Seguidores del Blog:

Previsión del tiempo

jueves, 8 de noviembre de 2012

Una rosa para las otras Rosas


Desde hace meses, ha estado cantada la derrota de los socialistas en España. Muy pocos se preguntaban sin embargo: ¿Por qué van a ser aplastados los socialistas? Y la respuesta es sencilla: porque no son socialistas.

No quiero decir que la atribución de tal ideología sea condición para la victoria de alguien. Lo que ocurre es que en circunstancias como las que se viven en el mundo se requieren, además de posiciones firmes y talantes que desafíen la duda y la incertidumbre, una alternativa política que pueda diferenciarse de cualquier otra.

Y la verdad es que resulta bien difícil diferenciar a un "socialista" de un "popular". Como los teólogos del cuento de Borges, los señores Zapatero y Rajoy van a tener un serio problema de identidad cuando mueran y vayan a donde les toque irse. San Pedro o el guardián del fuego eterno no van a saber exactamente quién es quién.

Apostados en las plazas, los "indignados" han estado asegurando durante meses que, gane quien ganare, el resultado va a ser el mismo y se va a concretar en el recorte de la seguridad social y la disminución de los derechos laborales como supuesto ahorro para aliviar la crisis.

De acuerdo con un informe de las Naciones Unidas, unas 2000 millones de personas en el planeta viven con menos de dos dólares al día al tiempo que 6 millones de niños mueren pauperizados en lo que muchos califican como un nuevo holocausto.  Si el capitalismo triunfante y global no puede solucionar ese problema, debemos colegir que el capitalismo es una amenaza para la raza humana.

En los Estados Unidos, tenemos la más avanzada tecnología médica del planeta. Sin embargo, unas 50 millones de personas carecen de seguro. Éste puede ser el destino de España bajo la conducción de unos o de otros.

Por lo tanto, éste debería ser el momento de los socialistas, pero no lo es porque no hay socialistas en España.

Mario Vargas Llosa, en un artículo llamado "Una rosa para Rosa" ofreció su voto para Rosa Díez, lideresa centrista. Según nuestro premio Nobel, la articulación de ese partido al triunfante derechismo de Rajoy impedirá que se deshagan las que a su juicio son las reformas sociales más avanzadas del gobierno socialista.

Entre ellas, menciona los matrimonios gays, la ampliación de la ley del aborto y los derechos de la mujer. A ellos, habrá que agregar -supongo- la propuesta de despenalizar las drogas. Es triste que toda la herencia del difunto socialismo sean algunas medidas para anestesiarnos y para hacernos olvidar que el viejo partido de Pablo Iglesias planteó alguna vez la desaparición del capitalismo y la creación de una sociedad feliz.

Pero es una gran idea escribir artículos para enviar rosas, y quiero servirme de ella para hacerlas llegar a otras Rosas.

Que les llegue una rosa a Rosa Vargas, Rosa Núñez, Rosa Miranda, Rosa Hernández, Rosa Rodríguez y todos los miles de Rosas que están haciendo de "chachas" limpiando casas y barriendo hoteles en París, Nueva York, Berlín, México y San Francisco porque sus títulos universitarios no les han valido en España para conseguir un trabajo estable.

Que le llegue una rosa en el cielo a la joven Aída de la Fuente, a quien en 1934 la llamaban “La rosa roja de Asturias”. Esta socialista, roja de verdad, sólo contaba 16 años de edad cuando se enfrentó con una ametralladora en la entrada de Oviedo a las descomunales tropas del general Franco durante la revolución minera. Como buena asturiana, no dejó de disparar sino hasta el momento en que la rodearon y le dieron muerte.

Que le llegue una rosa a Rosa. Supongo que así se llamaba la mujer que fue a despedir a su hijo en el puerto de Gijón pues este partía hacia América en busca de trabajo, cansado de buscarlo en su tierra nativa. Rosa es hoy una estatua de bronce. No he visto mujer más triste en el mundo. Sus ojos y su mano derecha señalan el mar y el horizonte por donde todavía espera que regrese su hijo. La llaman "La loca del Rinconín" y es la madre de todos los desocupados que hoy se convertirán en emigrantes.

Por Eduardo González Viaña