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miércoles, 20 de enero de 2016

Carta a una víctima del 'bullying'

¿Estás harto de que la tomen contigo? ¿Tienes ganas de cargártelos a todos? Te comprendo porque yo también he tenido que huir, que esconderme. Sabía cuál era el pasillo más peligroso del colegio, dónde me esperaban esos cabrones. Sabía que la pista de fútbol era territorio terrorista. Sabía que cuando te agachas a beber en la fuente del patio es conveniente mirar a ambos lados para que ningún gracioso te parta el labio contra el grifo. En fin, sabía esas cosas, y sabía otras que he olvidado ya.
Eran normas estrictas. Uno las cumplía. Evitaba ciertas plazas, ciertas calles. Pero muchas veces fallaban. Te cogían por más cuidado que pusieras. El colegio era una guerra abierta. El regreso a casa era demasiado largo. Una calle llena de esquinas. De nada servía correr. Al fin y al cabo, si conseguías huir corriendo, el día siguiente podía ser peor.
También sé que el peor momento no es cuando te quitan el dinero o te rompen el móvil o te pegan. Sé que lo peor es el resto del día, ese agobio que uno siente cuando existe la posibilidad de que te cacen, cuando te conviertes en una cebra que trota por la sabana y huele a los leones agazapados. Pero ¿en serio crees que son leones? Son unos mierdas, eso es lo que son. A lo mejor tu madre o tu padre o tu profe te dicen que no uses malas palabras. Pero entonces, ¿cómo podríamos describir a esos mierdas? Sé que repites estas palabras en tu cuarto con la rodilla magullada, con el escupitajo todavía visible en la camiseta. Que son unos mierdas y unos hijos de puta y unos cabrones que ojalá se mueran todos. Y que imaginas escenas de película, como ésta:

Tú vas por la calle con la mochila cargada. Aparecen los tres de siempre, con su andar chulesco, con sus risas estúpidas y sus insultos. Te paras frente a ellos y dejas que se acerquen. Dejas que empiecen a meterse contigo, pero de pronto eres un maestro de kung-fu. Lo has ensayado a solas, pegándole al aire en tu cuarto. Al más grande, al puto gordo, lo dejas sorprendido con tu primer derechazo rápido a la garganta. Mientras se ahoga saltas por encima de él y de una patada rompes la nariz de su colega el garrulo.

Queda sólo uno, es el más bajito pero también el peor de todos, el más maligno. Al verse sin sus compinches no se atreve a pelear. Sale despavorido pero tú eres más rápido que él. Juegas a ponerle la zancadilla, haces que tropiece unas cuantas veces sin llegar a derribarlo, corres con la felicidad de la venganza en la risa y en los gritos. Al fin te aburres, lo tiras al suelo, haces que se dé la vuelta y lo miras a los ojos justo antes de machacarle el brazo:
-Y no vuelvas a meterte conmigo nunca más.
-¡Perdona, perdona! -dice llorando.

Pero son sueños. Sueños de rabia, de impotencia. Vuelves al colegio. Sabes que nunca tendrás lo que hay que tener para plantarles cara, porque tú eres de los míos, un tirillas, un cobarde, una gacela: te repugna la violencia. Si llegara el momento de enfrentarte, el miedo te paralizaría. Al final, siempre te dejas pegar. Son más que tú, más fuertes, más malvados. Y mientras se meten contigo, tú piensas: que sea rápido. Y así soportas la humillación mientras los otros se ríen. Nadie hace nada por ti. A veces, eso es lo peor.
Pero claro, es que no se lo dices a tus padres porque te da vergüenza. No se lo dices a tus profesores porque temes represalias. Frente a ellos, siempre estás solo. Y lo pasas tan mal que piensas que sería mejor encerrarse en casa y no salir más.

