Cuando yo empecé a trabajar, mi padre se me acercó un día,
me puso la mano en el hombro y me dijo que la obligación de todo trabajador que
se precie era estar afiliado a un sindicato.Cuando él dejó de hacerlo por un
ERE en la Peugeot, mi padre se me acercó un día, me puso la mano en el hombro y
me dijo que no fuese gilipollas y que iba a romper el carné de Comisiones
Obreras.
El caso es que yo ya hacía el gilipollas de muchas maneras, pero
todavía no me había dado por la filiación sindical. Y entonces, desoyendo su
consejo, me apunté en plan rebelde a un sindicato, para tener otro carné además
del del Atleti, que por entonces me daba más disgustos que el copón. No es que
mi padre (al que vi llorar sentado en una silla verde del salón) se hubiese
hecho de derechas, no. Es que él seguía siendo de izquierdas y los sindicatos
ya no.
"Los sindicatos (engrasados con donaciones multimillonarias)
no han movido un dedo por los que veían desaparecer sus puestos de trabajo, los
que perdían sus pisos y los que tenían que cerrar sus empresas", escribió
Rafael Chirbes en clave de no ficción. Fue precisamente eso (y que le dieran un
llavero y no una solución la única vez que fue al sindicato a pedir ayuda) lo
que terminó de hundir a mi viejo.
Grandes centrales sindicales que han hecho de la subvención
un modo de vida y de lucro. Estructuras de poder que han comulgado con la
corrupción política y financiera. Tipos que no saben quién era una mujer
llamada Federica Montseny pero sí saben dónde comer buen centollo con dinero
público. Dirigentes sindicales que han jugado a la piñata con los ERE
andaluces. Un ejército de miles de liberados para terminar dándole a un obrero
de Carabanchel un llavero.
Una mañana de otoño me encontré en el 34 con otro
hombre con el pelo blanco. Me levanté del asiento nada más verlo, me acerqué a
él decidido y el tipo me dijo: "No, no, no. Deja. Si me bajo en la
siguiente parada". Yo le expliqué que no quería darle el asiento sino las
gracias. Sin más. Se llamaba Marcelino Camacho.
Hoy ya no queda nada de aquello
y las grandes centrales sindicales son sospechosas por lo que callan y por lo
que hablan, por lo que hacen y, sobre todo, por lo que dejan de hacer.
Aquí se
fueron el Rey Juan Carlos, Rato, Rubalcaba, Aguirre, Los del Río y hasta Pedro
Jota. Pero hay tipos como Cándido Méndez que llevan más de 20 años encadenados
en la proa de un fueraborda tomando el sol con gasolina de todos.
El mismo año
en que se fundó Comisiones Obreras -1976-, el poeta canario Antidio Cabal dijo
que era hora de que los cristianos se cristianizasen o desaparecerían. Pues eso
precisamente. O aquellas agrupaciones que nacieron en la defensa de los
trabajadores vuelven a ser lo que eran o yo creo que jamás les repetiré a mis
hijos aquella frase que un día me dijo mi padre, que todavía tiene las manos
duras y el corazón blando.
¿Qué fue de los sindicatos? ¿Quién conoce los
secretos del arte de la domesticación? ¿Qué tendría que poner en la pancarta?
¿Por qué no nos ponemos detrás?
A estas alturas a uno le sale la respuesta del
mexicano Carlos Monsiváis: "O ya no entiendo lo que está pasando, o ya no
pasa lo que estaba entendiendo".
Pedro Simón en A simple vista
Leído en: http://www.elmundo.es/opinion/2015/11/14/56463042e2704e2f518b4583.html
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