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jueves, 5 de septiembre de 2013

Mienten más que hablan

Hay mucha gente que miente. Hay mentiras inocentes, interesadas, y engaños que crecen fabulosamente como el de Alicia Esteve, o Tania Head, que durante seis años se hizo pasar por superviviente de los atentados del 11-S, y una de las víctimas más activas, cuyo relato conmovedor ha resultado ser falso.
 
La forma extrema del engaño se conoce como "pseudología fantástica", una tendencia a mentir compulsivamente según la cual personas inteligentes, necesitadas de estima, cuentan historias buscando protagonismo y llegan a creérselo.
 
Tania Head, o más bien, según reveló ' La Vanguardia', la barcelonesa Alicia Esteve Head, acostumbraba a fabular -inventó estudios en Harvard, trabajo, contó haber ido a Indonesia tras el tsunami, a Nueva Orleans tras el 'Katrina' y otras historias-, pero lo extraordinario es cómo llegó a ser presidenta de la Red de Supervivientes del World Trade Center sin haber estado nunca allí.
 
Probablemente eligió una personalidad y un momento adecuado, en el que se favorecía y apoyaba la atención a las víctimas. Con una sociedad sensibilizada, "nadie va a pensar que lo que cuenta es mentira", explica el psicólogo Héctor González Ordi, con investigaciones en el campo de la simulación.
 
Igual de sorprendente fue el engaño de Enric Marco, de 86 años, que durante más de 30 paseó por los foros su dramática experiencia en un campo de concentración y llegó a la presidencia de la asociación de supervivientes Amical de Mauthausen, hasta su destitución en 2005.
 
Una investigación del historiador Benito Bermejo descubrió la farsa y Enric Marco -que había sido condecorado por la Generalitat y había hecho aflorar lágrimas en un discurso en el Congreso de los Diputados- confesó la verdad después de unos pocos días: "los peores de mi vida", dijo entonces.
 
"No mentí por maldad" -declaraba- "lo mantuve porque parecía que me prestaban más atención".
 
En estos casos no parece haber intención perversa y, si no hay fraude económico, intrusismo o suplantación de personalidad, no conlleva responsabilidad penal. El sujeto simplemente consigue lo que busca -notoriedad, apoyo, afecto- y termina creyendo su papel.
 
Es difícil determinar si hay un trastorno psicopatológico o no, y sus consecuencias, pero la mayor parte de las veces, la "celebridad" que pretenden dura hasta que son descubiertos, luego desaparecen.
 
Enric Marco devolvió la Cruz de Sant Jordi al Gobierno catalán y quedó en el olvido. No fue demandado, Amical de Mauthausen le expulsó y no ha vuelto a saber más, según fuentes de la asociación.
 
Sin llegar al extremo de inventar una identidad y una vida que no es la suya, de cuando en cuando surgen casos como el rocambolesco secuestro en 1998, supuestamente a manos de ETA, del ex concejal del PP de la Carolina (Jaén), Bartolomé Rubia 'Bartolín', condenado en 2001 por simulación de delito.
 
Rubia fue expulsado del PP y vio enfriarse las relaciones con su mentor en el consistorio, el alcalde Ramón Palacios. Desde el suceso "ni aparece por el Ayuntamiento", señalaron los vecinos, se casó y buscó trabajo como camionero en otra localidad, donde reside.
 
Algunos comentan que aún sigue contando su historia -el supuesto secuestro y el periplo hasta Irún, donde se fugó- dándola por cierta, a pesar de la condena, testigos y pruebas en contra.
 
Hay también ejemplos de falsos curriculum como el del ex director de la Guardia Civil, Luis Roldán, que se inventó títulos universitarios de Ingeniería y Ciencias Empresariales, casos en la literatura -denuncias por plagio y autores que firman libros que no han escrito- y en el cine.
 
En el periodismo, el mayor fraude que se recuerda, el de Janet Cook, quien en 1981 ganó el premio Pulitzer por sus artículos falsos sobre un adicto a la heroína en 'The Washington Post'. Ocho años después devolvió el galardón.
 
También fue cuestionada hace una década la veracidad de la autobiografía de la Premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú, que describió crueles matanzas y torturas en la guerra civil de Guatemala.
 
El mentiroso ha de ser inteligente y con buena memoria para mantener cierta coherencia, busca protagonismo, notoriedad y afecto y, a veces, beneficio económico.
 
En la infancia, cuando los niños descubren que con engañifas manipulan a los padres o los compañeros, puede estar "la simiente" de este comportamiento, a juicio del psicólogo José Luis Catalán.
 
Luego viene falsificar las notas, cualidades profesionales, un prestigio..., lo que revela "una pseudología", "un rasgo de personalidad patológico, no porque haya un trozo de cerebro enfermo, sino por una conducta inmadura".
 
Cuando ésta alcanza alto grado genera una ansiedad y una emoción que lleva a seguir mintiendo y crear una falsedad en tu vida hasta "rozar lo delictivo", y entonces se puede definir como un trastorno de personalidad o incluso un delirio, añade Catalán.
 
Lo que subyace es una baja autoestima, indica González Ordi, por el hecho de contar historias atractivas, emocionantes, buscando el interés de las personas.
 
Por lo publicado sobre Alicia Esteve -cómo bajó de la Torre con la ropa en llamas, cómo conoció la muerte de su novio, cómo un moribundo le entregó una alianza para su esposa...- es difícil diagnosticar si padece o no un trastorno de personalidad, indica González Ordi.
 
Probablemente -añade- tenga una característica de personalidad previa, el afán de notoriedad, ya que su vida parece haberse caracterizado por fabular buscando la atención de los otros.
 
"El problema es que esto es una espiral". El mentiroso lo hace cada vez más, "se va implicando en el proceso y puede terminar creyendo sus propias mentiras", indica González Ordi.
 
Cuando es descubierto, explica, "hay personas que se niegan a ver la realidad y siguen enroscados en la suya propia. En otras el choque puede ser muy severo y caer en un trastorno más grave, y puede ocurrir que sea olvidado, pase la vorágine informativa, desaparezca del escenario y siga por sus fueros en otro ámbito".
 
La mentira compulsiva abunda, señala Catalán, y a ello contribuye que "un poquito de mentirijilla y exageración, en la publicidad, en los programas amarillos, es socialmente permisivo".
 
Estos buscan estar en el candelero pero, no obstante, González Ordi recuerda que hay otras clases de mentiras: las "sociales", del tipo "qué bien te veo", sin las que no podríamos vivir, y las "intencionales", cuando se fingen o exageran síntomas físicos o psicológicos para obtener una compensación económica o de tipo laboral. "La más común", concluye.