Bueno. Quiero que sepas que hay un escondite perfecto. Ese escondite es el futuro. El resto de tu vida, en cuanto acabes el colegio. ¿No me crees? Te voy a explicar cómo funciona eso. Yo también creía que toda la vida iba a ser igual, pero llega un momento en que dejas de encontrarte con los abusones. Ni siquiera te planteas dónde se han metido. Desaparecen y tú empiezas a disfrutar de la vida.
Hasta en las peores épocas tienes que estudiar mucho, que sacar buenas notas, porque entonces recibirás un premio enorme cuando por fin te hagas mayor: este premio será la libertad. Durante una época, todavía te asustarán ciertos tipos. Te recordarán a los que te cascaban en el cole, pero te darás cuenta de que no van contra ti. Al revés: algunos, sorpresa, son simpáticos. Rudos, pero simpáticos. Bromistas, pero simpáticos. Y algo menos espabilados que tú.
Ya nadie te va a pegar o insultar. ¿Sabes qué pasa con los abusones cuando crecen? Es fantástico: toda esa energía que empleaban en joderte la vida, la usan para joderse a sí mismos. No me preguntes cómo pueden ser tan imbéciles, yo no lo sé, pero es así.

Y mientras ellos siguen comiendo hierba como bestias (no eran leones, eran vacas), tú despuntas. Has pasado solo más tiempo que los demás. Has cultivado lo que llevas dentro, has aprendido, has pensado cosas que nadie entendía cuando eras pequeño, y ahora descubres que todo eso vale mucho más que un montón de músculos. Es tu camino, tu propio camino, que llegará tan lejos como quieras tú.
Las dificultades de la vida adulta son un fastidio, pero ahora, sin abusones que te metan el miedo en el cuerpo, corres mucho más rápido que todos los demás. Y llega un punto de tu vida en que miras atrás, a tus recuerdos. Te acuerdas de esos tipejos que te hacían la vida imposible en el colegio. Los buscas en internet, a ver qué tal les ha ido. Y ¿sabes lo que encuentras? Ruinas humanas. Tipos medio calvos, tías horrorosas, teñidas, histéricas. Aquellos que se creían tan guays llevan vidas mediocres. Son los mismos, pero el tiempo y la crueldad los han deformado. Tú vuelas y ellos son anclas humanas enrocadas en el fondo de la mediocridad.
Por fin vives rodeado de gente divertida, inteligente y buena. Te diré una gran verdad: la gente mayor es mejor que la pequeña. La vida adulta manda al cuerno a los abusones, mientras los abusados llegan lejos. Muchos de mis amigos, que son gente brillante y triunfadora, eran los pringados del colegio.
Sé fuerte por dentro, la cabeza sobre los hombros, bien alta. No te vengas abajo. El tiempo, aunque sea lento, pone las cosas en su sitio. Y tú estás destinado a llegar alto. Les verás la calva desde arriba. Estudia, lee, sueña una vida mejor, diviértete. No hay lotería en este negocio: el premio es para ti.

Jun Soto Ivars en España is not Spain

Leído en: http://blogs.elconfidencial.com/sociedad/espana-is-not-spain/2015-06-13/carta-a-una-victima-del-bullying_883395/

Rastas

Pues sí, yo también tengo una opinión sobre las rastas, sobre la lactancia de las diputadas, sobre el préstamo de senadores propios para formar grupos ajenos. Pero no voy a expresarla aquí, porque tengo poco espacio para hablar de las cosas importantes. Habrán ustedes leído, sin duda, que el fiscal del caso de las tarjetas black ha pedido cuatro años y medio de cárcel para Rato, seis años para Blesa. Lo que seguramente no sabrán, porque los medios apenas han prestado atención a este caso, es que las penas que acabo de citar son muy inferiores a las que otro fiscal pide para ocho trabajadores de la fábrica de Airbus en Getafe por participar en un piquete en la huelga general del 29 de septiembre de 2010 contra la reforma laboral de Zapatero. Por ejercer su derecho a la huelga —recogido en la Constitución Española, en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, y en el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de la ONU—, cada trabajador de Airbus afronta una pena de ocho años y tres meses.

