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domingo, 2 de marzo de 2014

El perro de Goya

Francisco de Goya, con 72 años y perdida ya por completo la audición, se encerró en su casa, llamada desde entonces La Quinta del Sordo –del sordo genial les faltó añadir- y se dedicó a pintar las paredes de las distintas habitaciones con las visiones que le brotaban en la mente para irse después a la punta de los pinceles. Y gracias a ello tenemos en el Museo del Prado el conjunto de cuadros llamados genéricamente las Pinturas Negras, debido a su tono predominantemente oscuro y a su temática macabra.
En El Aquelarre, las brujas se reúnen para sacrificar al demonio la virginidad de una doncella ricamente ataviada. En La Romería de San Isidro un grupo de deformes, tullidos y harapientos forman una lúgubre procesión, siguiendo los acordes de un guitarrista ciego. Los Viejos comiendo sopas, auténticos cadáveres vivientes, sorben más que comen un plato de caldo, pues ya no les queda ni un solo diente en la boca. En la Lucha a garrotazos dos españoles, enterrados en arena hasta las rodillas, se destrozan mutuamente el cráneo para demostrar quién tiene más razón... Y así una serie de maravillas artísticas que a muchos tal vez les desagraden por su temática sombría y algo morbosa, pero que constituyen la obra cumbre del llamado estilo expresionista, cien años antes de los expresionistas alemanes del periodo de entreguerras.
Pero abrimos la puerta y nos encontramos de repente a este perro -que puede que esté enterrado en la arena y puede que no- y enseguida nos nace la extraña sensación de que algo no encaja. ¿Qué pinta este pobre animal con cara de desvalido y mirada triste entre los Saturnos caníbales y las Parcas que, flotando en el aire, cortan a su capricho el hilo de la vida de los hombres? ¿Es un perro despistado que ha venido, sin más, a dar con sus huesos en el centro mismo de la vorágine de monstruos y apariciones? ¿Representa tal vez al espectador perplejo ante tanta voracidad y es sólo una metáfora, una más, de las que nos legó Goya en sus grabados? ¿Se trata quizás del perro del artista que quiso, de esta forma, dejarlo inscrito en el registro de la inmortalidad?
Me atrevo a suponer que este perro no es otro que el mismo Francisco de Goya, absorto, perplejo y perdido ante la película de desmanes y crueldades que se ha visto obligado a presenciar a consecuencia de una guerra fratricida. La vida lo ha castigado duramente y sólo le queda la opción de, como un perro obediente por apaleado, partir hacia el exilio en Burdeos, huyendo de los ajustes de cuentas y de un rey caprichoso con afanes absolutistas.
La Quinta la derribaron para hacer seguramente una calle. Y nosotros, los aficionados al arte, tenemos una deuda inmensa con el Barón d'Erlanger –francés, cómo no- que mandó arrancar las pinturas de los muros y pegarlas sobre lienzo, para regalarlas posteriormente al Museo del Prado, donde esperan nuestra visita.
http://artedebolsillo.blogspot.com/