Escribía
Ortega en La rebelión de las masas que “la forma más contradictoria de la vida
humana es el señorito satisfecho. Por eso, cuando se hace figura predominante,
es preciso dar la voz de alarma y anunciar que la vida se halla amenazada de
degeneración”. España ha vivido en las últimas décadas instalada en su señorío
satisfecho, con una clase media muy conformista que, en lugar de ser motor de
la historia, se contentaba con presumir de jugar al pádel en el mismo gimnasio
que Aznar. Ahora aquellas palas de pádel dormitan polvorientas en una casa de
empeños, y Aznar ya juega al pádel en su propia pista privada.
Al
señorito satisfecho –que éramos todos– se le ha despertado ahora la conciencia
social, parece ser, pero el problema es que no sabe qué hacer con ella. Nunca
había practicado con semejante artilugio, y desconoce si la conciencia social
es un arma arrojadiza, un voto o un buen argumento para un reality show. Era
más fácil jugar al pádel.
Nuestra
ex burguesía y nuestro ex proletariado aburguesado se encuentran ahora en un
desierto tan sin brújulas que ni siquiera son capaces de atisbar espejismos. O
sea, esperanzas. Tras el zapaterazo, ya ahogado por la crisis provocada por
Lehman Brothers y secuaces, el señorito satisfecho votó en mogollón al único español
con huevos para nombrar ministro de Economía, precisamente, a un Lehman
Brothers. Haciendo balance de aquella elección, el señorito satisfecho se da
cuenta hoy de que lo único bueno que Rajoy ha hecho por él, en estos dos años
de gobierno, es ir a ver a Barak Obama y no volver con una invasión militar
debajo del brazo, cual hizo su antecesor. Es de agradecer, señor presidente (de
los EEUU).
Con
su conciencia social recién adquirida como pesado fardo, el señorito satisfecho
se atribula. Tener conciencia social es cosa de pobres. Ergo, ahora yo soy
pobre. Pero tampoco sabe cómo se usa la pobreza. Desconoce, igualmente, si es
un arma arrojadiza, un voto o un buen argumento para un reality show. La última
idea le entristece, pues acaba de vender su preciosa televisión HD en una
tienda de gangas.
Lo
que descubre entonces el señorito satisfecho es que el pobre, el parado, el
cesante, es el único ciudadano honrado que tiene tiempo para hacer política en
España. Acabáramos. Como pronosticó Ortega, en tiempos de desastre el señorito
satisfecho es mayoritario. Y sabe que su voto decide quién obtendrá el poder. Y
esa es su tragedia hamletiana. Ser dueño del poder y de la duda al mismo
tiempo. Por primera vez desde la Transición, se ve impelido a hacer política
real. Y ya no recuerda muy bien de qué iba eso.
En
este punto, el señorito satisfecho analiza sus barreras mentales. Antes no
podía votar a IU porque los comunistas y adláteres perdieron primero la guerra
y después la Transición, y él siempre ha huido de los perdedores. Ahora es un
perdedor.
Cuando
arrancó el 15-M, se quejaba de lo que ensuciaban los perroflautas. Ahora,
mientras fuma en un banco del parque, daría lo que fuera por tener al lado a su
perro. Pero Trotsky ahora vive con su mujer y con el portero de la discoteca a
la que solían ir los sábados.
El
señorito satisfecho se ha convertido en un antisistema a contracorazón. Él
había nacido para ser puro sistema, se sacrificó con fe para el sistema
trabajando como un galeote, cumplió todas las reglas del sistema, incluso
corrompiéndose un poco, y ahora el sistema lo ha expulsado. No le queda más
remedio que convertirse en antisistema hacia la derecha o hacia la izquierda.
Qué miedo da un señorito en tan proceloso trance. Un señorito español.
La
cosa está tan que arde que ayer un periodista le preguntó a un político si el
conflicto catalán podría derivar en otra guerra civil española. El sólido tabú
erigido en España tras el 23-F era derribado: hablar de otra guerra civil. ¿Al
señorito español se le está yendo la olla con tanta cortina de humo? Pues quizá
sí.
Tengo
ganas de que lleguen las elecciones europeas para ver a qué juega el señorito
español venido a menos. Para ver si vota o si no vota, para ver a quién vota.
Solo por eso, estas serán las primeras elecciones europeas trascendentes de
nuestra historia. Cómo será de importante este señorito español, que hasta a
mí, que soy algo macarra, me ha puesto grandilocuente.
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