En aplicación del artículo 315.3 del nuevo Código Penal, el mismo que nos ha devuelto a la barbarie de la cadena perpetua, la Fiscalía ni siquiera se molesta en individualizar las responsabilidades de los acusados. Piden para todos ellos, en bloque, el doble de la pena de cárcel que le habrá costado a Rodrigo Rato saquear Bankia, una entidad que se rescató con más de 22.400 millones de euros de dinero público, del suyo y del mío. Mediten un instante sobre esto, juzguen el ataque a su propia dignidad que supone la criminalización del derecho a la huelga, valoren la agresión que la petición del fiscal proyecta sobre las condiciones de trabajo de los españoles y, luego, si les quedan ganas, sigan hablando de las rastas.

Almudena Grandes para El País

Leído en: http://elpais.com/elpais/2016/01/15/opinion/1452886025_950968.html

Y si después de leer ésto pensamos en la defensa que hace el Fiscal y la abogada del Estado a la Infanta Cristina, pues apaga y vamonos... Esto de que la Justicia es igual para todos es de risa.

martes, 19 de enero de 2016

El desayuno bien explicado

¡¡¡¡¡RIIINNNGGGG!!!!

Suena el despertador y el cerebro empieza a preocuparse: "Ya hay que levantarse y nos comimos todo el combustible" Llama a la primera neurona que tiene a mano y manda mensaje a ver qué disponibilidad hay de glucosa en la sangre. Desde la sangre le responden: "Aquí hay azúcar para unos 15 a 20 minutos, nada más".

El cerebro hace un gesto de duda, y le dice a la neurona mensajera: "De acuerdo, vayan hablando con el hígado a ver qué tiene en reserva". En el hígado consultan la cuenta de ahorros y responden que a lo sumo los fondos alcanzan para unos 20 a 25 minutos'. En total no hay sino cerca de 290 gramos de glucosa, es decir, alcanza para 45 minutos, tiempo en el cual el cerebro ha estado rogándole a todos los santos a ver si se nos ocurre desayunar.

Si estamos apurados o nos resulta insoportable comer en la mañana, el pobre órgano tendrá que ponerse en emergencia: "Alerta máxima: nos están tirando un paquete económico".

Cortisona, hija, saque lo que pueda de las células musculares, los ligamentos de los huesos y el colágeno de la piel.

La cortisona pondrá en marcha los mecanismos para que las células se abran cual cartera de mamá comprando útiles, y dejen salir sus proteínas. Estas pasarán al hígado para que las convierta en glucosa sanguínea. El proceso continuará hasta que volvamos a comer.

Como se ve, quien cree que no desayuna se está engañando: Se come sus propios músculos, se auto devora. La consecuencia es la pérdida de tono muscular, y un cerebro que, en vez de ocuparse de sus funciones intelectuales, se pasa la mañana activando el sistema de emergencia para obtener combustible y alimento.

¿Cómo afecta eso nuestro peso? Al comenzar el día ayunando, se pone en marcha una estrategia de ahorro energético, por lo cual el metabolismo disminuye. El cerebro no sabe si el ayuno será por unas horas o por unos días, así que toma las medidas restrictivas más severas. Por eso, si la persona decide luego almorzar, la comida será aceptada como excedente, se desviará hacia el almacén de "grasa de reserva" y la persona engordará.

La razón de que los músculos sean los primeros utilizados como combustible de reserva en el ayuno matutino se debe a que en las horas de la mañana predomina la hormona cortisol que estimula la destrucción de las proteínas musculares y su conversión en glucosa.


Así que ya lo sabes ahora... nunca más salgas sin desayunar, tu organismo te lo agradecerá y compensará con mayor salud, la misma que podrás disfrutar viviendo más tiempo y sano para que convivas con tus seres queridos. Desayunando temprano, llevarás energía suficiente, la misma que te ayudará a que tu mente sea más ágil, tus pensamientos más espontáneos, tu cuerpo más relajado, con mayor facilidad de movimiento y por lógica... Te estresarás menos.

