Son artefactos contenedores. Lanzados desde tierra, mar o
aire, en algún momento de su trayectoria expulsan varias decenas o cientos de
submuniciones. La llamada lluvia de acero. Su tasa de mutilación y mortalidad
se multiplica por el elevado porcentaje de municiones que quedan ocultas sin
estallar. Un peligro que acecha durante años a la población civil.
Estos días no dejan de caer bombas de racimo sobre nuestro
ánimo. Cuando no es Luis Linde, gobernador del Banco de España, proponiendo la
contratación de trabajadores con retribuciones por debajo del salario mínimo,
es Olli Rehn, comisario europeo de Asuntos Económicos, exhortando a enviar las pensiones
a la pila del sacrificio. Los lobis, los grupos mediáticos, expertos de una y
otra ralea, todos se apuntan a su particular lanzamiento de bombas. Artefactos
que, convenientemente recogidos por los titulares, siembran la angustia en
miles de personas. Fácil. Efectivo. Y de una propagación extraordinaria. Cada
palabra de Rehn, Linde o tantos otros con capacidad de cambiar la realidad
produce la inquietud de muchos que justo sobreviven con una exigua pensión o un
sueldo de miseria. El mero pensamiento de disponer de un puñado de euros menos
provoca horas de insomnio. Un nudo en el vientre. Una pesadilla paralizante que
mina la voluntad y destroza la confianza en las propias fuerzas. Así, unos
empiezan a ganar la batalla. Y los ciudadanos, a perderla.
Emma Riverola
Escritora
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