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sábado, 21 de marzo de 2015

Reflexión LVI: El niño que pudo hacerlo

Dos niños llevaban toda la mañana patinando sobre un lago helado cuando, de pronto, el hielo se rompió y uno de ellos cayó al agua. La corriente interna lo desplazó unos metros por debajo de la parte helada, por lo que para salvarlo la única opción que había era romper la capa que lo cubría.
 
Su amigo comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero al ver que nadie acudía buscó rápidamente una piedra y comenzó a golpear el hielo con todas sus fuerzas.
Golpeó, golpeó y golpeó hasta que con-siguió abrir una grieta por la que metió el brazo para agarrar a su compañero y salvarlo.
 
A los pocos minutos, avisados por los vecinos que habían oído los gritos de socorro, llegaron los bomberos.
 
Cuando les contaron lo ocurrido, no paraban de preguntarse cómo aquel niño tan pequeño había sido capaz de romper una capa de hielo tan gruesa.
- Es imposible que con esas manos lo haya logrado, es imposible, no tiene la fuerza suficiente ¿Cómo ha podido conseguirlo? -comentaban entre ellos.
Un anciano que estaba por los alrededores, al escuchar la conversación, se acercó a los bomberos.
- Yo sí sé cómo lo hizo -dijo.
- ¿Cómo? -respondieron sorprendidos.
- No había nadie a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.

domingo, 8 de marzo de 2015

Reflexión LV: Un nudo en la sábana

En una junta de padres de familia de cierta escuela, la Directora resaltaba el apoyo que los padres deben darle a los hijos. También pedía que se hicieran presentes el máximo de tiempo posible. Ella entendía que, aunque la mayoría de los padres de la comunidad fueran trabajadores, deberían encontrar un poco de tiempo para dedicar y entender a los niños.
 
Sin embargo, la directora se sorprendió cuando uno de los padres se levantó y explicó, en forma humilde, que él no tenía tiempo de hablar con su hijo durante la semana.  Cuando salía para trabajar era muy temprano y su hijo todavía estaba durmiendo. Cuando regresaba del trabajo era muy tarde y el niño ya no estaba despierto.
Explicó, además, que tenía que trabajar de esa forma para proveer el sustento de la familia. Dijo también que el no tener tiempo para su hijo lo angustiaba mucho e intentaba redimirse yendo a besarlo todas las noches cuando llegaba a su casa y, para que su hijo supiera de su presencia, él hacía un nudo en la punta de la sábana. Eso sucedía religiosamente todas las noches cuando iba a besarlo. 
Cuando el hijo despertaba y veía el nudo, sabía, a través de él, que su papá había estado allí y lo había besado. El nudo era el medio de comunicación entre ellos.
 
La directora se emocionó con aquella singular historia y se sorprendió aún más cuando constató que el hijo de ese padre, era uno de los mejores alumnos de la escuela.
 
El hecho nos hace reflexionar sobre las muchas formas en que las personas pueden hacerse presentes y comunicarse con otros. Aquél padre encontró su forma, que era simple pero eficiente. Y lo más importante es que su hijo percibía, a través del nudo afectivo, lo que su papá le estaba diciendo.
 
Algunas veces nos preocupamos tanto con la forma de decir las cosas que olvidamos lo principal que es la comunicación a través del sentimiento. Simples detalles como un beso y un nudo en la punta de una sábana, significaban, para aquél hijo, muchísimo más que regalos o disculpas vacías.
Es válido que nos preocupemos por las personas pero es más importante que ellas lo sepan, que puedan sentirlo. Para que exista la comunicación, es necesario que las personas “escuchen” el lenguaje de nuestro corazón, pues, en materia de afecto, los sentimientos siempre hablan más alto que las palabras.
 
Es por ese motivo que un beso, revestido del más puro afecto, cura el dolor de cabeza, el raspón en la rodilla, el miedo a la oscuridad. Las personas tal vez no entiendan el significado de muchas palabras, pero saben registrar un gesto de amor. Aún y cuando el gesto sea solamente un nudo. Un nudo lleno de afecto y cariño.
 
Vive de tal manera que cuando tus hijos piensen en JUSTICIA, CARIÑO, AMOR e INTEGRIDAD, piensen en ti.

domingo, 1 de marzo de 2015

¿Deberíamos contar esta noticia?

Hoy, diez personas se han quitado la vida en España. Mañana lo harán otras diez. Y pasado mañana otras diez. La cifra se ha disparado con la crisis. ¿Por qué no son noticia?
 
La cifra de suicidios no deja de subir en nuestro país. Acabamos de saber que en 2013 se quitaron la vida 3.870 personas (tres hombres por cada mujer). La cifra más alta de los últimos 25 años. Los suicidios se han disparado hasta el punto de crecer un 22 por ciento en tres años. La crisis. La maldita crisis.
 
Pero no hablamos de ello. No lo verán en las portadas de la prensa, o en los informativos de televisión. Ni probablemente escucharán una tertulia radiofónica sobre suicidas. A pesar de que la cifra de suicidas dobla a la de los fallecidos en accidentes de tráfico, y a pesar de que se ha convertido en la primera causa de muerte no natural en nuestro país, no es noticia.
¿Deberíamos contarlo?
Quizá. Pero no lo hacemos.
Son tabú.
Tememos el efecto llamada.
 
¿Se suicidarían más personas si los suicidios fueran noticia? ¿Daríamos el empujón definitivo a aquellos que están pensando en suicidarse? O, por el contrario, contribuiríamos a crear una corriente de opinión social que presionaría al gobierno para que aumentara y dotara las partidas presupuestarias de prevención del suicidio.
 
Una de esas diez muertes de un día cualquiera de hace un par de años fue la de un compañero. Un freelance (terrible eufemismo y todavía peor forma de contratación laboral: tienen más derechos las empleadas del hogar por horas que miles de periodistas obligados a depender de encargos más o menos caprichosos y pasajeros) que llevaba muchos meses sin trabajar. Como tantos otros compañeros de los medios de comunicación tuvo que hacerse autónomo (y pagar religiosamente cada mes sus impuestos) y depender de encargos fortuitos y mal muy mal pagados (cuando se pagan). Tenía mujer y dos hijos. Imposible imaginar lo que pasó por su cabeza para dejarlos solos. Lo desesperado que se debió encontrar.
 
Y así, diez personas cada día.
 
¿Es quizá hora ya de visibilizarlos y de empezar a tomar medidas?.
 
No vale una visita a urgencias con un psiquiatra saturado que recete unas pastillas y chimpum. Hay que fortalecer el sistema de salud pública mental. Hay que dotarlo de profesionales y de dinero. Pero también hay que quitar el estigma sobre los suicidios (y así, además, ayudar a que los supervivientes dejen de culpabilizarse). Y hay que educar a los ciudadanos para aprender a detectar los síntomas en las personas de su entorno (igual que nos enseñan a saber si un adolescente sufre bulimia o acoso escolar).
 
La OMS advierte que los suicidios se están convirtiendo en un problema grave de salud pública, e insta a los gobiernos a que adopten medidas preventivas. Tras cada número, tras cada muerte, hay una familia rota para siempre, fragmentada en el dolor constante y la culpabilidad imborrable.
 
Quizá estemos todos equivocados y hablar del suicidio ayude a prevenir otros casos. Quizá hay que comenzar a dar la cara también en esto.
El blog de Carme Chaparro