Leído en: http://www.creadess.org/index.php/informate/sostenibilidad-socio-ambiental/consumo-responsable/20151-desayuno-explicado-de-manera-fantastica-por-una-endocrinologa

lunes, 18 de enero de 2016

Hemos terminado. Leído a las 17:44 h.

Levanta la cabeza del móvil y deja de leer esto un segundo. Sólo un momento. Va a ser sólo un momento. Hazlo. ¿Qué ves? Seguramente, si estás acompañado, a tu alrededor el resto de seres humanos también estén mirando una pantalla entre sus manos y ni siquiera se estén dando cuenta de que tú ya no.

Bendecimos y maldecimos la tecnología unas veinte veces al día. Es así, en 2016 las redes sociales y los teléfonos inteligentes ya son una realidad para casi todos. Ya no se te ocurre escribir una carta, ni dejar una notita ni llamar por teléfono a casa de tu amiga para quedar. Eran buenos tiempos aquellos en los que sabías que te lo iban a coger sus padres. Que ibas a tener que llamar a tu colega por su nombre real y no por cualquiera que fuese el mote por el que le llamabas en ese intenso y hasta arriba de hormonas momento vital. Eso ya no pasa. Ahora, escribes mensajes de Whatsapp llenos de iconos hasta a tu jefe. Ves la cara del bebé recién nacido de tu primo en una foto en Facebook. Te enteras de que han declarado la Tercera Guerra Mundial en Twitter porque es Trending Topic el hashtag. La vida misma.

De tarde en tarde, se cuelan en las noticias un montón de expertos que aseguran que la tecnología nos vuelve asociales. Que la gente ya no habla. Que no se cena en familia. Que ya nadie escribe cartas de amor porque ahora los chavales intercambian fotos de sus genitales. El fin del mundo, probablemente… O no.

Tu padre te increpa cada vez que te ve atontado, sonriendo a una pantalla. Sin entender que a quien sonríes es a quien está al otro lado del teléfono móvil. Ya no haces caso a nadie, dice. El asunto es que ahora haces caso a la gente que realmente te interesa, piensas tú. Aunque te quede lejos en el espacio.

¿Hablar? Hablas por mensajes, pero quizá hablas más que nunca. Qué pereza aquello de quedarse sin saldo. Los SMS malditos, donde nunca cabía nada interesante. Ahora puedes expresarte con cientos de caracteres libres y gratuitos y un par de centenares de iconos. ¿Cómo vivías antes del icono de la berenjena? Nosotros tampoco podemos entenderlo. Ahora, de hecho, hablas de tus cosas cuando quieres y con quieres. Lees lo que más te interesa o te entretienes con jueguecitos chorras ambientados en el País de la Gominola mientras llega tu autobús.

¿Realmente te ha hecho el Whatsapp menos social o ahora simplemente tienes más recursos para no contestar al teléfono? ¿De verdad has dejado de hablar con gente que te interesaba o te has dado cuenta de que te interesa mucha más gente que no conocías? Total, las caras mirando pantallas de móvil en el metro antes miraban periódicos. Libros, iPods. La gente no quiere mirar a la cara a desconocidos bajo tierra, prefiere seguir a sus cosas. También dijeron que la radio, los libros de bolsillo, la tele, los transistores o el walkman iban a acabar con la sociedad en algún momento. La gente iba a dejar de tratarse entre sí, las personas se aislarían más y más y más y sobrevendría el apocalipsis. Claro.

