Mentimos, mentimos continuamente. A veces de una forma tan natural que
resulta casi un acto inconsciente. De hecho, un estudió llegó a la conclusión
de que se dicen hasta tres mentiras por cada diez minutos de conversación. ¿Y
por qué mentimos? Para lograr lo que queremos. Y si hay algo que siempre queremos
es sexo.
Oímos aquello de que el dinero y el sexo son los dos motores que mueven
el mundo. Puede que sea cierto. No todas nuestras mentiras pueden reportar
beneficios en nuestra cuenta bancaria (a las de algunos políticos, sí), pero
hay otras que sí que pueden ayudarnos a
conseguir una buena sesión de eso que tanto nos gusta. Aunque, como contaba
recientemente Rosetta Forner, muchas veces "nos la
dan con queso".
Pensémoslo un poco: ¿qué son el maquillaje, un sujetador de aumento,
una faja de reducción y unos tacones sino una mentira? Mentimos para gustar,
para atraer. Y si no me creéis, solo basta con que te sientes en algún
restaurante y observes a una pareja en su primera cita. Fingimos ser una
versión mejor de nosotros mismos: más simpáticos, pacientes, atentos,
comprensivos, divertidos, etcétera. Hacemos lo posible por ofrecer al de
enfrente aquello que desea, con el objetivo de conseguir una segunda cita, o al
menos conseguir que esa noche haya un buen postre.
Quizás ahí esté parte del debate, ¿mentimos con el mismo objetivo
hombres y mujeres? Si buscamos en internet la frase "mentiras para
conseguir sexo", lo que aparece es una multitud de artículos,
publicaciones e incluso vídeos donde se cuentan algunas de las mentiras que un
hombre puede usar para llevar a su objeto de deseo a la cama. Parece que, si
bien algunas de nosotras usamos más la
mentira en lo físico para seducir, otros cuantos no dudan en usar su
labia, para mentir como bellacos y engatusar a su objetivo.
Hay algunas mentiras casi tan inocentes como "solo la
puntita" y otras más imaginativas, como "dormimos en la misma
habitación pero, tranquila, que yo duermo en la otra cama" (algunas nos
las creemos porque queremos). De ahí, por supuesto, a grandes clásicos que
pasan por "es que mi novia no me comprende" a "te lo prometo, la
he dejado", o incluso el "nunca me había enamorado hasta que te
conocí a ti" (ojo, no quiere decir que, a veces, sea cierto; tampoco nos
pongamos tan desconfiados/as).
Después están los verdaderos maestros del embuste. Me viene a la
cabeza, por supuesto, el personaje de Barney Stinson en la serie How I met your
mother, y su llamado "Playbook", el libro en el que guarda, como oro
en paño, todos los trucos y mentiras que utiliza para acabar bien acompañado
entre las sábanas. Y resulta que, al menos en la serie, le funcionan bastante
bien.
El mundo de la ficción ha hablado muchas veces de la relación entre las
mentiras y el sexo. Dándole una vuelta de rosca al asunto, y mirándolo desde
otra perspectiva, también podemos pensar en qué pasa si el sexo es en sí la
propia mentira. Es decir, seducir para engañar a alguien.
Volviendo a algunos topicazos sexistas, que si existen es por algo, recuerdo
ahora la película Las seductoras, en la que las más que atractivas Sigourney
Weaver y Jennifer Love Hewitt, madre e hija en la ficción, utilizan el sexo
para engañar a más de un incauto. Parece que nos empeñamos en hacer del sexo
algo mucho más complejo y retorcido de lo que es.
El sexo es poder. No podemos negarlo. El sexo consigue hacernos
vulnerables (a todos), y por eso no podemos usarlo alegremente como arma,
porque al final ese es el problema, que alguien puede salir herido.
Puede que nuestra sociedad no sea ni tan libre ni tan liberada como
quisiéramos, pero sí que es mucho más heterogénea de lo que pensamos. Ni todas
las mujeres ni todos los hombres son iguales, ni responden a los mismos
arquetipos sociales. Dejemos de engañarnos, y escudarnos en el que "es que
las mujeres dan sexo para recibir amor, y los hombres dan amor para tener
sexo". Hay mujeres que buscan solo
sexo, solo un buen rato, y hay hombres que buscan amor, compartir su vida con
alguien.
Quizás si aprendiéramos a ser un poco más sinceros con lo que realmente
queremos, con los demás, y, para empezar, con nosotros mismos (quizás esa sea
la clave), podríamos conseguir mucho más de lo que obtenemos que si vamos
engañando. Mientras tanto, nos queda dejar de enfadarnos mucho por aquellas
mentiras piadosas, y pensar que, un mundo sin mentiras tampoco sería perfecto.
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