Las personas que tendemos a la sensatez, aun sabiendo que no hay nada menos popular en España que un espíritu moderado, llevamos tiempo añadiendo en nuestras columnas la obligada coletilla de que lo que hagan unos cuantos corruptos no puede enturbiar todo un sistema que tanto costó poner en pie. La sombra de la inhabilidad española para sostener en el tiempo períodos democráticos y estables nos lleva obligando años a hacer un continuo ejercicio de responsabilidad. Pero, de una vez por todas, aunque temamos verbalizar lo que ronda en nuestra cabeza, debemos admitir que ese borrón, que en situaciones normales se le permitiría a todo buen escribano, se ha extendido en los últimos años hasta hacer casi invisible las zonas limpias del sistema.
El martes nos despertamos con la noticia de que el secretario de las infantas ha sido imputado en el caso Urdangarin. Y no hay web que pueda borrar el rastro de un individuo que aparece a diario en la prensa. A eso se le suma Bárcenas, la financiación de los partidos, los generadores de "Ideas" sociales que no creen en ellas, o el agravio permanente a una ciudadanía convertida en financiadora de errores ajenos. El descenso de la popularidad de la monarquía española y la manera en que eso afecta al país no puede compararse a la polémica que en Holanda provocó la compra de una mansión en Mozambique por parte de los príncipes holandeses; los cimientos de su democracia son incomparablemente más sólidos que los de la nuestra.
Si sumamos hoy todas las instituciones que han sido desacreditadas en España por las malas prácticas es posible que tengamos que enfrentarnos al hecho de que algo no funciona. En general. Y algo debe cambiar para que nuestra vida no se vea alterada de manera dramática por un salvador que pervierta nuestro derecho legítimo a vivir en un país igualitario y fiable.
Elvira Lindo para El País
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