Pero reconócelo, tú tampoco hablabas cara a cara antes de las nuevas tecnologías y de la era de los medios digitales. Tampoco hacías caso a tu padre. Y desde luego que tampoco hubieras ido a visitar al bebé de tu primo. Dejaste de hablar con esa amiga tuya porque no os entendisteis, no volvisteis a hablaros ni a miraros nunca más por cerca que estuvieseis, el block definitivo de la vida real. También te dejaron plantada con muchos menos caracteres de los que contiene un tuit y al fin y al cabo, que alguien corte contigo por mensaje tampoco está tan mal si tienes en cuenta que no puede verte la cara de desolación ni los ojos llorosos y que te quita toda posibilidad de perseguirle por la calle diciendo que vas a cambiar.

No, el Whatsapp no te ha hecho menos social. Sólo te ha hecho mucho más fácil ser el antisocial que siempre has sido. Vuelve a mirar fuera de la pantalla si necesitas confirmación. La vida sigue. Y tú todavía tienes notificaciones sin leer.


Adriana Andolini
Escritora de cosas en general. No suelo cambiar de opinión, pero puedes intentarlo con dulces. Demasiado graciosa como para ser ninguna otra cosa en la vida. Redactora, guionista, copywriter, creative writer y lo todo el writing que surja.


Leído en: http://seiyumagazine.com/hemos-terminado-leido-a-las-1744h/

domingo, 17 de enero de 2016

El efecto Pigmalión

Un día, Thomas Alva Edison llegó a casa y le dio a su mamá una nota. Él le dijo a ella: "Mi maestro me dio esta nota y me dijo que sólo se la diera a mi madre."

Los ojos de su madre estaban llenos de lágrimas cuando ella leyó en voz alta la carta que le trajo su hijo: "Su hijo es un genio, esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros para enseñarlo, por favor enséñele usted".

Muchos años después la madre de Edison falleció, y él fue uno de los más grandes inventores del siglo.

Un día él estaba mirando algunas cosas viejas de la familia. Repentinamente él vio un papel doblado en el marco de un dibujo en el escritorio. Él lo tomó y lo abrió. En el papel estaba escrito: "Su hijo está mentalmente enfermo y no podemos permitirle que venga más a la escuela."

Edison lloro por horas, entonces él escribió en su diario: "Thomas Alva Edison fue un niño mentalmente enfermo, pero por una madre heroica se convirtió el el genio del siglo."

Qué impresionante la reacción de la mamá, ¿verdad?. En lugar de leer lo que realmente decía la carta, y habiendo podido hacer sentir menos a su hijo, le dio un giro completamente y ¡le inyectó seguridad y certeza a su hijo! Le hizo creer que era un genio y se lo creyó tanto, que creció y murió siéndolo. Es asombroso el poder que tienen los padres sobre los hijos.

Es muy importante recordar siempre el poder que tienen las palabras...

lunes, 4 de enero de 2016

Tener clase

No depende de la posición social, ni de la educación recibida en un colegio elitista, ni del éxito que se haya alcanzado en la vida. Tener clase es un don enigmático que la naturaleza otorga a ciertas personas sin que en ello intervenga su inteligencia, el dinero ni la edad. Se trata de una secreta seducción que emiten algunos individuos a través de su forma natural de ser y de estar, sin que puedan hacer nada por evitarlo. Este don pegado a la piel es mucho más fascinante que el propio talento. Aunque tener clase no desdeña la nobleza física como un regalo añadido, su atractivo principal se deriva de la belleza moral, que desde el interior del individuo determina cada uno de sus actos. La sociedad está llena de este tipo de seres privilegiados. Tanto si es un campesino analfabeto o un artista famoso, carpintero o científico eminente, fontanero, funcionaria, profesora, arqueóloga, albañil rumano o cargador senegalés, a todos les une una característica: son muy buenos en su oficio y cumplen con su deber por ser su deber, sin darle más importancia. Luego, en la distancia corta, los descubres por su aura estética propia, que se expresa en el modo de mirar, de hablar, de guardar silencio, de caminar, de estar sentados, de sonreír, de permanecer siempre en un discreto segundo plano, sin rehuir nunca la ayuda a los demás ni la entrega a cualquier causa noble, alejados siempre de las formas agresivas, como si la educación se la hubiera proporcionado el aire que respiran. Y encima les sienta bien la ropa, con la elegancia que ya se lleva en los huesos desde que se nace. Este país nuestro sufre hoy una avalancha de vulgaridad insoportable. Las cámaras y los micrófonos están al servicio de cualquier mono patán que busque, a como dé lugar, sus cinco minutos de gloria, a cambio de humillar a toda la sociedad. Pero en medio de la chabacanería y mal gusto reinante también existe gente con clase, ciudadanos resistentes, atrincherados en su propio baluarte, que aspiran a no perder la dignidad. Los encontrarás en cualquier parte, en las capas altas o bajas, en la derecha y en la izquierda. Con ese toque de distinción, que emana de sus cuerpos, son ellos los que purifican el caldo gordo de la calle y te permiten vivir sin ser totalmente humillado.

