Como la mascota que se entretiene royendo un hueso de plástico, a la que el
amo lanza una pelota y siempre se la devuelve con la boca, así parecen estar
condenados a comportarse los líderes de opinión de este país ante los escándalos
que sacuden nuestra vida pública. No importa que la mascota sea contestataria,
apacible, nerviosa o una de esas que husmea los genitales de los invitados
cuando llegan a tu casa. Cualquiera que sea su carácter, si se consigue educarla
bien, le dices siéntate y se sienta, dame la patita y te la da, recoge la pelota
y obedece. Incluso irá a hacer sus cosas en el rincón del siempre sobre el
periódico en el que firma. Ahora mismo los medios de comunicación han dejado de
roer los casos de Gürtel y de los ERE de Andalucía. Las mascotas parecen haberse
aburrido de estos juguetes ya demasiado mordidos o babeados y de pronto se
muestran felices con otros huesos, peluches o pelotas de todos los colores que
les acaban de regalar. El quebrantamiento físico del Rey, la imputación de la
infanta Cristina, el destino de la Monarquía, la aventura independentista de
Cataluña, la neurosis religiosa aberrante del proyecto de ley sobre el aborto
son los nuevos huesos de plástico que los periodistas deberemos roer de aquí al
verano. En nuestro circo mediático sucede algo muy peculiar que no se da en los
países con una democracia más asentada, donde por regla general antes de que un
escándalo llegue a la opinión pública, tal vez por conducir borracho, por haber
defraudado al fisco, por mentir en cualquier declaración, por comprar una
chocolatina con el dinero del erario o simplemente porque un ministro ha
demostrado ser un idiota, el protagonista ya ha dimitido o le han echado a la
calle con una patada en el culo o ha ido a la cárcel o ha decidido ahorcarse.
Aquí el derecho a la información parece destinado a todo lo contrario. Se trata
de roer y babear el hueso, de juguetear con el peluche hasta destrozarlo, de ir
una y otra vez por la pelota y devolverla al amo del cotarro hasta que el
escándalo de corrupción o un grave problema político, disuelto en saliva, diluya
toda su carga explosiva bajo una apabullante y confusa catarata de artículos,
opiniones y tertulias, que al final no son sino una forma, mejor o peor, de
ganarse la vida.
Manuel Vicent para Elpais.com
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