El Papa argentino se lo está poniendo difícil a agnósticos y ateos. Unas cuantas homilías más y otra entrevista en L'Osservatore Romano del estilo de la de hace unas semanas y estarán dispuestos a creer al menos en el Espíritu Santo, encargado por delegación de trastear en los cónclaves hasta dar con la fumata blanca. Francisco, considerado por significativos sectores de misa diaria un populista y un demagogo (sí, él también), empezó a pisar juanetes cuando afirmó que nunca fue de derechas. Esa frase debió de caer en casa de Rouco Varela como una maldición bíblica. Advirtió de las obsesiones de la Iglesia en torno a la homosexualidad y el aborto, calificó de «vergüenza» la muerte de decenas de inmigrantes en Lampedusa, plantó a la curia para cenar con los pobres, besó a un hombre con deformidades horrendas en la plaza de San Pedro y se arrodilló para lavar y besar los pies de 12 jóvenes recluidos en la prisión de Roma.
Bergoglio critica la caridad que deja a los pobres como están y pide justicia a las instituciones para que todo ser humano tenga derecho al trabajo y la dignidad. En fin, que nos ha salido un Pontífice cristiano, que dice y hace cosas reconocibles en la Biblia, que no usa zapatos rojos primorosos ni el papamóvil blindado y que destituye al obispo pijo alemán que se gastó 31 millones en arreglar su pisito. Una auténtica provocación o, como diría Sánchez Dragó, «un cura obrero que va camino de convertirse en el Papa más cochambroso de la historia indigno sucesor de Ratzinger y Wojtyla».
Esta semana, Francisco ha premiado a los fieles que acudieron a la capilla de Santa Marta a oírle decir la misa de 7, porque sepan ustedes que hay lista de espera de varios meses para ir al primer oficio religioso de la mañana. El obispo de Roma criticó sin piedad la doble vida de esos cristianos que meten «la mano en el bolsillo para hacer donaciones a la Iglesia y con la otra roban al Estado y a los pobres» y distinguió entre aquellos a los que se debe perdonar, los pecadores, y los que habría que «arrojar al mar con una muela de molino al cuello», los corruptos. Aunque la frase resulte inmisericorde, fue Jesús quién la pronunció, y en ello se escudó el Pontífice.
Los creyentes honestos que pagan sus impuestos religiosamente, no roban ni se corrompen tienen, pues, el consuelo de la atrocidad eterna que la Biblia reserva a nuestros grandes chorizos nacionales. El resto, en cambio, preferiríamos que antes de partir a los infiernos tuvieran en este mundo la condena de la justicia humana. No pedimos que los arrojen al mar, nos conformaríamos con que devolvieran la pasta y pagaran sus delitos. Sin embargo, el archivo de ciertas causas está próximo. Al tiempo. Aunque no haya dios que comulgue con semejante rueda de molino.
Bergoglio critica la caridad que deja a los pobres como están y pide justicia a las instituciones para que todo ser humano tenga derecho al trabajo y la dignidad. En fin, que nos ha salido un Pontífice cristiano, que dice y hace cosas reconocibles en la Biblia, que no usa zapatos rojos primorosos ni el papamóvil blindado y que destituye al obispo pijo alemán que se gastó 31 millones en arreglar su pisito. Una auténtica provocación o, como diría Sánchez Dragó, «un cura obrero que va camino de convertirse en el Papa más cochambroso de la historia indigno sucesor de Ratzinger y Wojtyla».
Esta semana, Francisco ha premiado a los fieles que acudieron a la capilla de Santa Marta a oírle decir la misa de 7, porque sepan ustedes que hay lista de espera de varios meses para ir al primer oficio religioso de la mañana. El obispo de Roma criticó sin piedad la doble vida de esos cristianos que meten «la mano en el bolsillo para hacer donaciones a la Iglesia y con la otra roban al Estado y a los pobres» y distinguió entre aquellos a los que se debe perdonar, los pecadores, y los que habría que «arrojar al mar con una muela de molino al cuello», los corruptos. Aunque la frase resulte inmisericorde, fue Jesús quién la pronunció, y en ello se escudó el Pontífice.
Los creyentes honestos que pagan sus impuestos religiosamente, no roban ni se corrompen tienen, pues, el consuelo de la atrocidad eterna que la Biblia reserva a nuestros grandes chorizos nacionales. El resto, en cambio, preferiríamos que antes de partir a los infiernos tuvieran en este mundo la condena de la justicia humana. No pedimos que los arrojen al mar, nos conformaríamos con que devolvieran la pasta y pagaran sus delitos. Sin embargo, el archivo de ciertas causas está próximo. Al tiempo. Aunque no haya dios que comulgue con semejante rueda de molino.
Al contrataque de Julia Otero para elperiodico.com
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