Manuel Vicent para El País

http://elpais.com/diario/2010/03/07/ultima/1267916401_850215.html

El despropósito de los exámenes de enero

¿Algún responsable de la política universitaria piensa en España de verdad en los usuarios del servicio, es decir, en nuestros estudiantes? Tal pregunta no es el pie para enlazar un análisis sobre los males de la enseñanza superior, cuestión a la que ya me he referido aquí en otras ocasiones, sino para algo mucho más elemental: mostrar mi estupor, como profesor universitario y como padre, por el hecho insólito de que a nadie se la haya pasado por la cabeza el mayúsculo y obvio disparate que supone hacer en enero los primeros exámenes del curso, inmediatamente después, por tanto, de las vacaciones escolares navideñas.

Tradicionalmente, y con una lógica de cajón, los exámenes universitarios finales se celebraban en España en junio y en septiembre, más una convocatoria extraordinaria en febrero, que permitía a quienes llevaban materias pendientes aligerar su carga antes de junio. Y todo ello con una cierta flexibilidad, que posibilitaba que los estudiantes realizasen parciales y negociasen, dentro de un margen razonable, las fechas de celebración de sus exámenes.

Luego vino el desastre de Bolonia, la organización del curso en dos semestres (que son en realidad dos cuatrimestres que se quedan a la postre en dos trimestres) y un calendario de exámenes que es un puro despropósito: pruebas del primer cuatrimestre en enero, del segundo en mayo y recuperaciones en junio y la primera parte de julio. En una palabra: durante seis meses se realizan todos los exámenes y durante los restantes seis meses ni uno solo. ¡Viva el sentido común y la racionalidad!

Esa falta de sentido común, que parece haberse convertido en la marca de la casa de nuestra política universitaria, es la que explica que los exámenes del primer cuatrimestre (en los que, en una nueva muestra de insensatez, los alumnos afrontan ¡cinco, seis o incluso siete asignaturas!) se celebren inmediatamente después del período navideño, que reúne más fiestas que ningún otro en todo el año: Nochebuena, Navidad, Nochevieja, primero de año, vísperas de Reyes y Reyes, y todo ello en medio de las compras, las rebajas, los viajes a ver a la familia y un sinfín de juergas, es decir, de una interminable lista de elementos disuasores del estudio. Hacer los exámenes en enero es la mejor forma de garantizar que la cuesta de ese mes será aún más dura, por tener que cargar, encima de con todo lo demás, con las correspondientes calabazas.


Sí, ya sé que los alumnos deben ir estudiando desde que el curso da comienzo, pero forzarlos a dar el apretón final en medio del jolgorio navideño es una crueldad, además de una supina irresponsabilidad. Una más de las muchas que convierten bastantes de las cosas que hacemos en las universidades en socialmente incomprensibles. También, claro, para nuestros estudiantes.

Roberto L. Blanco Valdés en La Voz de Galicia
http://www.lavozdegalicia.es/noticia/opinion/2014/01/08/desproposito-examenes-eneroel-martirio-continua-agrava/0003_201401G8P15993.htm#.VolwO4bBboU.facebook