El mal de Manuela Carmena en Zahara de los Atunes es no
haberse quedado quieta en la parcela de un camping, mirando el mar por los
anuncios. Los policías de la conducta ajena reprochan a la alcaldesa de Madrid
el veraneo en casa compartida con otros tantos. A unos 650 euros por barba. Sin
escolta. Sin coche oficial. Sin privilegios. O sea: el delito es permitirse las
vacaciones. No mostrarse como un campesino sin tierra. Sonreír. Incluso
disfrutar.
El alud de desafectos que genera esta mujer es grandioso.
Ahora su falta ha sido descansar con cargo a su sueldo o sus ahorros (da
igual). No dar ejemplo. No parecer una obrera, coño. El rojo chitón (que dicen
los horteras) y si quiere veranear a lo señorito que se quite de rojo. Es
acojonante la catástrofe de algunas mentes. En cuanto un hombre o una mujer de
izquierdas se sale de la dieta de los altramuces recibe una descarga de
moralidad para afearle la conducta, el compromiso, la coherencia y hasta la educación.
No falla.
El PSOE y el PP han sido (por aclarar está que no lo sigan
siendo) una covacha de salteadores, matones del dinero, imputados, corruptos,
faltones, golfos, alegres putañeros con tarjeta del partido. Nadie ha dado
jamás las cuentas claras de su gente. Lo que sabemos es que muchos han pufado
hasta en el Congreso, restándose patrimonio o sumándose dietas. Viajando a
Bruselas en primera, por sus huevos. Tirando de coche oficial para comprar un
Yatekomo en el Alcampo. Y ahí siguen. Pero lo decente en este caso, limpia la
hoja de servicios, es además ejercer de desclasado aunque hayas sido juez 40
años.
Temo a la demagogia de izquierdas, pero me asquea la de los
íntegros de centro (de extremo centro) decididos a hocicar el hígado de una
profesional sin tacha (de momento) acusando de clamorosa una conducta normal.
Algunos parece que están en un fotograma de Los santos inocentes, del lado del
señorito Iván.
Ese fundamentalismo es el que no soporta que la pobreza no
sea compartida en cuerpo y alma por algunos rojos con poder. El ciudadano de
izquierdas está obligado por vocación y por destino a confundir coherencia con
falta de ambición. Y vivir del cartonaje. Y comer de lata. Pero nadie le exige
a un cirujano plástico que se aumente él antes las tetas para ser fiable en el
compromiso con su clienta y con su negocio.
Carmena se explicó con naturalidad y parece que no da más de
sí la cosa. Ya ves tú. La transparencia no es demostrar que uno es honesto,
sino evitar que pueda no parecerlo. Ese retrato de la alcaldesa de Madrid como
una princesa excesiva resulta grotesco. Forma parte del juego sucio de una
forma de hacer política/periodismo que momifica mucho los dos oficios. Sobre
todo porque parece que todo es mentira. Y así nos va.
Por Antonio Lucas en El Mundo
http://www.elmundo.es/espana/2015/08/20/55d4d448ca474129718b4590.html
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