No sé a qué tanto escándalo porque el régimen de Corea del Norte solo permita
18 cortes de pelo, cuando aquí, quien más quien menos, salvo Falete, está a
dieta soviética, y vamos todas con la media melenita y las mechas californianas.
Tampoco entiendo la crítica al chandalismo del difunto Chávez y su delfín
Maduro, cuando aquí a los padres de la patria no los sacas del terno y el
corbatón a rayas; y a las madres, del trajecito de chaqueta de Zara. Y es que
aquí y en Pionyang y en Washington, salvo que te dé una crisis de las gordas y
te desgracies tú sola como Michelle Obama con ese flequillo de perrita Lulú que
le va menos que a un Cristo dos pistolas, las cabras tiramos al monte y acabamos
siempre de uniforme.
Mira a Cospedal, que no ha vuelto a aceptar preguntas desde que apareció con
aquel hábito carmelita marrón intenso para explicar el ídem de Bárcenas. Para mí
que la pobre no es que les haya cogido pánico a los careos después del bochorno
del finiquito en diferido, sino que está esperando a que se le seque el
modelito. Como llueve sobre mojado, en Génova no se seca la colada ni a tiros.
Eso, por no hablar del bicharraco que llevaba agarrado a la pechera. Alguien,
algún día, hará una tesis de por qué las políticas de toda era y pelaje —esa
Salgado, esa Rosa Díez, esa De la Vega—, pero especialmente las peperas
—esa Aguirre, esa Rudi, esa Botella— son adictas a los broches gigantescos. Hay
quien sostiene que es mera coquetería femenina. Pero para mí que, además, son
escudos acorazados para repeler las pullas de según qué capullos sexistas.
¿Pues no va el otro día un mindundi socialista, de apellido Ferrera, y se
permite ladrarle a la ministra Báñez, que estaría más mona haciendo punto de
cruz en su pueblo? Luego tuvo que envainársela, por supuesto, como Toni Cantó,
otro que tal micciona. Pero el caso es que algunos aún difaman, y algo
queda. Aunque tengan menos gracia que Bono I de Castilla-La Mancha, que lleva
camino de ganarle la partida a Paco Ubicuo Marhuenda en su afán de defender a la
Corona de Corinna por tierra, mar y tertulias. Como si el titular del trono no
tuviera nada que ver en esa movida.
Hablando de los reyes, esta semana se han visto más que en todo el año.
Mañana, tarde y noche ha estado la Reina a ver a su marido en La Milagrosa. Él,
tan tieso, que para algo es el rey del posoperatorio. Ella, regia, con su
uniforme de soberana, abnegada esposa y madre. Y una sonrisa de estar de vuelta
de todo que ríete tú de la Gioconda. Debe de ser por eso que ¡Hola!, siempre a
su bolita, titula en una esquina: “La Reina doña Sofía, junto al Rey y feliz en
el hospital tras el éxito de la operación”, una semana después de dar a la
princesa alemana a toda página. Con este panorama, y el director del CNI a punto
de hablar en el Congreso sobre los tejemanejes de Zu-Etc., comprenderás que
Ladies of Spain, el escandaloso libro de Andrew Morton sobre las
mujeres de La Zarzuela, llega pelín tarde.
A quien no le pilla el toro es al sastre vaticano. Tres modelazos le ha
cosido a su Futura Santidad en vida. Porque nos tienen vetadas, pero si fuera
cardenala, esta monja ya le había sobornado para ver cómo le queda el hábito.
Luz Sánchez-Mellado para El País
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