Se
está hablando tanto del libro de Pilar Urbano antes incluso de que lo publiquen
que corre el riesgo de que le pase lo mismo que al Quijote después de
publicado: que han transcurrido cuatro siglos, todo el mundo lo conoce y
todavía no se lo ha leído ni Cristo. Le he pedido a la editorial Planeta que me
haga una campaña de promoción similar con mi novela y me han respondido que no
tienen potestad para resucitar a Gila y luego fusilarlo bien. Según la versión
que corre libremente por los mentideros, del golpe de estado del 23F estaban
enterados el rey, Felipe González, Carrillo, los bedeles, prácticamente España
entera excepto Tejero, que llegó al Congreso igual que Woody Allen el día aquel
en que suspendieron la fuga general y se quedó solo en el patio vacilando a los
guardias con una pistola de jabón.
Por
primera vez en muchos años un libro de periodismo logra agitar el patio sin que
le haya hecho falta ni un prólogo de Belén Esteban ni un epílogo de Marhuenda.
Y eso que la teoría que maneja la conoce toda la profesión prácticamente desde
el momento en que Tejero se desabrochó la cartuchera y la guardia civil se puso
a alicatar el techo del parlamento. En el bar cercano al Congreso donde
Escudier me lleva de vez en cuando a practicar la barra libre (el mismo donde
tapean todos los periodistas, políticos, ujieres y camareros metidos en el
ajo), la Leyenda Urbana ya la rebozaban el mismo 23F por la noche junto a las
croquetas. Durante estas cuatro décadas la historia ha corrido de boca en boca
más rápido aun que el perro de Ricky Martin.
Sin
embargo, la distancia entre la letra escrita y la literatura oral sigue siendo
enorme. La primera reacción de la crítica al libro sobre Suárez ha sido
unánime: antes (o después) de leerlo, el teniente general Andrés Casinello ha
dicho que el libro está escrito por una histérica con afán de protagonismo y
que es infame y nauseabundo. Lo cual, teniendo en cuenta que quien habla fue
jefe de inteligencia de la Guardia Civil por aquel entonces, debería ir como
recomendación en la faja de sucesivas ediciones. Algo parecido ocurre con otro
de los secundarios de La gran desmemoria, Felipe González, que
llama a Pilar Urbano “periodista desprestigiada con credibilidad bajo cero”,
otra frase de faja que, cambiando el oficio de periodista por el de peluquero
de bonsais, también podía servir de autorretrato.
Con
todo, el gran espaldarazo al libro ha venido impulsado por Gallardón, que se ha
apresurado a aforar a la Familia Real en bloque, un golpe reflejo que nos ha
dejado estupefactos a todos, especialmente a los jueces, que creían que éstos
ya venían aforados de fábrica. Gracias a la Leyenda Urbana nos hemos enterado
de que hay en España lo menos diez mil aforados, no necesariamente borbones, y
todavía nos extraña que Esperanza Aguirre en lugar de derribar una moto, no
atracase un banco. Le he preguntado a mi amigo, el abogado Ricardo Ruiz, si
podrían aforarme también a mí pero me ha dicho que ya han cerrado el cupo.
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