mi estupor, como
profesor universitario y como padre, por el hecho insólito de que a nadie se la
haya pasado por la cabeza el mayúsculo y obvio disparate que supone hacer en enero
los primeros exámenes del curso, inmediatamente después, por tanto, de las
vacaciones escolares navideñas.
Tradicionalmente, y con una lógica de cajón, los exámenes
universitarios finales se celebraban en España en junio y en septiembre, más
una convocatoria extraordinaria en febrero, que permitía a quienes llevaban
materias pendientes aligerar su carga antes de junio. Y todo ello con una
cierta flexibilidad, que posibilitaba que los estudiantes realizasen parciales
y negociasen, dentro de un margen razonable, las fechas de celebración de sus
exámenes.
Luego vino el desastre de Bolonia, la organización del curso
en dos semestres (que son en realidad dos cuatrimestres que se quedan a la
postre en dos trimestres) y un calendario de exámenes que es un puro
despropósito: pruebas del primer cuatrimestre en enero, del segundo en mayo y
recuperaciones en junio y la primera parte de julio. En una palabra: durante
seis meses se realizan todos los exámenes y durante los restantes seis meses ni
uno solo. ¡Viva el sentido común y la racionalidad!
Esa falta de sentido común, que parece haberse convertido en
la marca de la casa de nuestra política universitaria, es la que explica que
los exámenes del primer cuatrimestre (en los que, en una nueva muestra de
insensatez, los alumnos afrontan ¡cinco, seis o incluso siete asignaturas!) se
celebren inmediatamente después del período navideño, que reúne más fiestas que
ningún otro en todo el año: Nochebuena, Navidad, Nochevieja, primero de año,
vísperas de Reyes y Reyes, y todo ello en medio de las compras, las rebajas,
los viajes a ver a la familia y un sinfín de juergas, es decir, de una
interminable lista de elementos disuasores del estudio. Hacer los exámenes en
enero es la mejor forma de garantizar que la cuesta de ese mes será aún más
dura, por tener que cargar, encima de con todo lo demás, con las
correspondientes calabazas.
Sí, ya sé que los alumnos deben ir estudiando desde que el
curso da comienzo, pero forzarlos a dar el apretón final en medio del jolgorio
navideño es una crueldad, además de una supina irresponsabilidad. Una más de
las muchas que convierten bastantes de las cosas que hacemos en las
universidades en socialmente incomprensibles. También, claro, para nuestros
estudiantes.
Roberto L. Blanco Valdés en La Voz de Galicia
http://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2014/01/08/desproposito-examenes-eneroel-martirio-continua-agrava/0003_201401G8P15993.htm#.VolwO4bBboU.facebook
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