Seguidores del Blog:

Previsión del tiempo

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Felipe González, ministro de Asuntos de Venezuela

La campaña del PSOE se ha vuelto internacional. No pasa un día sin que un dirigente del PSOE cite a Venezuela o Grecia, paradigmas del espanto con el que quieren convencer a sus votantes de 2011 de que no escuchen los cantos de sirena de Podemos. Y para hablar de esos temas, nadie más indicado que Felipe González, que durante muchos años tuvo la apacible vida del jubilado que rellena la pensión con pequeños negocios y favores a amigos hasta que decidió que la patria (venezolana) reclamaba su ayuda contra el peligro rojo.

En su época en activo, González tuvo la oportunidad de fumarse sus cohibas con Fidel, porque la cercanía con los hermanos Castro era una forma de decir que la política exterior de España también iba a notar la diferencia con un Gobierno socialista. Ya sabemos que por entonces los cubanos no votaban tanto como los venezolanos –bueno, ahora tampoco–, pero eso no importaba. Con Reagan en la Casa Blanca, quedaba muy socialista viajar a la isla. Puros, abrazos, reuniones nocturnas con Fidel, algún encuentro con García Márquez que pasaba por allí y a volverse a Madrid a preparar el referéndum de la OTAN con Javier Solana.

Pero la gente se hace mayor y lo que toleraba con sonrisas en su juventud resulta intolerable en la vejez. No se olvidan a los viejos amigos, y si estos terminan muriendo, la herida duele más. Y a González le duele lo que pasó con su amigo, Carlos Andrés Pérez.

Las cosas cambiaron en Venezuela cuando el triunfo de Chávez acabó con el bipartidismo tradicional, y a quien primero se llevó por delante fue a la socialdemocracia de Carlos Andrés Pérez, emir de la que llamaban la Venezuela Saudita gracias al dinero del petróleo que compartía con algunos partidos socialdemócratas (ejem) del exterior. Su segunda presidencia estuvo marcada por los escándalos de corrupción, la política de austeridad, la represión violenta del Caracazo con centenares de muertos tiroteados por policías y militares, y su destitución por el Congreso por un delito de malversación de fondos públicos. No es aventurado pensar que el chavismo fue posible gracias a la catástrofe que supuso el segundo mandato de Pérez.

González no olvida y su partido no quiere que olvide. En época de Zapatero, su participación en campañas era como un contrato temporal, una especie de guiño al pasado para que los votantes veteranos vieran un poco al patriarca. No parecían dos personas que tuvieran mucho en común. Pero con Pedro Sánchez y esta campaña, es diferente. Ahora que los dirigentes de Podemos buscan cazar votos en los cotos socialistas, hay que meter miedo a los abuelos del PSOE, es decir, los votantes de los años 80, y nada mejor que recordar las antiguas conexiones de Iglesias, Monedero y Errejón con los gobiernos latinoamericanos de izquierda.

Son los que arruinaron al "país más rico de América Latina", dice el expresidente. Y harán lo mismo con vuestras pensiones, le falta decir. En las campañas que ganó, el principal enemigo de González era la derecha, pero de vez en cuando se lanzaba a advertir a la gente de que debía tener cuidado con los comunistas. Usted ya me entiende, los de las banderas rojas que nunca van a misa. No se fíe sólo porque ahora lleven corbata. Esa gente nunca le cayó bien a Willy Brandt.

Todas las campañas son una discusión sobre la herencia recibida, la anterior y la actual, y con el PSOE tenemos la oportunidad de sumar otras muchas herencias, la venezolana, la griega y, por un comentario que hizo Sánchez a Iglesias en un debate, hasta la de la Unión Soviética. En todas ellas, los malos son los de Podemos, y Felipe González, el abuelo que se sulfura, levanta el bastón y gruñe: ¿para esto ganamos una guerra?

Iñigo Sáenz de Ugarte para Diario.es

Leído en: http://www.eldiario.es/campa%C3%B1a/Felipe-Gonzalez-ministro-Asuntos-Venezuela_6_460613962.html

El exilio interior

Los más viejos que hoy me escuchen, o los aficionados a la historia, quizás recuerden las batallas que libraron antes y después de la muerte de Franco los socialistas y los comunistas del exterior -el PCE y el PSOE histórico, con dirigentes ancianos que llevaban toda la vida en el exilio– y los socialistas y los comunistas del interior, que estaban aquí, viviendo el día a día la evolución de los españoles y que sintonizaban perfectamente con el lenguaje y las ansias de la sociedad española de 1978. No de la de 1939.

Aquella batalla la ganaron unos jóvenes sevillanos en Suresnes primero, y en las urnas después. Y el triunfo no se lo dieron sólo los programas ni la propuesta política. El triunfo se lo dieron sobre todo el lenguaje, la conexión directa con la vida, los problemas y las motivaciones de la gente, la naturalidad al hablar, vestir o moverse como hablaban vestían y se movían los españoles de la Transición.

La política española, salvo honrosas excepciones, ha sufrido en las últimas dos décadas una especie de exilio interior. Los dirigentes no han vivido ni casi conocido los barrios donde vive su electorado natural. Sus entornos se han ido reduciendo a los aparatos del partido, los compañeros de escaño o los interlocutores institucionales o económicos. Y se han acabado creyendo que España era eso. Cifras, argumentarios, inauguraciones, palabras, palabras, palabras…

A la política tradicional, sobre todo el PP y al PSOE, pero también a los minoritarios, la obligó a volver del exilio el primer golpetazo electoral de Podemos en las elecciones europeas, el siguiente golpetazo de las mareas ciudadanas en las municipales, más tarde el éxito de Ciudadanos en la catalanas y ahora asiste con los ojos muy abiertos y mucho desconcierto a debates y entrevistas tratando de entender dónde está el fallo. Si ellos son más solventes y experimentados, ¿por qué las encuestas siguen dándole expectativas a los recién llegados que acusan evidentes nervios, bisoñez y falta de rigor?

Y se preguntan asombrados: ¿Pero dónde estaban todos estos mientras nosotros gobernábamos o hacíamos oposición? ¿Dónde estaban estos y los que les votan? Pues estaban aquí, en España, en sus mismos pueblos y en sus mismas ciudades, ganando 900 euros al mes, luego 700 y ahora 600, creando pymes que naufragaban por falta de apoyo real, supliendo con la familia la desaparición de los servicios sociales, estudiando carreras despreciadas en su país y yéndose al extranjero o simplemente esperando que alguien se dignara a escucharles de verdad. La pregunta que hay que hacerse es dónde estaban ellos, los solventes y experimentados. Que Rajoy reaparezca tras su huida de los debates dando estopa a los demás colma el cinismo de esta campaña.

Queda mucha campaña todavía, casi dos semanas. Pero además de contarnos sus propuestas, lo más urgente para algunos candidatos es que desplieguen correctamente sus antenas y sintonicen bien.

La opinión de Pepa Bueno en La SER

Leído en: http://cadenaser.com/programa/2015/12/09/hoy_por_hoy/1449641837_368812.html